E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis
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Todo el mundo se quedó mirándola con asombro, y ella se corrigió rápidamente.
–Quiero decir que nos vamos a casa de Gib.
Elle la señaló.
–Ha dicho Joe.
Haley asintió.
–Claro que ha dicho Joe.
–Espera, espera. ¿Joe, mi hermano? –le preguntó Molly.
–Yo no conozco a otro Joe, ¿y tú? –inquirió Elle.
–Y está buenísimo –añadió Haley–. ¿Qué pasa? –preguntó, al ver que todas la miraban–. Soy lesbiana, no es que esté muerta.
Molly hizo un gesto de horror y se tapó los oídos con las manos.
–Por favor, chicas. Es mi hermano.
Con desesperación, Kylie le hizo otro gesto a Sean.
–Creo que necesito otra dosis de cafeína.
Molly le dio un golpecito en el hombro.
–Y yo necesito que me digas lo que pasa entre Joe y tú.
–Para llevar –le dijo Kylie a Sean.
Él la miró con asombro.
–¿Cuántos cafés te has tomado ya hoy?
–No demasiados –dijo ella, y tomó un sorbito. Tenía las manos temblorosas. Miró a Molly, y le dijo–: La respuesta a tu pregunta es «nada». Entre Joe y yo no hay nada, aunque estoy segura de que no nos caemos demasiado bien el uno al otro, no te enfades.
Molly se encogió de hombros.
–Es una persona peculiar. Yo lo quiero porque es mi hermano, así que no me enfado.
–No solo no nos caemos bien –puntualizó Kylie–, además, nos irritamos el uno al otro. Solo con respirar. Todo el tiempo.
–Um… –dijo Molly, y miró a Elle–. ¿Estáis oyendo lo mismo que yo?
–Sí. El clásico caso de protestar demasiado.
–No –dijo Kylie–. De verdad.
–Está en periodo de negación –dijo Elle.
–¿Lo ves? Por eso nunca se debe negar nada –dijo Sadie, con calma.
–¡Lo niego porque no es verdad! –exclamó Kylie–. Lo de Joe no es nada.
–Y ahora hay un «lo de Joe» –dijo Haley–. Fascinante.
–Bueno, adiós –dijo Kylie, tomando el transportín de Vinnie–. Nos vamos a la barbacoa.
Vinnie se animó al oírlo. Vinnie adoraba la comida.
–Que es en casa de… ¿quién, otra vez? –preguntó Haley, con inocencia.
–En casa de Joe –dijo Kylie. Rápidamente, se tapó la boca con la mano–. ¿Qué me pasa?
Sus amigas sonrieron.
–No, no. Voy a casa de Gib –se corrigió, con horror, y deletreó el nombre–: G-I-B. Gib –dijo. Y, antes de empeorar aún más la situación, se marchó.
Dejó a Vinnie en casa, con un abrazo y su cena. A los treinta minutos, estaba en el porche de casa de Gib. Él había heredado una pequeña residencia victoriana en Pacific Heights. Era una casita muy mona, de ancianita, y todo el mundo que la visitaba se reía de él por quedársela.
A Gib no le importaba. En San Francisco, la vivienda estaba por las nubes, así que él había acondicionado la casa para adecuarla a sus expectativas. Había añadido un par de toques modernos, una televisión de ochenta pulgadas y otra nevera, y se había dado por satisfecho.
Kylie llamó, pero él no respondió. Seguramente, porque la música estaba a todo volumen, y porque había mucha gente dentro de la casa.
Aquello no era una cita. Era una fiesta.
Se sintió como una tonta y se dio la vuelta para marcharse. Justo en aquel momento, Gib abrió la puerta.
–¡Eh! –exclamó. Al verla, sonrió–. ¡Has venido! Oye –le dijo, en voz más baja, mirando hacia atrás subrepticiamente, por encima de su hombro–: Han aparecido unos cuantos amigos por sorpresa, y han…
Desde detrás, alguien le rodeó la cintura con ambos brazos. Entonces, apareció la cara sonriente de Rena, su bellísima y perfecta exnovia, que apoyó la barbilla en su hombro.
–Hola, Kylie –dijo, y lo estrechó con afecto–. ¿Qué tal estás?
–Bien –dijo Kylie, automáticamente, sin apartar la mirada de Gib.
Él le dijo, en silencio, formando las palabras con los labios:
–Lo siento.
Sin embargo, Kylie era la que más lo sentía. Se sentía una completa idiota.
–No puedo quedarme. Ha surgido algo y tengo que…
Gib se zafó de Rena, la agarró, tiró de ella hacia dentro y le puso una copa de vino en la mano.
–Quédate, bebe. Diviértete –le dijo, y bajó la voz–. De verdad, lo siento muchísimo. No la esperaba. Quédate, por favor.
Kylie se tragó el vino y, después, reuniendo valor, bailó con Gib. Dos veces. Y le pisó solamente una vez.
Cuando quedó claro que Rena no iba a marcharse antes que ella, Kylie se marchó a casa justo antes de la medianoche, porque, al igual que Cenicienta, tenía que trabajar a la mañana siguiente.
Como estaba un poco frustrada y muy cansada, no se dio cuenta de que había un sobre marrón en el suelo, un sobre que alguien había metido por debajo de la puerta. Saludó a Vinnie, que estaba adormilado y tan adorable como siempre, y fue a la cocina a sacar el helado del congelador y tomar un poco. Al apoyarse en la encimera con la cuchara y el bote, vio el sobre, que estaba justo delante de la puerta.
Era extraño, porque había recogido todo el correo aquella tarde, al dejar a Vinnie. Dejó el helado en la encimera y tomó el sobre. Dentro había una foto Polaroid que le paró el corazón.
Era un primer plano de su pingüino de madera en peligro mortal, colocado como si fuera a caerse del Golden Gate Bridge a la bahía.
¿Qué demonios…?
Alguien le había robado el pingüino y, lo que era peor, la estaba provocando con él. ¿Por qué? No se le ocurría ningún motivo, y se dio cuenta de que tenía que hablar de aquello con alguien. ¿Con quién? No podía ser con Gib, porque no quería ir corriendo a llorar al hombro