E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis
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El cachorro dio un ladrido de alegría y salió disparado hacia la pelota. Como siempre, el mayor problema fue el frenado, y se pasó de largo. Para corregir su trayectoria, volvió sobre sí mismo bruscamente, derrapó y se deslizó hacia la pared. Después, se recuperó y corrió de nuevo hacia la pelota.
Pero no se la llevó a Kylie. La tomó con los dientes y se fue rápidamente a la trastienda. Seguramente, se llevaba su tesoro a la camita.
–Sí, se le da estupendamente el juego –dijo Joe con una expresión seria.
–Todavía estamos trabajando en ello –respondió ella.
Justo en aquel momento, un hombre salió de la parte trasera del local y se reunió con ellos en el mostrador.
Gib era su jefe y su amigo, y el hombre del que había estado enamorada mucho tiempo, aunque él solo sabía las dos primeras cosas, porque a ella nunca le había parecido buena idea salir con su jefe. Además, él nunca se lo había pedido. Era el dueño de Maderas recuperadas, y Kylie le debía mucho. Él la había contratado cuando ella había decidido seguir los pasos de su abuelo y ser ebanista. Gib le había dado la oportunidad de ganarse una excelente reputación. Era un buen tipo, y tenía todas las cualidades que debía tener un hombre, en su opinión: era bondadoso, paciente y dulce.
En otras palabras, lo opuesto a Joe.
–¿Algún problema? –preguntó Gib.
–Estaba intentando hacer una compra –dijo Joe, señalando el espejo con un gesto de la cabeza.
Gib miró a Kylie.
–Te dije que era extraordinario.
Gib casi nunca hacía cumplidos, y Kylie se sorprendió. Después, se puso muy contenta.
–Gracias.
Él asintió y le apretó la mano. Aquello la dejó sin palabras, porque… él nunca la tocaba.
–Pero el espejo ya está vendido –le dijo a Joe.
–Sí –respondió Joe, aunque no dejó de mirar a Kylie ni por un momento–. Eso ya lo he entendido.
De repente, había cierta tensión en el ambiente, una tensión extraña que Kylie no supo entender. Sus padres eran adolescentes cuando ella nació, así que se había criado con su abuelo. Había aprendido cosas poco habituales para una niña, como, por ejemplo, a manejar un cepillo de mesa o una regruesadora sin perder los dedos, y a hacer apuestas en las carreras de caballos. Además, se había hecho una persona introvertida. No se abría con facilidad a los demás y, por ese motivo, nunca se había dado el caso de que hubiera dos tipos interesados en ella a la vez. De hecho, durante largas temporadas, no había habido ningún tipo interesado.
Así pues, con el beso de Joe todavía dándole vueltas por la cabeza, que Gib mostrara interés después de años hizo que se sintiera como una adolescente con pánico. Señaló la trastienda con el dedo índice.
–Yo, eh… tengo que irme –dijo, y salió corriendo como si tuviera doce años en vez de veintiocho.
Capítulo 2
#SiLoConstruyesÉlVendrá
Una vez a solas, Kylie se apoyó en la puerta del taller y se tapó la cara ardiente con las manos. «Bien hecho, Kylie. Has quedado estupendamente».
–¿Qué te pasa? –le preguntó Morgan, la nueva aprendiza de Gib. Era una muchacha que, después de algunos encontronazos con la ley, había conseguido encauzar su vida y, aunque no tenía experiencia en la ebanistería, tenía mucho entusiasmo por aprender.
–Nada –murmuró Kylie–. No he dicho nada.
–No, pero has gemido un poco.
Kylie suspiró y se acercó a la mesa donde tenían la cafetera para servirse una taza de café.
–¿Sabes lo que me pasa? Que los hombres existen. Los hombres son lo que tiene de malo la vida.
Morgan se echó a reír como si estuviera de acuerdo y siguió apilando piezas de teca para un proyecto de Gib. Aparte de eso, el enorme taller estaba en silencio, porque los otros dos trabajadores tenían el día libre. Reinaba la calma.
Kylie pasaba muchas horas allí. Para ella, aquel lugar era como un hogar que la reconfortaba. Sin embargo, aquel día no sentía aquella paz, pese a estar delante de su banco de trabajo con varios proyectos pendientes y con Vinnie acurrucado a sus pies, mordiendo la pelota. Intentó concentrarse en el trabajo. Tenía que hacer el tablero de una mesa con una pieza de caoba.
Gib entró al taller. Era un hombre grande y estaba en buena forma gracias a todo el trabajo físico que tenía que hacer en su profesión. Era tan guapo que muchas mujeres suspiraban por él, y Kylie nunca había sido inmune a él, ni siquiera cuando eran jóvenes. Él le hizo una señal para que apagara la máquina con la que estaba trabajando.
–¿Qué pasaba ahí fuera? –le preguntó.
–¿A qué te refieres?
–A esas vibraciones –dijo él, señalando con un gesto de la barbilla hacia la tienda–. ¿Hay algo entre Joe y tú?
–Claro que no –dijo ella. Como estaba muy nerviosa y necesitaba hacer algo con las manos, se sirvió otra taza de café mientras Gib la observaba.
Lo conocía desde que estaba en el colegio, y sabía interpretar la expresión de su rostro: era feliz, tenía hambre, le apetecía hacer deporte, estaba concentrado en el trabajo y estaba enfadado. Aquel era su repertorio. Ella sabía que también tenía una expresión de lujuria, pero nunca la había visto.
Sin embargo, en aquel momento, su expresión era completamente nueva e indescifrable.
–Voy a hacer una barbacoa después del trabajo –le dijo Gib–. Deberías venir.
Ella se quedó mirándolo con asombro.
–¿Quieres que vaya a tu casa a cenar?
–¿Por qué no?
«Sí, claro, ¿por qué no?». Llevaba tanto tiempo esperando a que le pidiera que saliera con él, que no sabía qué hacer. Miró a Morgan, que, disimuladamente, le hizo un gesto de aprobación estirando los pulgares hacia arriba.
–Bueno –dijo Gib–, ¿vas a venir?
–Claro –respondió ella, tratando de utilizar el mismo tono despreocupado–. Muchas gracias por invitarme.
Él asintió y se fue hacia su puesto, donde estaba haciendo una estantería que parecía un roble. Sus creaciones eran preciosas y cada vez tenían más demanda. Estaba haciendo realidad su sueño, algo que le había enseñado el abuelo de Kylie cuando Gib era su aprendiz.
Ella se giró hacia su mesa. Estaba haciéndola para uno de los clientes de Gib, porque él había tenido la amabilidad de recomendársela a ese cliente.
Después