La niñez infectada. Esteban Levin

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La niñez infectada - Esteban Levin Conjunciones

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contaré: encontrarán mundos tenebrosos, pero todo saldrá bien, que nadie se preocupe. Encontraremos un ogro enojado, en un lugar un poco bello y un poco feo. Los ogros organizan fiestas y no te conviene ir, porque te comen con papas fritas. A continuación, el mundo de los unicornios, donde hacen torneos de fútbol, tenis y hockey. Los unicornios van a buscar a otro reino princesas hermosas, las van a escuchar y a amar para siempre.

      También está el mundo de los perfumes, donde todo es oloroso, las cacas son de perfume y todo tiene olor a eso. Después viene el mundo de las papas fritas, casas llenas de papas. Escuchen a la señora Papafrita (allí la voz se entona con otro timbre y Lucía encarna el personaje, saluda a todos e invita a comer).

      Luego, el mundo del alcohol, donde se desinfecta todo lo que hay. El mundo de la cuarentena, donde en las calles a nadie encontrarás. Seguimos por el mundo de los estetoscopios, donde todos son remedios y médicos.

      Llegamos al mundo de los gatitos, ¿quieren escucharlos? (imita el maullido de los gatos). Al final está el mundo de las basuras: es un cesto lleno de todo y las personas son basuras. Pasás al mundo de la luz, donde todo es un foquito. Terminamos en el mundo de las cucharas, pueden escucharlo (toma varias y las hace sonar entre sí). ¡Y gracias a todos!”.

      Como el sueño, las narraciones de los chicos son indomeñables: rompen cualquier moraleja y se abren al placer de la imaginación por el acto de imaginar en sí mismo. La ambigüedad y el sinsentido son los secretos que atesoran los mundos impares que nos relata Lucía con la voz, el cuerpo y los gestos. La videollamada se extiende en el tiempo del cuento, en otro mundo incomparablemente vital en el que es posible reinventar la realidad a partir de lo irreal.

      Lucía toma coraje y acepta el riesgo de enunciar una historia de universos cómplices e imaginarios. Al grabármelo, no solo lo comparte, sino que nos transporta a ellos; viajamos hasta el mundo de los aromáticos perfumes, donde hasta la caca huele bien, pasamos por los gatitos maulladores, las cucharas equilibristas y musicales, los ogros demoníacos pero buenos, el alcohol limpiador y la soledad de la cuarentena, la libertad de los unicornios y el basurero mundo de las personas basura. Mundos imaginarios realizados a la luz del hallazgo que nos precede y anticipa la próxima escena.

      En la siguiente videollamada, comentamos acerca de los mundos imaginarios y Lucía, espontáneamente, propone contar un cuento de un libro elegido por ella. Luego de escucharlo y mostrarlo, el desafío consiste en jugar a dibujar un personaje de la historia, “que sea lo más parecido posible a los dibujos del libro”.

      Ella, al narrar el texto, lo hace con el desparpajo y la insensatez de la primera vez que los lee; la gestualidad, el tono y timbre de voz confirman el estilo y afirman el lenguaje del cuerpo en un espejo múltiple, plural y, a la par, inconsciente. Cada gesto, contado, grabado, conlleva y porta la densidad afectiva de lo infantil que, en acto, se opone al encierro de la imagen corporal. Precisamente, si Lucía es capaz de entrar a la irrealidad, puede disipar los miedos, la angustia y apropiarse de la realidad.

      Entre ambas pantallas constituimos otro tiempo, una zona de experiencia inmaterial, en el umbral de una dimensión simbólicamente desconocida y, paradójicamente, a la vez, sintiente, deseada.

      Lucía crea inventos, vive aventuras, cuenta cuentos –historias narradas, corporales, gestuales, sensibles– mediante los que transmite la pluralidad de un sentir que no es la significación ni el sentido: es habla discontinua, intermitente, abierta a la divergencia y la multiplicidad. Una frontera intermedia, artesanal, rítmica, que atraviesa la palabra y la encarna en la experiencia corporal que la enuncia. En la intensidad indómita, Lucía produce la fuerza infantil, pasional, que pone en juego la diferencia e identidad de cada relato.

CCuriosidadCuriosidad sienten los niños, aprenden desde chiquitos a preguntar “¿por qué?”. Aventuran el placer de hacerlo, se dan cuenta y perciben que las curiosidades son aperturas a descubrir y compartir. Se preguntan por qué el virus no nos deja salir.¿Por qué?... ¿Por qué?... ¿Agota la curiosidad?

      Frente al virus, escenarios de encuentro

      La pandemia nos separa; no podemos tocarnos, la distancia corporal ubica un umbral diferente, visible e invisible a la vez. Todos tomamos precauciones para no contagiar ni ser contagiados. Sin embargo, a través de la videollamada, nos miramos, hablamos y armamos una experiencia juntos. La distancia, el vacío, deviene un encuentro relacional, un entretiempo en el que se despliega otra dimensión, ciertamente desconocida. Sin duda, hay un toque secreto en juego; no tiene un espesor, sino más bien un pliegue. Los niños pliegan el afuera a través de lo virtual, sin materialidad; generan un hueco que aloja el espacio íntimo de una hospitalidad redescubierta cada vez.

      ¿Es posible sostener un encuentro con los niños a través de una videollamada hecha por celular? ¿Cuándo sabemos qué tenemos que hacer? En estas circunstancias, ¿cómo comienza la intuición del encuentro? Podemos percibirlo, si somos sensibles a la experiencia relacional que surge cuando algo que todavía no es tal vez pueda llegar a serlo. Es una sensación provisoria y real sostenida en el encuentro con el otro, que abre las puertas de la imaginación en acto y pone en juego la realidad ficcional. Espero el horario de la videollamada… ¿Qué puede suceder hoy?

      Imágenes en escena: Pablo

      Pablo tiene tres años de edad, hace menos de un año llegó por primera vez al consultorio con un diagnóstico de TEA (trastorno del espectro autista). Resistimos dicha etiqueta diagnóstica (no me detendré en el inicio de todo ese período ni en el tratamiento realizado). En la actualidad, está empezando a hablar y a producir lentamente una experiencia lúdica con mucha más riqueza en una franca apertura hacia el mundo que lo rodea y lo aloja. Con sus padres, sostuvimos varias entrevistas para generar el clima familiar que habilite el espacio lúdico.

      La pandemia y la correspondiente cuarentena interrumpieron nuestras sesiones presenciales y pasamos a sostener encuentros virtuales a través del teléfono celular. La primera imagen que veo en la pantalla –luego de saludar a la mamá – es a Pablo, que muerde un muñeco de peluche, un perrito blanco de ojos saltones. Él me mira de reojo, alcanzo a saludarlo y observo la escena. Intuitivamente, grito: “Ayyy, ayyy, pobre gua-guau, ¿le duele?, lo estás mordiendo…”. Él se detiene, me mira y, en suspenso, expectante, espera… Recurro a un títere del Hombre Araña, lo acerco a la pantalla mientras canto una melodía que lo representa: “Vengo al rescate, no quiero más mordiscos, al perro le duele, voy a defenderlo”. Cuando muevo los dedos en señal de ayuda y tarareo la canción del superhéroe, Pablo, sin dejar de mirar, suelta espontáneamente al perro, se aproxima sonriendo a la pantalla y exclama: “Sííí, sííí”.

      A continuación, toma un dinosaurio de una caja, me lo muestra, lo acerca y lo aleja del celular. Aprovecho ese gesto actuante y tomo un dinosaurio que emite un sonido estridente al ser presionado. Aprieto al muñeco y Pablo se detiene y espera. Nos miramos, entre los “feroces” dinosaurios… ¿Qué está esperando? El tiempo cronológico parece sustraerse, suspendido entre un hacer y el otro, el “entretiempo” da espacio al “entredós” relacional, transferencial. Vuelvo a hacer que mi dinosaurio emita el sonido que inunda la escena, y lo muevo: cada vez más inquieto, el muñeco no se detiene: va de un lado al otro y, en ese movimiento, lo escondo dentro de la remera. Grito: “Uyyyy, uyyy, está en mi espalda… ¡y sigue moviéndose! Ahora está en la panza, va por los brazos” (a medida que describo su trayectoria, lo desplazo por esos lugares).

      El escenario unifica la imagen de la pequeña pantalla; expectantes, estamos atentos a lo que puede suceder. Me detengo a mirar la mano en la que tenía al superhéroe (con la otra, muevo el dinosaurio) y exclamo: “Llamemos al Hombre Araña, así busca al dinosaurio, lo calma y para de gritar y de moverse”. Frente al celular, manipulo al muñeco y al títere, tras una breve pelea, se tranquilizan, atenúo la tensión. Finalmente, terminan amigos, saludan y se

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