E-Pack Jazmin Especial Bodas 2 octubre 2020. Varias Autoras
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—¿Dónde está él?
—Ha ido al pueblo, con su padre. Pero no te preocupes. Mason ha estado aquí desde entonces.
—¿Tú sabes lo de Mason?
—Sé muchas cosas —le aseguró Emily con calma—. Axel nos ha hablado de tu hermano, querida.
—Lo siento, siento haberos engañado.
—¿Habernos engañado? ¿Por qué dices que nos has engañado? —Emily arqueó ligeramente las cejas.
—Porque Axel y yo no tenemos una relación sentimental.
Curiosamente, la madre de Axel se mostró vagamente divertida.
—Claro que sí. Estáis viviendo juntos.
—Pero sólo porque tiene la misión de cuidarme.
Emily volvió a dejar el libro que estaba leyendo al lado de la cama.
—¿Sabes? Cuando Axel decidió dedicarse a este trabajo, no nos hizo ninguna gracia. Pero ese impulso que le lleva a hacer todo lo que considera que debe hacer no es sólo algo que haya aprendido en esta familia. Creo que lo lleva escrito en los genes… Sin embargo, jamás había traído a ninguna de sus «misiones» a una de las comidas de los domingos. De hecho, eres la primera mujer a la que invita a nuestra casa —le apretó la mano a Tara—. Mi hijo te quiere. Y eso significa que también nosotros te queremos.
Tara no estaba todavía preparada para examinar sus sentimientos. Pero aquella mujer tan amable era la abuela de su hijo.
—Emily —comenzó a decir—, nunca he conocido a nadie como tú. Nunca he conocido una familia como la tuya.
—Bueno, creo que somos una familia como cualquier otra. Unas veces buenos, otras malos y en ocasiones, un poco estrafalarios. Pero estamos juntos cuando nos necesitamos.
—Mi familia no es así.
—¿Sólo tienes a tu hermano?
Tara desvió la mirada. Ya ni siquiera tenía a su hermano.
—Nuestros padres murieron en un accidente de coche hace diez años.
—Así es como perdí yo a mi padre —respondió Emily suavemente—. Pero yo era una niña, y Squire me trajo aquí a vivir con él.
—¿Entonces tú te has criado con…?
—¿Con Jefferson? Bueno, él era algo mayor que yo, pero sí —Emily le apretó la mano y se la soltó—. Pero ya hablaremos de todo esto en otro momento. Ahora lo que tienes que hacer es intentar dormir. Yo me quedaré aquí un poco más. ¿Te molesta la luz?
—No, no me molesta —contestó Tara con voz ronca—. Gracias.
Emily la miró ligeramente sorprendida.
—¿Por qué?
—Mi madre jamás hizo nada como esto. Mi padre no permitía ese tipo de mimos.
—Cariño, a veces hasta los adultos necesitamos que nos mimen —se sentó con el libro en el regazo y se inclinó hacia delante—. Has dicho que no tienes a tu hermano, pero es él el que está insistiendo en que te protejan. Esté a tu lado o no, es evidente que está preocupado por ti. Y al parecer, con razón.
Tara negó con la cabeza.
—Llevo demasiado tiempo viviendo con las paranoias de Sloan. Estoy segura de que ese incendio no ha tenido nada que ver con él.
—Quizá tengas razón. Probablemente mañana Axel tendrá alguna respuesta. Ahora, intenta dormir.
Tara cerró los ojos y cuando volvió a despertarse, ya entraba luz por la ventana. Miró a su alrededor. La mecedora estaba vacía y la luz apagada. La puerta del dormitorio estaba semiabierta y se oía un murmullo de voces. Pero la única que reconoció fue la de Axel.
Miró por la ventana que estaba enfrente de la cama. Vio un paisaje nevado bajo el sol y, un poco más allá, unas rocas escarpadas.
Además de la puerta que conducía al cuarto de estar, el dormitorio tenía otras dos puertas, y las dos estaban cerradas. Abrió una y descubrió que era un armario. La otra, afortunadamente, era la del baño.
Una de las paredes la ocupaba un enorme espejo con un marco de madera. Sintiéndose un poco fisgona, abrió los armarios del baño, pero estaban prácticamente vacíos. No había más toallas que las que colgaban al lado de la ducha, pero encontró pasta de dientes.
Se desnudó, se metió en la ducha, se lavó el pelo para quitarse el olor a humo y salió. Se envolvió en una toalla y abrió la puerta del baño. Prefería ponerse alguna prenda de Axel a tener que vestir aquella ropa con olor a humo.
Pero al ver a Axel en la cama con una bolsa de plástico a su lado se detuvo en seco.
—Yo… —farfulló—, acabo de ducharme. Espero que no te parezca mal.
—Llevo más de una semana utilizando tu ducha, ¿a ti qué te parece?
—Pareces cansado. No has dormido nada, ¿verdad?
—Alguna que otra hora ayer por la noche. Esta mañana hemos ido a buscar entre los escombros —Tara no se dio cuenta de que llevaba una bolsa más pequeña entre las manos hasta que Axel se la tendió—. Me temo que esto es lo único que hemos podido salvar.
Tara tomó la bolsa y la abrió. Además de otros objetos, en el interior había un espejo de mano que había sido de su madre.
—Lo hemos revisado todo lo mejor que hemos podido.
Tara apretó los dientes para no dejar escapar un sollozo.
—¿Quiénes?
—Mis primos, mi madre. Hemos ido todos allí.
Tara lo miró en silencio. Tenía el pelo revuelto y la ropa cubierta de hollín. Se aferró con fuerza al espejo.
—Deberías haberme despertado.
—Necesitabas dormir, y no dedicarte a remover cenizas —suspiró profundamente—. Y a lo mejor yo necesitaba no verte removiendo las cenizas.
Tara sintió un nudo en la garganta. Volvió a abrir la bolsa y sacó un álbum de fotos. Acarició con el pulgar la cubierta negra que en otro tiempo había sido de cuero.
—Lo guardaba en el armario del vestíbulo.
Lo abrió con mucho cuidado. Las páginas crujían a medida que iba pasando las hojas, pero, por alguna especie de milagro, no se habían pegado.
—Gracias —susurró emocionada mientras lo cerraba.
—No me des las gracias. Si hubiera estado… —dijo, se interrumpió y respiró con fuerza por la nariz.