III Diálogo entre las ciencias, la filosofía y la teología. Volumen II. María Lacalle

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III Diálogo entre las ciencias, la filosofía y la teología. Volumen II - María Lacalle Razón Abierta

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contra el lienzo en busca del «Rostro de los rostros» —en palabras del propio autor—, un camino que continúa cuando san Juan Pablo II le encarga, en 1993, la dirección del Centro Aletti (Roma) como centro de arte e investigación que redescubra la «expresión de esa teología a dos pulmones de la que puede sacar nueva vitalidad la Iglesia del tercer milenio» (Apa, Clément y Valenziano, 2002, p. 7). Se trata de un taller de arte sacro donde convergen tradición oriental y occidental, donde las teselas de los mosaicos sintetizan la teología desde los escritos patrísticos a la actualidad, partiendo al mismo tiempo de modelos gráficos paleocristianos, bizantinos y románicos. En estas épocas, Rupnik inspira no solo fórmulas de representación, sino también un modo de trabajo coral en el que se afirman por igual el trabajo individual anónimo y el resultado colectivo.

      Color y materia sirven a la abstracción de sus pinturas y a la figuración de los mosaicos, porque, para Rupnik, la contemplación del arte actual no debe reducirse a la contraposición abstracción-figuración, sino que estas debieran verse como dos vías paralelas con un mismo fin: expresar las preguntas últimas del hombre y responder a su necesidad de significado. En última instancia, la relevancia de una obra está en su función y finalidad, en su relación con el destino del hombre herido por la Belleza. La renovación del arte sacro actual que propone Rupnik podría considerarse, en definitiva, una respuesta a la invitación de san Juan Pablo II de «redescubrir la profundidad de la dimensión espiritual y religiosa que ha caracterizado el arte en todos los tiempos, en sus más nobles formas expresivas […], la invitación a adentrarse con intuición creativa en el misterio del Dios encarnado y, al mismo tiempo, en el misterio del hombre» (1999, n. 14).

      EL SUBJETIVISMO EN EL ARTE CONTEMPORÁNEO

      En términos generales, el subjetivismo emerge como una de las características propias de las manifestaciones artísticas en la actualidad. Así lo expresa Rupnik en muchas ocasiones: «Hoy vivimos en un mundo marcado profundamente por el subjetivismo y la autoafirmación a nivel de la forma. Se intentan inventar nuevas formas expresivas, porque cada uno trata de expresarse a sí mismo de manera propia» (Špidlík y Rupnik, 2003a, p. 24). Es decir, el arte se convierte primordialmente en expresión del artista, de una cultura particular o de una afirmación del detalle, considerados con una gran autonomía (Rupnik, 2005a, pp. 580-581). Se imponen el predominio del yo y la confesión, a veces, violenta del sentimiento individual. Como señala Ortega y Gasset, en la que él llama la deshumanización del arte, «el artista se ha cegado para el mundo exterior y ha vuelto la pupila hacia los paisajes internos y subjetivos» (1987, p. 79). El arte actual se revela como un arte experiencial, creador de sensaciones fuertes en el espectador. Es decir, en muchas ocasiones, el artista actual trata de buscar no solo su expresión, sino la reacción en el público que contempla sus obras (Lipovetsky y Serroy, 2015, p. 237).

      El gran impulsor de estos paisajes interiores en la obra de arte es Van Gogh, al defender, en palabras de Rupnik, que el criterio de lo verdadero es el sentimiento, que encuentra su sincera y adecuada expresión en la obra, por lo que el horizonte último de este pintor postimpresionista «se desplaza desde el mundo visivo externo hacia el mundo del sentir interior». El director del Centro Aletti señala que este protagonismo del sentimiento en las obras de Van Gogh se presenta claramente en los autorretratos, donde la verdadera identidad es la que el propio pintor dibuja, fiel a cómo se siente, «pero, como el propio sentir es inquieto, ningún retrato agota su expresión. En cuanto se termina un autorretrato, ya ha dejado de corresponderse con el propio sentir. Entonces se comienza otro» (Špidlík y Rupnik, 2003b, p. 88).

      La expresión, por tanto, nace del corazón del artista, que ve y siente la realidad circunstante fundida con la propia. Así, la fuerza expresiva del arte no solo participa de la realidad, sino que contiene también un juicio emotivo sobre ella (Babolin, 2000, p. 125). En efecto, lo que mueve a pintar a Vincent Van Gogh, como escribe a su hermano Theo, es «la emoción y la sinceridad del sentimiento ante la naturaleza», de modo que rehúye reproducir con exactitud aquello que ve, y se sirve arbitrariamente del color para expresarse con más fuerza (2009, pp. 253 y 276).

      Rupnik indica que Van Gogh abre la puerta a un desarrollo del sentimiento, cuya evolución era inesperada (Rupnik, 2009, p. 64). De hecho, la influencia de Van Gogh en artistas posteriores es muy marcada. Un ejemplo de ello es su incidencia en el fauvismo. Junto con Gauguin, Van Gogh se eleva como la principal fuente de inspiración de este movimiento artístico. En general, los pintores fauvistas manifestaron gran admiración hacia ambos artistas. Así, el director del Centro Aletti señala que Matisse, sobre la estela de Gauguin y Van Gogh, vuelve a manifestar cada vez con más fuerza la pureza del color (Rupnik, 1987, p. 3). Ciertamente, a pesar de la heterogeneidad existente entre los fauves, en todos ellos se alza como elemento principal la expresión de la personalidad de cada uno. El dinamismo, el lirismo del color, la manifestación de las sensaciones a partir del color puro o la intensidad emotiva han sido algunas de las enseñanzas que Van Gogh transmite a los fauves (Crepelle, 1962, pp. 37 y 40). La primacía de la comunicación del artista se refleja con claridad en los escritos del propio Matisse:

      Persigo por encima de todo la expresión [...]. No soy capaz de distinguir entre el sentimiento que tengo de la vida y la manera como la traduzco. Para mí, la expresión no reside en la pasión que está a punto de estallar en un rostro o que se afirmará con un movimiento violento. Se encuentra, por el contrario, en la distribución del cuadro; el lugar que ocupan los cuerpos, los vacíos a su alrededor, las proporciones, todo juega un papel concreto. La composición no es más que el arte de disponer de manera decorativa los diversos elementos con los que un pintor cuenta para expresar sus sentimientos (2010, pp. 50-51).

      El principal representante del fauvismo subrayará en otras muchas ocasiones esta preeminencia del subjetivismo, la importancia de la relación del objeto con el artista, así como la capacidad de organizar sus impresiones y sus emociones en la obra final (Matisse, 2010, p. 146).

      La expresión de las emociones a través del color puro se aprecia asimismo en otro de los principales movimientos artísticos de las vanguardias: el expresionismo, aunque se pueden establecer diferencias con el fauvismo. Los fauvistas se interesarán más por los aspectos formales y decorativos de la expresión, mientras que los expresionistas alemanes se centrarán, principalmente, en los aspectos simbólicos y emotivos, y buscarán en muchas ocasiones la perturbación (Giorgi, 1988, p. 50). El color es aplicado incluso con más fuerza y desenfreno para rechazar así con mayor intensidad la exactitud con la realidad y acentuar la distorsión (Hoffmann, 1962, p. 226). Los expresionistas enfatizan lo trágico, lo sombrío, lo antisocial y lo degradado, y se preocupan por mostrar su angustioso o esperanzado estado en el mundo. Concretamente, Rupnik recalca que Munch, considerado precursor del expresionismo, es el artista que en primer lugar ha trasladado al lienzo los gritos y los silencios de angustia de los jóvenes frente a una civilización despersonalizada y moralista (Rupnik, 1997, p. 138).

      El director del Centro Aletti explica que el expresionismo afirma con violencia la exclusividad del sujeto y el valor de su emotividad (Govekar, 2013, p. 39). En este sentido, Van Gogh es considerado también el padre del expresionismo porque la idea básica de este movimiento fue la exploración de la vida interior del hombre (Zigrosser, 1957, pp. 5-9 y 21). La afirmación del individualismo es su principal característica. Por ello, no ha podido existir grupo ni movimiento que encarne de manera apropiada el expresionismo, sino que cada uno de los artistas genera su propio estilo. El valor colectivo del arte desaparece y se impone la confesión del sentimiento individual con tal violencia que genera la deformación expresiva (Stangos, 2000, p. 43).

      Esta confesión de la intimidad del artista a través de su obra se produce en muchos casos también en la actualidad, lo que ha llevado a Rupnik a trazar un paralelismo entre el arte actual y el sacramento de la confesión. Así, explica que se trata de «un corazón cambiado, es un grito de la verdad existencial comprometida y doliente del hombre de hoy. Por ello, es un arte que debe ser respetado y acogido como el confesor acoge la confesión» (Rupnik, 2013, p. 27).

      La influencia de

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