E-Pack HQN Jill Shalvis 1. Jill Shalvis
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–Gracias –le dijo.
Se despidieron, y Joe se fue a casa a ducharse. Llegó a trabajar a las siete y dos minutos de la mañana.
–Llegas dos minutos tarde –le dijo Molly, su hermana, desde el mostrador de la entrada de Investigaciones Hunt. Se puso de pie y fue a recoger su iPad.
Aquel día, su cojera era más notable de lo habitual, y eso significaba que tenía dolor. Al verlo, Joe sintió la vieja punzada de la culpabilidad. Sin embargo, no dijo nada, porque ella se enfadaba cuando sacaba el tema o, peor aún, se echaba a llorar, como había sucedido la última vez.
Él odiaba que su hermana llorara, así que jugaban a un juego con el que él estaba muy familiarizado. Un juego llamado «Ignora todos los sentimientos».
–Ya sé que llego tarde, gracias –le dijo.
Él era el hermano mayor. Tenía treinta años y Molly, veintisiete, pero ella pensaba que estaba a cargo de él. Y las cosas no eran así.
Habían tenido que crecer y madurar rápidamente. En su vecindario, no tenían más remedio. Su padre sufría estrés postraumático crónico después de haber luchado en la guerra del Golfo, así que él era quien había estado a cargo de la familia desde muy temprano. Eran muy pobres. Él se había juntado con malas compañías muy pronto, y había hecho cosas que no debería haber hecho, con tal de poder tener un techo y comida.
–Archer está cabreado –le dijo Molly, en voz baja.
Archer era un obseso de la puntualidad. Llegar a la hora en punto significaba llegar tarde. Y llegar dos minutos después de la hora debida era algo imperdonable. Joe alzó una caja de la pastelería.
–He traído sobornos.
–Oh, dame, dame eso –dijo ella.
Su hermano le mostró la caja, pero no se la cedió cuando ella trató de quitársela.
–Elige uno.
–¿Es que no te fías de mí? –le preguntó Molly, mientras tomaba uno de los donuts.
–No se trata de eso. Es que, si bajo la guardia, eres capaz de morderme los dedos para comerte todos los demás donuts.
–¿Y?
–Y… que me hiciste jurar, ante la tumba de mamá, que no te iba a dar más de un donut por día.
–Eso fue la semana pasada.
–Sí, ¿y qué?
–Que la semana pasada tenía el síndrome premenstrual y me sentía gorda. Necesito otro donut, Joe.
–Dijiste que me ibas a matar mientras dormía si cedía –le recordó él.
–Eso puede suceder de todos modos.
Él se quedó mirándola. Sabía que era una Malone que quería otro donut. Y como sabía que nunca había sido capaz de decirle que no, se lo dio.
–Gracias –dijo ella–. Y buena suerte –añadió, con la boca llena, señalándole la puerta del despacho de Archer con un gesto de la barbilla–. Te está esperando.
Magnífico. Otra batalla. Algunos días, su vida le parecía un videojuego. Entró en el despacho, donde estaban su jefe, Archer, y su novia, en el sofá, discutiendo.
–Necesito el mando a distancia para enseñarte mi presentación de PowerPoint –decía Elle.
Archer hizo un gesto negativo.
–Te he dicho que yo no lo tengo.
–Estás sentado encima, ¿a que sí? –dijo ella.
Archer estuvo a punto de sonreír.
–Vaya, qué curioso, la confianza en la pareja desaparece en cuanto está en juego el mando a distancia.
Elle suspiró.
–Eres imposible.
–E irresistible –dijo él–. No olvides irresistible.
–Umm… –murmuró Elle.
Joe carraspeó para anunciarse, porque, si les daba un minuto más, cabía la posibilidad de que decidieran solucionar aquello desnudándose. Sí, eran polos opuestos, pero estaban locamente enamorados.
Y eso era estupendo para ellos. Sin embargo, él prefería una guerra. Sabía cómo manejarse en una guerra. La guerra tenía normas. Uno luchaba, y tenía que ganar a cualquier precio.
En el amor no había reglas. Y, que él supiera, nadie podía ganar en el amor.
Soportó una mirada fulminante de Archer, que habría conseguido amedrentar a cualquiera. Él no se asustaba fácilmente, pero se mantuvo a distancia del sofá y les lanzó la caja de donuts.
Archer la agarró al vuelo y asintió.
Soborno aceptado.
–¿Dónde están los demás? –preguntó Joe, refiriéndose al resto del equipo que trabajaba en Investigaciones Hunt.
–He pospuesto la reunión matinal –respondió Archer, y mordió un donut de chocolate–. Cosa que sabrías si hubieras llegado puntual.
Habían pasado exactamente cuatro minutos de su hora de entrada al trabajo, pero no dijo nada. Archer detestaba las excusas.
–Bueno, me voy a trabajar –dijo Elle, de camino hacia la puerta, llevándose la caja de donuts.
–Muy bien. ¿Qué está pasando con Kylie? –le preguntó Archer.
Joe se enorgullecía de estar siempre preparado, pero aquello le sorprendió con la guardia baja.
–Nada. ¿Por qué?
–¿Nada?
Aquello no tenía buena pinta porque, normalmente, Archer no charlaba por charlar. Eso significaba que sabía algo.
–Corre el rumor de que os habéis besado. ¿Es cierto? –inquirió su jefe.
Dios. Aquel beso había sucedido en el callejón que había junto al patio del edificio, a oscuras. Él estaba seguro de que no había nadie más en los alrededores.
–¿Cómo es posible que siempre lo sepas todo?
Archer se encogió de hombros.
–Uno de los grandes misterios de la vida. ¿Es necesario que hablemos de los riesgos de hacerle daño a una de las amigas de Elle?
–Pues claro que no –dijo Joe, mirando hacia atrás para asegurarse de que Elle ya se había marchado–. No es nada personal, pero tu mujer está loca.