2000 años liderando equipos. Javier Fernández Aguado
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Quizá le faltó en alguna ocasión mano izquierda para fustigar sin enfurruñar a sus interlocutores: «Apenas nace el niño, el padre busca todos los medios imaginables, no para educarlo, sino para adornarlo y vestirlo con ropas de oro. ¿A qué fin le pones un adorno en torno al cuello? Lo que el niño necesita es un ayo escrupuloso que lo eduque, pero no entorchados de oro. Además, le dejas el cabello por detrás, con lo que ya desde el principio afeminas al niño con figura de niña. Infundiéndole desde que nace el amor a las riquezas, muchos les cuelgan pendientes de oro en las orejas. ¡Ojalá no los emplearan ni las niñas mismas! Y vosotros introducís esa peste entre los varones».
Eran frecuentes sus diatribas contra la petulancia: «nada bueno proviene de la vanagloria –peroraba– y quien se somete a ella sufre y hace sufrir, es dueña de quienes le abren sus puertas y se torna más inmisericorde que cualquier dictador». Entre los discípulos del Crisóstomo se contaron personajes relevantes como Isidoro, abad de Pelusium; Nilo el Viejo, primer prefecto de Constantinopla y luego monje en el Sinaí; o Palladio, obispo de Asia Menor.
Algunas enseñanzas
La familia es entorno esencial para el desarrollo equilibrado de las nuevas generaciones
Los maestros no se improvisan
Es aconsejable alejarse de entornos donde la ética es difícilmente vivible
Quienes llegan al gobierno probablemente lo harán mejor si no han estado obsesionados por lograrlo
Horas non numero nisi serenas, o el tiempo valioso es aquel que deja un poso de paz
El dinero es palanca que mueve el mundo
Quienes han de atender a los demás no pueden estar centrados en sus riquezas
Convivir implica ceder
El poder es afrodisíaco difícil de domar
Pares cum paribus facile congregantur, o se reúnen con facilidad quienes desarrollan expectativas símiles
La normativa ha de ser
sólida y aplicable
San Benito de Nursia (480-547)
San Benito de Nursia, de Antonio de Comontes, s. XVI. Fuente: Museo Lázaro Galdiano, Madrid.
San Benito nació en Nursia en el 480, gemelo de quien llegaría a ser santa Escolástica, y falleció en Montecassino en el 547. Benito se fortaleció desde joven gracias al esfuerzo. No se anduvo con chiquitas; para vencer una tentación sexual se revolcó en unas zarzas. Estudió en Roma y tras residir en Efinde se estableció como eremita cerca de Subiaco. Viviría en una cueva de esa localidad, como siglos después lo haría Ignacio de Loyola en Manresa. Al conocer de su existencia algunos decidieron agregárselo llegando a fundar doce monasterios. Conscientes de su valía, le ofrecieron la dirección de uno preexistente cercano a Vicovaro, pero cuando experimentaron su exigencia trataron de envenenarle. Él les perdonó, pero… regresó a Subiaco.
Aprovechando los cimientos de un antiguo templo pagano fundó Montecassino en torno al 525 y sus primeros colaboradores fueron san Plácido y san Mauro. Allí redactó normas que han trascendido el tiempo. Parte de la inspiración procede de un texto sin autor conocido, denominado la Regla del Maestro. También tomó san Benito de lo prescrito por san Agustín y por Juan Casiano. Muchos le consideran la culminación de un proceso comenzado en Egipto en el siglo IV. Benedictinos, cistercienses, cartujos y otros se inspirarán en esa reglamentación.
Montecassino sería destruido cuarenta años después del fallecimiento de san Benito. Los lombardos saquearon a conciencia el cenobio, pero los monjes escaparon hacia Roma llevándose una copia de la regla. Pelagio II, papa reinante, les permitió erigir un monasterio junto a la basílica de Letrán. Allí residieron hasta que regresaron a Montecassino. La consolidación lograda por los abades Valentiniano y Simplicio, discípulos de San Benito, impulsó a solicitar la creación de una familia monástica. Un potentado romano, de nombre Gregorio, les proporcionó unas posesiones en Monte Celio para que construyesen un monasterio dedicado a san Andrés. Él mismo se sumó como monje. Llegaría a ser papa y biógrafo de san Benito con el nombre de san Gregorio Magno.
Los tipos de organización que habían ido configurándose hasta el momento eran:
Cenobitas, que residen en un monasterio y obedecen una regla interpretada por un abad. En ellos se inspiró San Benito.
Anacoretas, quienes tras un tiempo de probación en el monasterio prosiguen su ascenso hacia Dios en solitario.
Sarabaítas, fieles al mundo, pretenden engatusar con su tonsura. Viven en tándem o por tríos, sin pastor al que obedecer. Califican de santo lo que les agrada.
Giróvagos, que viven como jipis palurdos sin estabilidad. Su descamino más habitual es la gula.
San Columbano había publicado una regla antes de san Benito. La protección de los reyes merovingios podría haber inclinado a que se extendiese más que la de san Benito. Sin embargo no sucedió así. Según Mabillón, analista benedictino, la regla de san Benito ha alcanzado más seguimiento por su excelencia y el elogio que mereció del papa san Gregorio Magno.
El conjunto manifiesta un admirable espíritu de mansedumbre y firmeza, gobierno paternal y espíritu de familia, prueba severa del noviciado, votos indisolubles y rigor, justo equilibrio del poder confiado a uno solo emanado del sufragio de la comunidad, sentimiento de concordia e igualdad entre los hermanos, práctica de la hospitalidad y cuidado de los enfermos. Impulsaba al trabajo manual como triaca para sortear haraganes, alejaba el fantasma del maullar de las tripas mediante la laboriosidad estratégicamente orientada, promovía la industria con artes y oficios, subrayaba la relevancia del estudio. Entreabría lo que se iría configurando como cultura europea. Todo ello empapado por el oficio divino, la obra de Dios (opus Dei), que junto al resto del culto litúrgico era mimado.
Un abad debía ser un dechado de virtudes, respondiendo al nombre asumido, que hace referencia a Dios mismo. No improvisaba ordenanzas; la responsabilidad de los superiores consistía en facilitar el camino a los demás. Había de tener presente la cuenta que pedirá el Creador. Debía enseñar más con su proceder que con palabras, lo cual no excluye que se impusiese la necesaria disciplina. No debía hacerse acepción de personas, inclinándose por la meritocracia. El superior había de reprender a los díscolos, exhortar a los mansos y pacientes, y castigar a los negligentes y arrogantes. Normas