Motoquero 1 - Donde todo comienza. José Montero

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Motoquero 1 - Donde todo comienza - José Montero Zona Límiite

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pero no subas todo junto. Probemos con uno. Veamos la reacción de la gente.

      —Probemos con dos.

      —Okey. Y en función de lo que nos comenten vamos subiendo más, ¿estás de acuerdo, Cori?

      —Re de acuerdo.

      —¿Cuántos videos tenemos?

      —Más de treinta –informó Corina, y de pronto exclamó–. ¡Mirá, ya tenemos una reproducción! ¡Dos!

      “La chica del antifaz” se convirtió en un rápido suceso entre chicos de 14 a 20 años. La mayoría eran de Argentina, pero llegaban comentarios desde México, España, Colombia, Perú, Chile, Puerto Rico. En fin, de toda Iberoamérica. Incluso les escribió una nenita de 11 desde Estados Unidos, diciendo que las canciones en español le eran muy útiles para sus clases de castellano. Algo impensado.

      El canal de YouTube escaló en pocas semanas a 22 mil suscriptores, pero entonces se estancó. Entró en una meseta. Lourdes se convenció de que eso era todo. Había alcanzado su techo. Se entretenía leyendo los comentarios y de vez en cuando se enganchaba con los mensajes que le dejaba un tal Darío. Decía que tenía 18 años, vivía en Caballito y era el líder de una banda de cumbia electrónica, cumbia pop, cumbia cheta o como quisiera llamarla. Le pedía que viera los videos de sus ensayos o de un show que habían dado.

      Por curiosidad, Lula clickeó el enlace y vio el video registrado en un salón de fiestas. Rápidamente identificó a Darío, que tocaba la guitarra y cantaba bastante mal, por cierto. No obstante, tenía carisma. Era simpático y suplía la ausencia de caudal de voz, y las pifiadas en la afinación, a pura sonrisa y pinta. Porque era lindo. Demasiado lindo para el gusto de Lourdes. A ella le atraían los chicos que se salían del ideal de belleza. Para completar el panorama, la banda tenía un nombre que no decía gran cosa: Zaraza.

      En posteriores mensajes, Darío le planteó que Zaraza podía escalar a otro nivel si contara con una cantante como ella. “¡Ni lo sueñes!”, exclamó Lula cuando leyó la propuesta. El pibe era insistente, pero insistente bien, no pesado. No se daba por vencido. Le pedía que por favor lo pensara. Que lo hablaran. Que se juntaran para conocerse sin compromiso. Y también le dejó una dirección de e-mail.

      Para entonces, los más de treinta videos que Lourdes había grabado se agotaron. Corina ya los había subido todos y fue en ese momento cuando se produjo una multiplicación en la cantidad de suscriptores. Sin que mediara una explicación, la cifra pasó a 45 mil.

      Empujada por Cori, Lula volvió a calzarse los antifaces y grabó, en un fin de semana, una seguidilla de versiones de temas de Soda Stereo, Calamaro y La Bersuit, porque sus gustos musicales del momento, ajenos a las modas, iban por ese lado.

      La gran explosión se produjo después de que Corina subió el video de “Prófugos” y, de inmediato, el de “Paloma”. Cada semana se alcanzaba un nuevo pico de reproducciones. Cuando Lula cumplió 17, festejó en secreto, con su amiga, el hecho de haber alcanzado el medio millón de suscriptores.

      Definitivamente, tenía la cabeza partida en dos. Por un lado seguía siendo la estudiante aplicada, que no quería sobresalir ni llamar la atención y se apegaba a las normas, y por el otro era una osada cantante que, con el resguardo que le daban los antifaces, se producía con ropas cada vez más osadas y bailaba unas coreografías que hacían que los lobos aullaran.

      Frente a los nuevos videos, Darío continuó tratándola en forma respetuosa, mientras otros seguidores le declaraban su amor o, en algunos casos, le decían cosas un tanto groseras. Lula se sintió tironeada por una masa que ni siquiera sabía su nombre, que no conocía detalles de su existencia real y le exigía cada vez más.

      Por su parte, Corina parecía haber extraviado los parámetros de realidad. Sentía el éxito de “La chica del antifaz” como algo propio. Su autoestima andaba por la estratósfera y más de una vez, en el colegio, estuvo a punto de deschavar que ella era la realizadora de los videos, lo cual hubiese colocado a su mejor amiga, Lourdes, en la mira.

      En ese contexto, Lourdes buscó conectarse con alguien que mantuviera los pies sobre la tierra y entonces escribió un mail.

      Cuando quiso arrepentirse, ya era tarde.

      Acababa de proponerle a Darío que se juntaran para tomar algo.

      Capítulo 9

      Tomás y Lourdes se vieron a escondidas, como dos espías, en el estacionamiento de un local de comidas rápidas.

      Sin decir palabra, Lula sacó de la cartera el sobre de papel madera que contenía los diez mil pesos y lo entregó con un movimiento rápido, como quien busca sacarse de encima una papa caliente. Era casi la medianoche.

      —¿Justo acá nos teníamos que juntar? ¿A esta hora? –cuestionó Toto.

      —Perdoname pero este pibe, el chorro, me quema la cabeza. Dice que tengo que mandarle la plata esta noche o me rompe el teléfono y lo tira al Riachuelo.

      —Que espere.

      —¡No! Por favor, andá urgente.

      —El interesado es él. Va a esperar.

      —Acá te anoté la dirección. ¿Sabés cómo llegar? ¿Tenés GPS? –preguntó Lourdes.

      —Si es zona peligrosa, el GPS me va a mandar por cualquier lado. Me va a hacer pegar una vuelta china.

      —¿Y entonces?

      —Prefiero trazar mi recorrido en la vieja Guía Filcar –explicó Tomás y sacó de la mochila un mamotreto de 300 páginas anilladas. Estaba gastado y roto. Algunas hojas se salían.

      —Tecnología de punta –bromeó Lula.

      —Vos reíte, pero con esto nunca me perdí. En cambio con el GPS…

      —¿Tenés para mucho?

      —Ya está –anunció Toto cerrando la guía de golpe; en el movimiento, una hoja voló por los aires, la atajó y la introdujo de nuevo en cualquier lugar.

      —¿Cómo hacés para encontrar cosas así?

      —Está todo ingresado en el sistema –dijo Tomás golpeándose la sien con el dedo índice.

      —Llamame por favor cuando el trabajo esté terminado.

      —Vos andá a dormir. Te llamo a la mañana, arreglamos un lugar y te lo entrego. Por favor que sea un sitio con un poquito más de onda.

      —No. Me voy a quedar despierta. Llamame a la hora que sea. Quiero mi celular de vuelta esta misma noche.

      —Estás más ansiosa que el chorro. ¿Qué info tenés en ese aparato? –dijo Tomás divertido, sin segundas intenciones.

      Lourdes lo miró entrecerrando los ojos. Luego volteó la cara hacia la oscuridad cuando un grupo de personas pasó rumbo a un auto.

      —Perdoname

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