E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis
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Cerró con llave el taller, metió a Vinnie en el transportín con sus juguetes y tomó su bolso de la estantería que había debajo del mostrador. El bolso se había inclinado y el contenido había caído al suelo. Al recogerlo, se dio cuenta de que le faltaba algo: su pingüino.
Era una talla de unos diez centímetros de longitud que le había hecho su abuelo hacía años; era lo único que conservaba de él y siempre lo llevaba consigo, como si fuera su amuleto. Si tenía aquel pingüino, su último lazo con su abuelo, todo iría bien.
Pero había desaparecido. Lo buscó por toda la tienda, pero no lo encontró. Con un nudo de pánico en la garganta, llamó a Gib, pero él tampoco lo había visto. Llamó a Morgan, a Greg y a Ramon, los otros dos ebanistas, pero nadie había visto su pingüino. Volvió a llamar a Gib.
–No está por ningún sitio.
–¿No te lo has dejado en alguna parte y se te ha olvidado? –le preguntó él, en un tono racional.
–No. Sé dónde estaba: en mi bolso.
–Aparecerá mañana –le dijo él–. A lo mejor está con esa regla que me perdiste la semana pasada.
Ella se sintió frustrada.
–No me estás tomando en serio.
–Claro que sí –dijo él–. Estoy preparando todo para la barbacoa, haciendo mis famosos kebabs. Para ti. Así que vente para acá.
–Gib, creo que alguien me ha robado el pingüino.
–Mañana por la mañana te ayudo a buscarlo, ¿de acuerdo? Lo encontraremos. Vamos, ven ya.
–Pero…
Pero nada, porque él ya había colgado. Kylie miró a Vinnie.
–No me ha hecho ni caso.
Vinnie estaba muy cómodo en el transportín, y se limitó a bostezar.
Ella suspiró y salió de la tienda. Al atravesar el patio, se relajó. Adoraba aquel edificio. Notó el empedrado bajo los pies y observó la gloriosa arquitectura de aquello que la rodeaba: las ménsulas de ladrillo y la viguería de hierro, los enormes ventanales.
Había humedad en el ambiente. Estaba anocheciendo y las guirnaldas de luces que habían colocado en los bancos de hierro forjado que había alrededor de la fuente estaban encendidas.
Kylie pasó por delante de la Tienda de Lienzos y de la cafetería, que ya estaban cerradas, como la mayoría de los locales.
Sin embargo, el pub sí estaba abierto, y ella decidió parar un momento. Casi todas las noches, alguna de sus amigas estaba allí. Aquella vez encontró a la administradora del edificio, Elle, a la hermana de Joe, Molly, y a Haley, que era optometrista y tenía la óptica en el segundo piso.
Sean, uno de los propietarios del pub, estaba detrás de la barra. Estaba muy moreno, porque había hecho un viaje a Cabo con su novia Lotti, y acababan de volver. Sean sacó una galleta para perros de un frasco que tenía debajo de la barra y se la dio a Vinnie.
Vinnie se la tragó entera.
–¿Lo de siempre? –le preguntó a Kylie.
–No, esta noche, no. No me voy a quedar. Aunque… bueno… ¿Un café rápido?
Elle y Molly llevaban traje. Elle, porque dirigía el mundo. Molly, porque dirigía la oficina de Investigaciones Hunt, la agencia de detectives en la que trabajaba Joe. Haley llevaba una bata blanca y unas gafitas adorables.
Por su parte, ella no se preocupaba en absoluto de la moda, así que llevaba unos pantalones vaqueros, una sudadera de los Golden State Warriors y algo de serrín pegado a la ropa. Tenía más ropa para estar en casa y para dormir que para salir a la calle.
Haley estaba hablando de su última cita, que había salido muy mal. La mujer con la que había salido había hecho circular el rumor de que se habían acostado para vengarse de una antigua novia. Haley suspiró.
–Las mujeres son un asco.
–Bueno, los hombres tampoco son para tirar cohetes –dijo Molly.
–Gib me ha pedido, por fin, que salga con él –soltó Kylie.
Todas soltaron un jadeo muy dramático, y ella se echó a reír. Llevaba un año trabajando en su taller, y no había parado de deshacerse en elogios hacia él.
–Me va a hacer una barbacoa en su casa esta noche.
Otro jadeo colectivo. Kylie supo que estaban muy contentas por ella. Y ella también estaba muy contenta.
¿Verdad?
Sí, claro que sí. Había esperado aquello mucho tiempo. Entonces, ¿por qué no dejaba de pensar en Joe y en aquel maldito beso? No se le iba de la cabeza cómo había deslizado el brazo por sus caderas y cómo había hundido la otra mano en su pelo, cómo se lo había agarrado lentamente con el puño para sujetarla mientras la besaba despacio, profundamente. Había sido el beso más erótico de toda su vida…
Porque se saboteaba a sí misma. Por eso. Había heredado aquel rasgo de su madre, que era especialista en sabotearse a sí misma. Su droga eran los hombres. Los hombres equivocados. Y ella no estaba dispuesta a seguir sus pasos.
En aquel momento entró una mujer en el pub y se dirigió hacia la barra. Tenía el pelo negro, con algunos mechones teñidos de morado. Lo llevaba recogido con un lapicero, a modo de moño alto. Llevaba una camiseta con la leyenda Keep Calm and Kiss My Ass, unos pantalones vaqueros muy ajustados y unos botines que hicieron suspirar a Elle y a Molly. Se llamaba Sadie, y era tatuadora. Trabajaba en la Tienda del Lienzo.
Saludó a Sean con un gesto de la cabeza y le dijo:
–Ponme unas alitas, unas patatas fritas y lo que tengas de postre. Bueno, y ¿sabes qué? Ponme doble ración de todo eso.
Miró a Kylie y al resto de las chicas, y les dijo:
–Cuando necesitas un minuto para tranquilizarte en el trabajo, porque la violencia no está bien vista.
–Y que lo digas –le respondió Molly–. Bonita ropa, por cierto.
Kylie suspiró.
–Yo tengo que aficionarme un poco a la moda.
–Mi única afición es intentar cerrar la puerta del ascensor antes de que se suba alguien más –dijo Sadie.
Elle asintió.
–Eh, si alguien dijera que se ha acostado contigo cuando no es verdad, ¿qué harías? Haley tiene un problema.
–En primer lugar, no te molestes en negarlo. No te va a servir de nada –dijo Sadie–. En vez de eso, úsalo. Dile a todo el mundo lo inútil que era e invéntate que tenía fetiches raros, como… que gritaba el nombre de su madre justo antes del orgasmo, o algo por el estilo. Hay que destruir al sujeto.
–Vaya, eso es