2000 años liderando equipos. Javier Fernández Aguado

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2000 años liderando equipos - Javier Fernández Aguado Directivos y líderes

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la tradición cristianas. No sé si puedo explicarme bien en vuestra… nuestra lengua italiana. Si cometo un error, vosotros me corregiréis. Y así me presento ante vosotros para confesar nuestra fe común, nuestra esperanza, nuestra confianza en la Madre de Cristo y de la Iglesia, y también para empezar a andar de nuevo por este camino de la historia y de la Iglesia, con la ayuda de Dios y con la ayuda de los hombres». Fue el fecundo pontificado del diálogo con el islam, de la reconciliación con el pueblo judío, la entrada expansiva del cristianismo en el tercer milenio o la caída del comunismo.

      La predicación de Jesucristo sigue manifestándose en múltiples modos a lo largo y ancho del planeta. Quienes gozan de la fe saben que es el Hijo de Dios. Los carentes de esa luz lo vislumbran como un sabio que exteriorizó la más sublime antropología para un mundo ahíto de complejidades. Su figura ofrece consuelo y esperanza. Imaginemos el poder de sus bizarras palabras en un entorno donde la existencia era generalmente corta y cruel. Alguien habla por y para quienes no tienen voz, les hace valiosos solo por existir, diferenciándolos como individuos y convirtiéndolos en parte de una valiosa comunidad. Y paga el más alto precio por ello. Su paradigma es tan poderoso e inagotable que sigue influyendo en individuos que no creen en su divinidad. Es un mensaje que no caduca. Atañe a lo que somos.

      Jesucristo conocía la escritura –durante la petición de la lapidación de la adúltera consigna en la arena algo que borra (Juan VIII, 1-11.)–, pero no redactó sus hechos. Los apóstoles universalizan su mensaje. Plasmaron el mensaje por escrito, en una sociedad donde aún pervivía la oralidad por los incontables analfabetos y por cuyas trochas, como hoy, deambulaban demasiados iluminados.

      Ha sido inaugurada una historia apasionante en cuyos hontanares vamos a aprender. San Pablo, tras su conversión es el mejor director comercial que cualquier organización podría apetecer. Recorre el mundo notificando su tránsito de perseguidor a predicador.

      Algunas enseñanzas

       El ejemplo habla más alto que ningún discurso

       Una vida modélica arrastra a la munificencia

       El coach escucha antes de hablar. Evita ser dicharachero

       Las personas son lo primero

       Proponer retos no implica prometer utopías

       Una antropología adecuada es un mapa esencial para acertar en las decisiones

       Cuando un modelo es bueno, aunque se denigre lo que no gusta se acaba por imitar

       Las normativas precisas han de ser aplicadas en función del bien de los individuos

       Las organizaciones son para las personas, no las personas para las organizaciones

       La verdad de las propuestas del fundador de la fe de la Iglesia se ha manifestado de múltiples maneras a lo largo de los siglos y resulta indecente pretender que la proposición específica de uno de sus seguidores sea única, exclusiva y superior

      La audacia del pionero

      San Pacomio (287-346)

      San Pacomio. Fuente: Wikimedia Commons.

      Pacomio, nacido en el 287 en Egipto, comenzó su experiencia profesional como militar en el Ejército de Magencio. Con ocasión de un viaje a Alejandría se convirtió al cristianismo. Viviría como ermitaño. Innovó con una regla bajo la cual se regirían sus prosélitos, monjes que subsistirían gracias al trabajo. Pacomio es el pionero del lema ora et labora de san Benito. En su tiempo, como en todos, algunos asumían costumbres heteróclitas para los amantes de lo instituido. Fue el caso de san Simón, denominado el Estilita, que sobrevivió largos meses encaramado en una columna (stilos: pilastra en latín) a la que le portaban alimentos.

      En el anhelo de llegar al Ser Supremo, la vida solitaria y la cenobítica no siempre han establecido clarísimas líneas rojas. En Egipto, al igual que en otros enclaves del Norte de África, a partir del siglo III se dieron dos alternativas con características no definitivamente perfiladas. Debatir, como en ocasiones se ha hecho, sobre cuál de las opciones es más perfecta resulta una perogrullada. Como la hermenéutica –ahora conocida como post verdad– lo justifica todo, algunos juzgarán que la vida cenobítica era mejor para los principiantes y la eremítica para los avanzados. Otros, al revés. Lo relevante es que cada persona encuentre su lugar en el ciclo de la vida, personal y profesional, y también en su camino hacia Dios.

      Es quimérico un proyecto íntegramente definido desde el primer momento. Los bocetos van ajustándose a las servidumbres de lo real. En sus albores, Pacomio no albergaba el propósito de crear algo inextinguiblemente novedoso y rompedor. Fue un proceso iniciado por él y desarrollado por sus partidarios lo que pone en marcha el concepto de koinonía, la comunidad. Fueron perfilando una existencia monástica impregnada de afecto fraterno.

      Entre sus primeros seguidores se contó Teodoro, vástago de una relevante familia de la ciudad de Sne, quien, para cuando conoció a Pacomio, ya pertenecía a una comunidad de ascetas. Aunque el mejor número de personas para dirigir un proyecto es impar y siempre inferior a dos, no está de más contar con un alter ego que en última instancia sirva como rodrigón o coach. En el caso de Pacomio, Teodoro se trocó en apoyo para sobrellevar los óbices iniciales, particularmente los que asoman en el lapso más significativo de expansión, entre el 329 y el 340.

      Es habitual juzgar que la época que a cada uno le toca vivir es la más compleja. Esto habla más de nuestra arrogancia que de los tiempos; demasiados pánfilos siguen considerando que el mundo comenzó cuando ellos alcanzaron el uso de razón y desaparecerá cuando fallezcan. En el siglo IV en Egipto, como en tantos entornos y lugares antes y después de Pacomio, la descomedida glotonería de la Hacienda pública condujo a la proliferación de funcionarios. Las nóminas dependientes del Estado eran mayores en número que las de quienes contribuían al sostenimiento de la administración con trabajos productivos. En la primera mitad del siglo IV se duplicó la recaudación. La consecuencia cuando así acaece es siempre una recesión económica. Con ella tuvo que bregar nuestro protagonista.

      Juan Casiano (360-435) distinguiría, con matices que el idioma griego facilita entender, entre el telos del monje, el reino de los Cielos; y el skopos, la vía para lograrlo. A saber, la pureza de corazón y la caridad. La vida en común se columbra, según estas coordenadas, como el camino más seguro para orientarse al Cielo. Con normativa austera, se marcó que el espacio que debería ocupar cada individuo dentro de los cenobios sería de quince por doce metros distribuidos en dos habitaciones, una para capilla y otra para trabajo manual, sin disponer privadamente ni de cocina ni de letrinas. Se valoró la conveniencia de contar con sala para reuniones, instalaciones de agua y oratorio común.

      La evolución frente a los eremitas cuajó en múltiples aspectos, también en el del ascetismo, y disponían de relativa independencia incluso para la administración de bienes. Algunos, tras aceptar donativos comenzaron negocios cuasi bancarios como prestamistas. Con los medios allegados invertían en la redención de cautivos o realizaban donaciones. En la koinonía, por el contrario, el grupo predominaba sobre el individuo. La gestión de recursos estaba socializada, las finanzas eran comunes sin que cada miembro pudiera tomar decisiones particulares. La propiedad era compartida, al igual que la planificación de los procesos de producción y los frutos. A unos y a otros se les reclama responsabilidad respecto a los fines, pero los senderos son diversos. Con el tiempo, los caminos se irían puntualizando, sin desaparecer las mutuas influencias. De los eremitas nacieron los cenobios y de los cenobios procederían los futuros eremitas.

      Toda

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