E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras

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—admitió Axel—, pero continuar debatiendo sobre el tema no nos va a servir de nada, así que será mejor que entremos en detalle. Abres la tienda todos los días menos los domingos, ¿no?

      —Sí, y todavía no he dicho que esté dispuesta a permitir que seas mi guardaespaldas.

      —No necesito mucho espacio mientras esté en tu casa —continuó Axel, como si ella no hubiera dicho nada—. Puedo dormir en el suelo si es necesario.

      —Si esperas que te invite a compartir mi cama, ya puedes ir olvidándote.

      —Soy tu guardaespaldas, Tara. No estaría bien que me acostara contigo.

      Tara se cerró la bata con fuerza.

      —En ese caso, me alegro de que estemos de acuerdo en algo.

      —No he dicho que esté de acuerdo. Sólo he dicho que no estaría bien.

      Para su propia irritación, Tara sintió que se ruborizaba hasta la raíz del cabello. Algo que la enfadó todavía más. Agarró la taza de la infusión y se dirigió a la cocina.

      —La situación no es tan terrible como crees —replicó Axel mientras la seguía a la cocina.

      No, la situación era mucho peor de lo que él se podía imaginar.

      Se volvió y se reclinó contra el mostrador.

      —¿Cuánta gente sabe que en realidad no te dedicas a la cría de caballos?

      —Ya te he dicho que también me dedico a la cría de caballos.

      —Muy bien, entonces, ¿cuánta gente sabe que también eres agente secreto?

      Ella odiaba los secretos. Pero lo más irónico del caso era que en aquel momento estaba manteniendo el secreto más grande de su vida.

      —Muy poca, y es importante que lo siga sabiendo muy poca gente.

      —¿Por qué?

      —Hollins-Winword está haciendo un buen trabajo, pero en el proceso, se ha forjado muchos enemigos.

      —De modo que no te viene nada mal que todo el mundo piense que estás pegado a mí como una lapa porque en realidad te has encaprichado de una mujer mayor.

      —Sólo tienes dos años más que yo, no creo que eso te convierta en una asalta cunas, querida.

      —Me llamo Tara.

      La débil sonrisa de Axel amenazaba con ensancharse y Tara deseó haber mantenido la boca cerrada.

      Se volvió hacia la nevera y la abrió. Necesitaba comer algo, pero no había nada que le apeteciera, y además, tenía el estómago revuelto.

      —En ese caso, supongo que tu conducta de esta noche en el baile se debía a que querías que todo el mundo pensara que hay algo entre nosotros.

      —Y lo hay.

      Axel posó la mano en su espalda. Tara se apartó bruscamente de la nevera y la cerró.

      —No, no hay nada —estalló—. En cualquier caso, ¿no crees que esto también puede resultar sospechoso a ojos de todo el mundo? Como tú mismo has observado, mi vida social hasta ahora ha sido un auténtico desierto, y de pronto, apareces en el pueblo y resulta que ya estamos saliendo juntos. ¿Quién se va a creer una cosa así?

      —Ya me conocen —contestó Axel con una sonrisa.

      —¿Y qué saben de ti? ¿Que eres un mujeriego?

      —En absoluto. Pero la gente que me conoce sabe que cuando pongo el ojo en algo, o en alguien, no hay nada que me detenga, y tú deberías saberlo mejor que nadie.

      Tara cortó cualquier posible reacción por su parte antes de que pudieran comenzar a fluir en su mente las imágenes eróticas de la noche que habían compartido en el hotel, imágenes que tantas veces había reprimido.

      —Preferiría no hablar sobre eso.

      —No hablar de algo no significa que no exista, querida.

      No había nadie más consciente que Tara de la verdad de aquellas palabras.

      —Ese fin de semana fue algo… anormal. Evidentemente, no es algo que vaya a repetirse.

      —Tienes razón, sobre todo ahora que soy tu guardaespaldas.

      Desgraciadamente, Tara no sabía cómo tomarse aquellas palabras. Lo único que sabía era que sentía mariposas revoloteando por sus venas y que no podía atribuir su aparición al miedo que tenía por su hermano.

      Pasó por delante de Axel y se acercó el mostrador.

      —Muy bien. Haré esto por mi hermano. Pero ésa será la única razón.

      Axel inclinó ligeramente la cabeza.

      —Me parece justo.

      HabÍa ganado una batalla, pero Axel era consciente de que no había ganado la guerra.

      Dejó a Tara en la cocina y salió a la camioneta a buscar sus cosas. Dejó después su bolsa al lado del sofá, recorrió todas las habitaciones de la casa y salió de nuevo al jardín, dispuesto a inspeccionar los alrededores.

      Las luces de los porches vecinos iluminaban los jardines nevados. Apenas había coches aparcados y se oía el ladrido de unos perros a unas dos casas de distancia.

      Weaver era su hogar. Por muchos meses que pasara alejado de aquel lugar, cada vez que regresaba sentía que continuaba siendo el lugar al que verdaderamente pertenecía.

      Satisfecho tras comprobar que no había ningún elemento digno de preocupación, regresó al interior de la casa.

      —No sé por qué tienes que dejar la camioneta aparcada fuera de mi casa, donde todo el mundo puede verla —se quejó Tara en el momento en el que Axel cerró la puerta tras él.

      —Precisamente, la dejo ahí para que todo el mundo la vea—le recordó mientras giraba el pestillo—. Tendrás que poner cerrojos de seguridad en todas las puertas —en su recorrido, había visto que la puerta de la cocina daba directamente a un jardín sin vallar.

      Tara cruzó el cuarto de estar sin hacer ningún comentario y se dirigió al pasillo, presumiblemente a su dormitorio. La otra habitación que había en el pasillo estaba amueblada con dos modernas mesas de trabajo y una estantería llena de bolsitas con cuentas.

      Cuando regresó al cuarto de estar, Tara descubrió a Axel hojeando las revistas que tenía en la mesita del café.

      —Son todas de joyería y bisutería—comentó Axel.

      —De alguna parte tengo que sacar ideas si quiero vender algo en la tienda.

      —¿Haces tú misma las joyas que vendes?

      —Sí, la

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