E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras
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Drew apretó la mandíbula hasta que le dolió.
—Ninguno de nosotros lo sabe con seguridad.
Deanna tragó con dificultad y agarró su mano, que estaba cerrada en un puño. El compromiso era una farsa, pero ella se preocupaba por él de verdad.
—No me voy a ir hasta que lo sepamos con seguridad.
Él se volvió y le puso las manos sobre los hombros.
—¿Y si te pasa algo?
Ella se estremeció.
—No va a pasar nada. Y no me voy a ir.
—Podría echarte.
—No lo harás —le dijo ella, clavándole la mirada.
—Podría decirles a todos que hemos roto.
—Podrías —dijo ella, apretando los labios.
—Seguramente me echarían la culpa. Dirían que ya vuelvo a las andadas, cambiando de mujer como cambio de chaqueta. Nadie pensaría nada malo de ti por abandonarme en mitad de una crisis.
—Creo que no tienen tan mala opinión de ti como piensas.
—¿Llevas aquí menos de veinticuatro horas y has llegado a esa conclusión?
Deanna casi sintió ganas de reír, pero la situación era demasiado seria como para hacerlo.
—No hace falta mucho tiempo para darse cuenta de que todos os queréis mucho.
Ella lo sabía muy bien porque nunca había tenido una familia como la suya.
—Podríamos seguir debatiendo toda la tarde, pero creo que es mejor que te hagas a la idea de que no pienso marcharme.
Él frunció el entrecejo. Parecía más confundido que nunca.
—¿Por qué?
Bastó con aquella pregunta para que Deanna volviera a ver al Drew más auténtico, el hombre sincero que se escondía detrás de aquel playboy malcriado. Él esperaba una respuesta, pero ella no tenía ni ganas ni fuerzas para contarle una mentira, así que tragó con dificultad y le dijo la verdad.
—Dos semanas después de empezar a trabajar para ti, llegué pronto a la oficina un día. Tenía que prepararme para una reunión importante. No esperaba encontrarme a nadie, pero había luz en tu despacho.
En ese momento vio cómo Drew contraía la mandíbula.
—Estabas…
—Estaba casi en coma —dijo él, sin dejarla terminar.
—Estabas dormido —Deanna prosiguió, suavizando los hechos—. Llevabas allí toda la noche.
El funeral de su madre había sido unos días antes.
—Pero tú me hiciste espabilar a toda costa y me obligaste a prepararme para la reunión más importante de mi carrera.
—Te hice un café —dijo ella—. Y te busqué una camisa limpia y una corbata.
—Y yo te lo agradecí propasándome contigo. Deanna sintió que las mejillas le ardían en llamas.
—Me besaste —le aclaró.
—Pero tú no te marchaste. No me pusiste una demanda. Podrías haber hecho las dos cosas.
—Pero te creí cuando me dijiste que no volvería a pasar.
Él se lo había dejado bien claro y en los años posteriores ella había entendido por qué. Simplemente no era como las mujeres con las que solía salir.
—Pero lo que me hizo quedarme… —dijo ella, prosiguiendo—. Fue la mirada que tenías esa mañana.
—¿La mirada de resaca? —le preguntó él en un tono corrosivo.
—No. La mirada que me decía que sí sabías lo que era querer a alguien de verdad. Entonces supe que sería bueno trabajar contigo.
—Y eso lo dice la mujer que dejó irse a todo el personal antes de la hora de salida porque pensaba que estaba siendo demasiado exigente.
Ella respiró hondo. Ésa era la faceta que lo convertía en todo un reto.
—Entonces supe que eras un buen hombre, y punto. Y he visto esa mirada en tus ojos desde que desapareció tu padre. Es por eso que no dejé el trabajo entonces, y es por eso que no voy a dejarte ahora. No me voy.
Él dejó caer los párpados y le agarró con fuerza los hombros, atrayéndola hacia sí hasta no dejar ni un centímetro entre sus cuerpos.
—¿Y si te besara ahora de nuevo?
Trataba de hacerla salir huyendo. Deanna lo sabía sin ningún género de dudas. Pero, aunque las piernas le temblaran y un gélido escalofrío le recorriera la espalda, tenía que ser valiente.
Levantó la barbilla y le miró de frente.
—¿Y qué si lo hicieras?
Capítulo 7
DREW cerró los ojos casi por completo. Deanna sólo podía ver un pequeño destello de sus pupilas color miel oscuro. De repente sintió que no podía respirar. Él deslizaba las manos sobre sus hombros, hasta llegar a su cuello.
—¿Y si lo hiciera? —le preguntó, bajando la cabeza hacia ella. Apoyó los pulgares en la base de su garganta.
Ella fue consciente de repente del brusco palpitar de su corazón. Pero él no se detuvo, sino que deslizó las yemas de los dedos a lo largo de su cuello hasta alcanzar los dos lados de su mandíbula. Suavemente, la hizo levantar la barbilla. Sus labios se detuvieron un momento a un milímetro de distancia, tan cerca que si se movían lo más mínimo… De pronto sonó un portazo en algún lado de la casa. Drew levantó la cabeza y Deanna se echó atrás de un salto.
—Dios —masculló él, mesándose los cabellos.
Deanna recogió su chal, que se había caído al suelo. El fino tejido se le escurría entre las manos mientras intentaba recogerlo. No hacía más que enredarse, así que desistió de volver a ponérselo y lo hizo una bola en las manos. No era capaz de mirar a Drew a la cara. Después de haberse comportado como lo había hecho esa misma mañana, no podía dar media vuelta y fingir que nada había pasado. Tenía todo el cuerpo en llamas, pero no era sólo vergüenza lo que sentía.
Si él realmente hubiera llegado a besarla…
—Oh, aquí estás —Isabella apareció en el umbral—. Sabía que tenías que estar por algún lado porque vi la camioneta ahí fuera —se apartó un mechón de pelo de la cara—. Supongo que no has oído nada de… No. Claro que no. De ser así, nos lo habrías