E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras

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E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020 - Varias Autoras Pack

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la miró con los ojos entrecerrados.

      —Es sólo una comida familiar. No es para tanto.

      —Cuando todo esto haya terminado, yo tendré que seguir viviendo y trabajando aquí. No me gustaría darle motivos a tu familia para ponerse en mi contra.

      —No estoy pensando en anunciar que estoy locamente enamorado de ti ni nada de eso. Es sólo una comida familiar, un momento para relajarse… Además, tú misma has dicho que no piensas quedarte a vivir en el pueblo, que en cuanto todo esto haya terminado podrás marcharte. Así que, ¿qué más te da lo que pueda pensar la gente?

      Le importaba porque la gente de la que estaba hablando, su familia, la familia Clay, siempre había sido muy amable con ella. Le importaba porque aquella familia era la familia de su hijo. Las náuseas que la habían acompañado todas las mañanas durante meses parecieron advertirle que había llegado el momento de poner fin a la discusión.

      —De acuerdo. Ve poniendo la camioneta en marcha.

      —¿Y qué ha pasado ahora? —preguntó Axel, mirándola con los ojos entrecerrados.

      Tara quería que Axel saliera de casa cuanto antes porque tenía miedo de terminar vomitando a pesar de tener el estómago vacío.

      —Nada, pero tengo hambre y me gustaría comer un poco de pan —se dirigió a la cocina sin esperar respuesta.

      Afortunadamente, un segundo después oyó que se abría y se cerraba la puerta principal. Se inclinó hacia delante, apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos, esperando que cedieran las náuseas.

      Las últimas semanas se había sentido mucho mejor. Continuaba teniendo el estómago revuelto por las mañanas, pero la sensación no era tan fuerte como al principio. Sin embargo, aquella mañana no había tenido suerte.

      Se metió en el cuarto de baño, cerró la puerta y agradeció al cielo que Axel estuviera fuera y no pudiera oírla vomitar.

      Para cuando Axel regresó a la casa, ya estaba poniéndose el abrigo y se sentía infinitamente mejor, aunque seguía sin hacerle ninguna gracia el plan de actividades del día.

      No volvió a pronunciar palabra hasta que llegaron a la iglesia.

      —¿A qué hora tenemos que ir a comer? —le preguntó a Axel.

      —Alrededor de las dos o las tres —contestó Axel con mucho más entusiasmo del que ella sentía.

      Aparcó en la acera, cerca de la puerta, en un lugar en el que nadie podía impedirles la salida. Tara recordó que su padre siempre aparcaba así.

      Tara abrió la puerta de la camioneta y salió. Axel estuvo inmediatamente a su lado. Cuando llegaron a la puerta de la iglesia, le dio la mano y contestó con amables saludos a las miradas especulativas de las que eran atención.

      Se sentaron en el último banco de la iglesia, el único en el que todavía quedaba espacio. Y era tal la preocupación de Tara por la imagen que estaban dando que apenas oyó una sola palabra del sermón del reverendo Stone. Para cuando quiso comenzar a concentrarse en lo que decía, ya estaban cantando el himno final y la gente se dirigía hacia la parte de atrás de la iglesia, empujada por la seductora fragancia del café.

      No tardó en acercarse la familia de Axel, y aunque Tara estaba desesperada por escapar de allí, sabía que no tenía ningún lugar al que ir.

      Jefferson, el padre de Axel, fue el primero en alcanzarlos.

      —Cuánto tiempo, hijo —lo oyó musitar Tara mientras le palmeaba la espalda a su hijo. Se volvió casi inmediatamente hacia ella—. Tara, me alegro de verte.

      —Gracias —consiguió contestar con lo que esperaba fuera una amable sonrisa.

      Estaba temblando de la cabeza a los pies, y no porque le tuviera miedo, sino por el importante secreto que guardaba.

      —Hola otra vez, cariño —Emily Clay le dio un beso a su hijo—. Eres un regalo para los ojos. Ya era hora de que pudiéramos verte en un mismo lugar durante varios minutos.

      Si no le hubiera estado mirando con tanta atención, a Tara le habría pasado desapercibida la expresión que por un momento reflejó el rostro de Axel. Una expresión casi de tristeza. Por un instante, olvidó sus propios sentimientos y se concentró en dominar las ganas de posar la mano en la espalda de Axel para mostrarle su apoyo.

      Tara permaneció en medio del alegre círculo que les rodeaba, sonriendo hasta que las mejillas le dolieron. Jefferson y Emily fueron los primeros en salir. Cuando por fin pudieron llegar a la camioneta, Tara estaba tan aliviada de haber podido escapar que tardó algunos segundos en darse cuenta de que Axel parecía tener tanta prisa como ella por marcharse.

      —Tienes prisa.

      —Prefiero que no estemos en un espacio abierto durante mucho tiempo.

      Tara tragó saliva al oírle. ¿Cómo era posible que hubiera podido olvidar ni por un segundo que Axel sólo era su guardaespaldas?

      Miró hacia la ventanilla y parpadeó intentando controlar las lágrimas.

      —Tengo que pasar por la tienda. Con lo de la feria he dejado pendientes algunas tareas.

      —Y no puedes dejarlo para otro momento.

      —No todos nos podemos arreglar con una bolsa de lona como la que tienes tú en tu casa. El caos no está hecho para todo el mundo.

      Axel la miró con expresión divertida.

      —Últimamente no he tenido ningún lugar en el que hacer una buena colada. Y me temo que mis boxer comienzan a echar de menos una plancha.

      Tara recordó inmediatamente la suavidad de los boxers grises que llevaba bajo los vaqueros la noche que había coincidido con él en Braden. Una vez más, sintió un calor intenso en el rostro.

      —En el sótano de mi casa tengo una lavadora y una secadora que puedes utilizar. Pero no quiero que mezcles tu ropa con la mía.

      —No soportas la idea de que tu ropa interior de vueltas junto a la mía, ¿eh? —preguntó Axel, sonriendo.

      Tara se cruzó de brazos y se volvió hacia la ventanilla mientras recorrían la poca distancia que los separaba de la tienda. Axel estaba intentando sacarla de sus casillas, pero no tenía intención de hacerle saber que lo estaba consiguiendo.

      Lo que tenía que hacer era poner distancia entre ellos, y punto.

      —Lo que no soporto es que un hombre dé por sentado que la colada y la cocina son responsabilidad de la mujer.

      Axel detuvo la camioneta en el callejón que había detrás de la tienda.

      —Así que, además de no cocinar nunca, tu padre tampoco sabía cuándo había que echar lejía a la lavadora —aventuró—. Y una vez más, tú estás intentando ponerme la misma etiqueta que a él, aunque no me la merezca —se echó a reír—. Aunque en este caso, reconozco que puedes tener parte de razón. Suelo preferir enviar la ropa a la lavandería. Siempre me ha parecido un dinero bien gastado. Sobre todo porque nunca he sabido planchar la raya.

      A

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