Didáctica del nivel inicial en clave pedagógica. Daniel Brailovsky
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a) Decirles, sentados en la ronda al comienzo de la jornada, más o menos lo siguiente: “es muy importante compartir con los compañeros los juguetes y otras pertenencias. De este modo, cuando otros niños tengan cosas que a nosotros nos gustan también nos las prestarán, y todos nos sentiremos mejor pudiendo disfrutar juntos de todo ”.
b) Invitarlos a jugar un juego en el cual, para ganar, es necesario pasar e intercambiar objetos con los compañeros del mismo equipo.
c) Esperar al momento en el que surja un conflicto entre los niños, y tratar de demostrarles en la práctica que si establecen (y cumplen) ciertas reglas sobre prestar y compartir, estos problemas pueden resolverse.
d) Contarles un cuento en el que los personajes tienen dificultades para prestar, pero luego logran hacerlo, y así se sienten mejor.
e) Otras… (hay muchas más).
La primera respuesta consiste en comunicar a los alumnos una “verdad”, una idea, algo que queremos que ellos sepan. A primera vista, parece insuficiente como estrategia de enseñanza, al menos para aprender a compartir las pertenencias con los compañeros. Pero tal vez sea una estrategia adecuada para enseñar otro tipo de conocimientos. La segunda opción (proponer un juego en el que esa habilidad es necesaria para participar) resulta interesante y plantea a la vez otras dudas: ¿cómo sabremos si los niños aprenden? ¿Cuánto “control” podremos tener de la enseñanza y las oportunidades de aprender de los chicos, al proponerles jugar en forma libre? De igual forma, las siguientes alternativas presentarán posibles virtudes y problemas.
Respondiendo entonces al interrogante que nos planteábamos inicialmente (¿por qué la didáctica es importante para un maestro?) tal vez ya puede formularse una respuesta: la didáctica es importante porque nos brinda herramientas para pensar los problemas de todos los días y para enseñar mejor, considerando un enorme abanico de alternativas que siempre existen, y comprendiendo las ventajas y desventajas que presenta cada una de esas alternativas. La didáctica es importante, además, porque nos invita a pensar la enseñanza más allá del sentido común, estableciendo relaciones entre lo que pasa en el aula, en la escuela, en el sistema educativo y en el mundo social.
Las personas que deciden ser maestros o profesores cursan carreras en las cuales nunca faltan varios niveles de psicología evolutiva, psicología del aprendizaje o psicología de la educación. Esto se debe a que existe una muy bien fundada suposición que afirma lo siguiente: si deseas enseñar, debes saber algo acerca del aprendizaje que pretendes promover. Pero enseñanza y aprendizaje, aunque estén relacionados entre sí, son cosas muy distintas: la enseñanza es explícita, puede ser organizada, sistemática y está en manos de un maestro que en muchos casos utiliza algún método o algunas técnicas para desarrollarla. El aprendizaje, en cambio, es una experiencia personal e interior que, aunque pueda impulsarse con estudio y práctica, por lo general tiene lugar de una manera más o menos inconsciente o poco controlada. Especialmente en el nivel inicial, donde los alumnos no “estudian”, en modo alguno. Es fácil responder a las preguntas: ¿qué enseñé ayer? ¿Cómo lo enseñé? Pero es mucho más difícil tratar de darnos cuenta cómo, bajo qué circunstancias o influencias, o incluso en qué medida, aprendimos algo. El aprendizaje es algo oscuro y misterioso acerca de lo que es muy difícil saber algo, incluso cuando se trate de nuestros propios aprendizajes. ¿Qué decir entonces acerca de la pretensión de comprender el aprendizaje de otras personas? O peor aún: de comprender el aprendizaje en general, para aplicar ese conocimiento a la experiencia de personas que ni siquiera conocemos todavía. No sólo es absurdo sino que, además, es en cierto sentido violento pretender saber cosas acerca de personas que todavía no conocemos. Esta es una de las razones por las que la didáctica no se limita, como en otros tiempos se creyó, a elaborar métodos de enseñanza justificados en teorías psicológicas del aprendizaje, sino que es una disciplina más amplia y reflexiva que nos ayuda a pensar lo que sucede cuando intentamos enseñar.
Didáctica, enseñanza y curriculum
Feldman define a la didáctica como “una disciplina volcada de diferentes maneras hacia el campo práctico de la enseñanza (o distintas dimensiones de él), que produce una gama variable de conocimientos y que abarca principios teóricos, modelos comprensivos, reglas prácticas, métodos y estrategias articuladas de distinta índole” 2. Retomando lo que ya habíamos dicho sobre la didáctica, podemos reconocer aquí que, entre los tipos de conocimiento que esta definición le atribuye a la didáctica, se hallan los “principios teóricos” y las “reglas prácticas”, que son las dos cuestiones que veníamos señalando. La didáctica, entonces, se ocupa de la enseñanza. Esto no significa que no puedan estudiarse, desde un ángulo didáctico, infinidad de asuntos que también atraviesan las esferas de otras disciplinas. Las fronteras entre didáctica, pedagogía, psicología educativa, sociología de la educación o política educativa, por mencionar sólo algunas de las “ciencias de la educación”, no están allí principalmente para delimitar rígidamente sus objetos de estudio, ni para demarcar territorios, sino para permitirnos abrir la mirada, y construir un pensamiento más completo y más complejo.
En cuanto a la enseñanza, para definirla es más o menos imprescindible tener en cuenta esa otra cuestión que, aunque diferente, está íntimamente relacionada: el aprendizaje. Porque enseñar es, en principio, ayudar a otros a aprender algo. Y podríamos decir que la enseñanza es ese esfuerzo que realiza el enseñante por ayudar a aprender algo a alguien que, por alguno de los muchos motivos disponibles (deseo, obligación, necesidad), se presta a asumir ese compromiso.
Para Fenstermacher, la enseñanza es “un acto entre dos o más personas, una de las cuales sabe o es capaz de hacer más que la otra, comprometidas en una relación con el propósito de transmitir conocimientos o habilidades, de una a otra” 3. Parece una definición bastante sencilla e intuitiva. Pero sorprenderá descubrir los complejos planteos que pueden hacerse sobre esta definición. Hay, por ejemplo, una manera muy conocida de representar estos tres componentes de la definición (el que enseña, el que aprende, lo que es enseñado): el llamado triángulo didáctico.4 Se lo dibuja del siguiente modo:
Hay, claro, una serie de cuestionamientos y reformulaciones de este esquema 5. Por ejemplo ¿por qué pone los tres términos en forma equivalente, si dos de ellos son personas y otro es un elemento de diferente naturaleza? ¿Por qué representa al contenido (conocimiento) como una “cosa” independiente, si nunca podría existir sin los sujetos que “conocen”? ¿Dónde quedan las otras variables involucradas en la enseñanza, como las razones por las que se enseña, el contexto, los métodos de enseñanza, las estrategias para averiguar si el alumno efectivamente aprendió?
Fenstermacher y Soltis proponen una fórmula que aspira a representar la situación de enseñanza en forma genérica, incluyendo algunos de los elementos que en el triángulo se omiten. Su fórmula contiene cinco elementos: el profesor (indicado con la P), el estudiante (indicado con la E), el contenido a ser enseñado (representado por una x), la finalidad, objetivo o motivación de la enseñanza (que aparece como una letra y) y finalmente las acciones que P desarrolla para que E se apropie de X. Estas acciones se expresan con la letra griega Phi, cuyo símbolo es: φ. Así, la formula “D φ Exy” podría traducirse en la frase: el profesor (P) enseña (φ) a los estudiantes