Franz Kafka: Obras completas. Franz Kafka

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Franz Kafka: Obras completas - Franz Kafka biblioteca iberica

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que era un monstruo de su especie en cuanto a tamaño y grosor y pareció buscar una pieza determinada en sus muchas subdivisiones; pero mientras buscaba leía también otros papeles que, en ese momento, caían en sus manos.

      —Deseo pedirle un favor y no quisiera que lo interpretase usted mal —dijo Karl aproximándose presuroso al señor Pollunder y posando la mano, para estar bien cerca de él, sobre el brazo del sillón.

      —¿Y cuál es el favor que quiere usted pedirme? —preguntó el señor Pollunder dirigiendo a Karl una mirada franca, exenta de recelo—. Claro que está concedido desde ahora. —Y rodeando a Karl con un brazo lo atrajo hacia sí, colocándolo entre sus piernas.

      Karl lo toleró de buen grado, a pesar de que, en general, se consideraba excesivamente adulto para semejante tratamiento. Pero así resultaba naturalmente más difícil pronunciar su ruego.

      —Y bien, ¿le gusta a usted estar con nosotros? —preguntó el señor Pollunder—. ¿No le parece a usted también que se siente uno, por así decirlo, libertado, aquí, en el campo, al llegar de la ciudad? Por lo general —y una mirada de reojo imposible de ser interpretada erróneamente, medio ocultada por el cuerpo de Karl, fue lanzada hacia el señor Green—, por lo general vuelvo a tener esta sensación nuevamente cada noche.

      «Habla —pensó Karl— como si nada supiera de esta casa grande, de los pasillos interminables, de la capilla, de los aposentos vacíos, de esas tinieblas que hay por todas partes.»

      —Y bien —dijo el señor Pollunder—, ¡venga esa petición! —Sacudió a Karl amistosamente; pero éste permanecía mudo.

      —Le ruego —dijo Karl y por más que bajara la voz resultaba inevitable que aquel señor Green, sentado al lado, lo escuchase todo (y a Karl le hubiera gustado tanto callar ante él aquella petición que, posiblemente, podía interpretarse como una ofensa a Pollunder)—, le ruego que me permita usted regresar a mi casa ahora mismo, durante la noche.

      Y puesto que lo más grave ya estaba dicho, todo lo demás se agolpaba por salir cuanto antes; sin recurrir a la menor mentira, dijo cosas en las cuales realmente ni había pensado antes.

      —Me gustaría, por lo que más quiero en el mundo, regresar a mi casa. Volveré aquí gustosamente, pues allí donde está usted, señor Pollunder, estoy a gusto también yo. Sólo que hoy no puedo quedarme. Ya lo sabe usted, mi tío no me dio de buen grado el permiso para esta visita. Sin duda ha tenido para ello sus buenos motivos como para todo lo que él hace y yo me he atrevido, oponiéndome a su mejor entendimiento, a forzarle, de hecho, a que me conceda el permiso. He abusado, ni más ni menos, de su amor hacia mí. No viene al caso ahora qué reparos puede haber tenido contra esta visita; yo sólo sé, con certeza absoluta, que nada había en esos reparos que pudiera ofenderle a usted, señor Pollunder, a usted que es el mejor amigo de mi tío, el mejor de los mejores. Ninguno puede compararse con usted, ni remotamente, en lo relativo a la amistad que le profesa mi tío. Esto es en verdad la única excusa para mi desobediencia, pero no es excusa suficiente. Puede ser que usted no tenga conocimiento exacto de la relación que media entre mi tío y yo; por lo tanto quiero hablar sólo de lo más evidente y comprensible. En tanto que mis estudios de inglés no hayan concluido y que yo no haya adquirido conocimientos suficientes del comercio práctico dependo enteramente de la bondad de mi tío, de la que, por cierto, puedo disfrutar como pariente consanguíneo. No debe usted creer que ya ahora podría yo, de alguna manera, ganarme el pan de un modo decente... y de cualquier otra cosa líbreme Dios. Es lamentable: mi educación ha sido muy poco práctica en ese sentido. He cursado como alumno mediocre cuatro años de un colegio secundario europeo; y esto para ganar dinero, significa mucho menos que nada, pues nuestros colegios secundarios o gymnasium son muy retrógrados en cuanto a su plan de enseñanza. Se reiría usted si yo le contara lo que he estudiado. Si uno sigue estudiando, si termina el gymnasium e ingresa en la Universidad, seguramente se equilibra todo eso de algún modo y al cabo tiene uno su cultura ordenada, que sirve para algo y que confiere el aplomo necesario para ganar dinero. Pero yo he sido lamentablemente arrancado de la integridad de esos estudios; a veces creo que no sé nada, y finalmente, por lo demás, todo lo que yo podría saber sería poco para los norteamericanos. Ahora, desde hace poco, se instala de vez en cuando en mi país algún gymnasium reformado, donde se estudian también lenguas modernas y acaso las ciencias económicas; cuando yo dejé el colegio primario, esto no existía todavía. Cierto es que mi padre deseaba que yo tomara lecciones de inglés; pero, en primer término, yo no podía sospechar entonces ni remotamente la desgracia que caería sobre mí y hasta qué punto necesitaría yo el inglés; y en segundo lugar tenía mucho que estudiar para el gymnasium, de manera que no me quedaba mucho tiempo para otras ocupaciones. Menciono todo esto para demostrarle hasta qué punto dependo de mi tío y cuánta gratitud le debo, por consiguiente. Usted admitirá sin duda que en tales circunstancias no debo yo permitirme hacer absolutamente nada contra su voluntad, aun en el caso en que sólo presintiera yo que algo lo contrariara. Y por eso, para enmendar aunque sólo fuese a medias la falta que he cometido con él, debo marcharme en seguida a mi casa.

      Durante ese largo discurso escuchó el señor Pollunder atentamente y a menudo, en especial cuando era mencionado el tío, estrechó a Karl, si bien en forma imperceptible, y algunas veces miró con seriedad y como lleno de expectación hacia Green, el cual seguía ocupándose de su billetera. Y Karl, con la mayor claridad que cobraba durante su discurso la conciencia de su posición frente a su tío, se ponía cada vez más intranquilo e involuntariamente intentaba librarse del brazo de Pollunder. Todo allí lo aprisionaba; el camino hacia su tío, a través de la puerta de cristal, por la escalera, por la avenida de árboles, y por las carreteras a través de los suburbios, hasta la gran arteria que desembocaba en la casa de su tío, aparecía ante él como algo rigurosamente unido que estaba preparado para él, vacío y liso, y lo llamaba con voz potente. Confundíanse vagamente la bondad del señor Pollunder y la asquerosidad del señor Green, y de ese cuarto lleno de humo ya no quería para sí sino el permiso de despedirse. Si bien se sentía acabado frente al señor Pollunder, frente al señor Green estaba dispuesto a luchar. Lo llenaba, sin embargo, en derredor un miedo indefinido, cuyos accesos le enturbiaban los ojos.

      Retrocedió un paso y quedó a igual distancia del señor Pollunder y del señor Green.

      —¿No quería usted decirle algo? —preguntó el señor Pollunder al señor Green, y tomó la mano de éste como rogándole.

      —No sé qué podría yo decirle —dijo el señor Green, que finalmente había extraído de su billetera una carta que colocó delante de sí sobre la mesa.

      —Es sumamente loable que quiera volver al lado de su tío y, de acuerdo con toda previsión humana, habría que creer que le causaría con ello una gran alegría. A no ser que su tío ya se hubiera enojado con exceso por su desobediencia, cosa que también es posible. Entonces ciertamente, sería mejor que se quedara. No es, pues, fácil decir nada cierto y definido. Aunque los dos somos amigos de su tío y costaría un gran esfuerzo descubrir diferencias de grado entre la amistad mía y la del señor Pollunder, nada podemos ver de lo que sucede en el corazón de su tío, y mucho menos aún a través de los muchos kilómetros que ahora nos separan de Nueva York.

      —Por favor, señor Green —dijo Karl acercándose a él y venciendo así sus impulsos más íntimos—, según me parece, se desprende de sus palabras que también usted considera que lo mejor para mí sería volver inmediatamente.

      —No he dicho tal cosa, de ninguna manera —repuso el señor Green abismándose en la contemplación de la carta cuyos márgenes recorría con los dedos, de un lado para otro. Parecía querer insinuar así que él había sido preguntado por el señor Pollunder y que a éste le había contestado, mientras que nada tenía que ver en realidad con Karl.

      Entretanto el señor Pollunder se había

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