Mañana no estás. Lee Child

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Mañana no estás - Lee Child

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hacia el frente. Era lo que estaban haciendo todos ellos. Si yo no te puedo ver, tú no me puedes ver. El hombre del polo no dijo nada. Así que yo dije:

      —Sacó el arma de la mochila y se disparó.

      —¿Así como así?

      —Más o menos.

      —¿Por qué?

      —¿Cómo lo podría saber yo?

      —¿Dónde y cuándo?

      —Entrando el tren a la estación. Cuando eso haya sido.

      El tipo procesó la información. Suicidio por disparo de arma. El metro era responsabilidad del Departamento de Policía de Nueva York. La zona de desaceleración entre la calle 41 y la 42 era territorio del distrito 14. Su caso. Sin duda. Asintió. Dijo:

      —De acuerdo, por favor todos ustedes salgan del vagón y esperen en el andén. Vamos a necesitar sus nombres y direcciones y declaraciones.

      Entonces accionó su micrófono de corbata y recibió la respuesta de un fuerte estallido de estática. Él respondió a eso con una larga serie de códigos y números. Supuse que estaba llamando a los paramédicos y una ambulancia. Después de eso desenganchar el vagón y limpiarlo y normalizar el servicio iba a quedar en manos de la gente de transporte. No era difícil, pensé. Había mucho tiempo antes de la hora pico de la mañana.

      Bajamos y nos encontramos en el andén con un grupo de gente que se iba reuniendo. Policías de transporte, más policías de patrulla llegando, trabajadores del metro amontonándose alrededor, personal de Grand Central apareciendo. Cinco minutos más tarde un equipo de paramédicos del Departamento de Bomberos de Nueva York bajó las escaleras haciendo ruido con una camilla. Pasaron la barrera y subieron al tren y los policías que habían llegado primero se bajaron. No vi lo que pasó después de eso porque los policías se empezaron a mover entre la gente, mirando alrededor, preparándose para buscar cada uno a un pasajero y llevárselo para más indagaciones. El sargento voluminoso me buscó a mí. Yo había respondido sus preguntas en el tren. Por lo cual me puso el primero en la fila. Me llevó muy adentro de la estación y me metió en una sala de aire caliente y viciado y azulejos blancos que podría haber sido parte de las instalaciones de la policía de transporte. Me hizo sentarme solo en una silla de madera y me preguntó el nombre.

      —Jack Reacher —dije.

      Lo anotó y no volvió a hablar. Solo se quedó de pie en la entrada y me miró. Y esperó. A que apareciera un detective, supuse.

      SIETE

      El detective que apareció era una mujer y vino sola. Tenía puestos unos pantalones y una camisa gris de manga corta. Quizás seda, quizás sintética. Brillante, en cualquier caso. La llevaba por fuera de los pantalones y supuse que los faldones le tapaban el arma y las esposas y cualquier otra cosa que estuviera llevando. Por dentro de la camisa era menuda y esbelta. Por encima de la camisa tenía un pelo negro atado hacia atrás y una cara pequeña y ovalada. No llevaba joyas. Ni siquiera un anillo de boda. Debía tener treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve años. Quizás cuarenta. Una mujer atractiva. Me gustó de inmediato. Se la veía relajada y amigable. Me mostró su placa dorada y me dio su tarjeta. La tarjeta tenía el número de su oficina y el del móvil. Tenía una dirección de e-mail del Departamento de Policía de Nueva York. Dijo para mí en voz alta el nombre que estaba ahí escrito. El nombre era Theresa Lee, con la T y la h pronunciadas juntas, como theme o therapy. Theresa. No era asiática. Quizás el Lee venía de un viejo matrimonio o era la versión Ellis Island de Leigh, o algún otro apellido más largo y complicado. O quizás era descendiente de Robert E.

      Dijo:

      —¿Puede decirme exactamente qué sucedió?

      Habló con suavidad, con las cejas levantadas y una voz susurrante llena de cuidado y consideración, como si lo que más le preocupara fuera mi propio estrés postraumático. ¿Puede decirme? ¿Puede? Como: ¿puede soportar evocarlo? Yo sonreí, brevemente. El Midtown Sur estaba en una cantidad de homicidios por año baja y de un solo dígito, e inclusive si ella hubiera sido la única encargada de todos desde su primer día de trabajo aún yo habría visto más cadáveres que los que había visto ella. Por un múltiplo alto. La mujer del tren no había sido el más agradable, pero estaba muy lejos del peor.

      Así que le dije exactamente lo que había pasado, remontándome hasta el comienzo en Bleecker Street, recorriendo la lista de once puntos, mi acercamiento tentativo, la conversación fragmentaria, el arma, el suicidio.

      Theresa Lee quiso hablar de la lista.

      —Tenemos una copia —dijo—. Se supone que es confidencial.

      —Hace veinte años que está dando vueltas —dije—. Todo el mundo tiene una copia. Difícilmente puede considerarse confidencial.

      —¿Dónde la vio?

      —En Israel —dije—. Justo después de que fuera escrita.

      —¿Cómo?

      Así que le conté mi currículum. La versión abreviada. El Ejército de Estados Unidos, trece años como policía militar, la unidad de investigación 110 de élite, de servicio en todas partes del mundo, más períodos acá y allá, cuándo y cómo ordenaran. Después el colapso soviético, el dividendo de paz, la reducción en el presupuesto de defensa, de repente yéndome por mi cuenta.

      —¿Oficial o soldado? —preguntó.

      —Jerarquía final de comandancia —dije.

      —¿Y ahora?

      —Retirado.

      —Es joven para estar retirado.

      —Me dije que tenía que disfrutarlo mientras pudiera.

      —¿Y lo está disfrutando?

      —Como nunca.

      —¿Qué estaba haciendo esta noche? ¿Ahí en el Village?

      —Música —dije—. Los clubs de blues en Bleecker.

      —¿Y hacia dónde se dirigía en la línea 6?

      —Iba a buscar una habitación en algún lado o a ir directo a Port Authority a coger un autobús.

      —¿Hacia dónde?

      —A donde fuera.

      —¿Una visita breve?

      —Son las mejores.

      —¿Dónde vive?

      —En ningún lado. Mi año es una visita breve detrás de otra.

      —¿Dónde está su equipaje?

      —No tengo.

      La mayoría de la gente hace más preguntas después de esa, pero Theresa Lee no hizo ninguna otra. En vez de eso sus ojos volvieron a cambiar de foco y dijo:

      —No me deja contenta que la lista estuviera mal. Pensaba que se suponía que era definitiva.

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