E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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No pasa nada —su voz sonaba ahogada—. No es William. Dame un segundo, ¿quieres?

      Deanna se inclinó sobre ella un segundo y después le buscó un vaso de agua. Se agachó a su lado para poder verle la cara por debajo de su copiosa melena.

      —Te has vuelto a marear, ¿no? Como te pasó en la iglesia.

      Isabella abrió los ojos y la miró con ojos culpables un momento. Se incorporó.

      —Bebe un poco de agua —le dijo Deanna, poniéndole el vaso en la mano sin soltarlo, por si acaso—. ¿Te sientes mal?

      Isabella se bebió medio vaso de agua y entonces soltó el aliento.

      —Creo que estoy embarazada —le dijo en un susurro.

      Deanna abrió los labios, pero tardó un poco en hablar.

      —Eso es… maravilloso, ¿no?

      Isabella esbozó una leve sonrisa.

      —Sí. Pero éste no es el momento para decírselo a todos —miró hacia la puerta abierta y entonces dejó el vaso sobre la mesa—. No se lo dijimos a nadie entonces, pero perdí un bebé hace unos seis meses.

      —Oh, Isabella…

      —No pasa nada —dijo la esposa de J.R., levantando una mano—. Y no estábamos intentando mantenerlo en secreto ni nada parecido. Fue un golpe, por supuesto, pero estaba de tan poco tiempo que ni siquiera sabía que lo estaba hasta que el médico me lo dijo. No quiero que J.R. se tenga que preocupar por esto ahora.

      —No conozco mucho a J.R. —dijo Deanna—. Pero creo que le gustaría compartir esto contigo. Se ve que te adora.

      Isabella sonrió. Ya no estaba tan pálida como antes.

      —Y yo a él también.

      Se levantó del taburete y fue a recoger el cuchillo.

      —Hemos querido formar una familia desde que nos casamos hace dos años. Sé que J.R. estará encantado, y también sé que se preocupará, aunque no quiera admitirlo. Además, aún no me he hecho ningún test de embarazo. Es sólo una corazonada. No quiero que se preocupe más de la cuenta en este momento, ni tampoco quiero darle falsas esperanzas —cortó un tomate en dos—. Lo entiendes, ¿verdad?

      Deanna asintió.

      —¿Pero qué puedo hacer para ayudar? —le preguntó, levantando las manos.

      No se refería sólo a la cena, e Isabella lo sabía.

      —Tú eres la única persona que lo sabe —soltó el aliento—. Poder decírselo a alguien es un gran alivio. Créeme —sacó un bol de plástico y un rallador de queso y los puso sobre la encimera—. ¿Me rallas el queso, por favor?

      Deanna se dio cuenta de que Isabella jamás le hubiera confiado algo así de no haber estado segura de que Drew y ella iban a pasar por el altar.

      Sintiéndose un poco culpable, se limitó a asentir con la cabeza y rodeó la encimera hasta ponerse al lado de Isabella.

      —Pero si necesitas algo, me lo dices, ¿de acuerdo? —empezó a desenvolver el queso—. Aunque sólo sea comprarte el test de embarazo en la farmacia.

      Isabella soltó una suave carcajada.

      —Sabía que me ibas a caer muy bien, Deanna.

      Deanna sonrió. Ella sentía lo mismo. En realidad, le gustaban todos los miembros de la familia Fortune que había conocido hasta ese momento, y por ese motivo se sentía cada vez más culpable por el engaño que Drew y ella habían tramado. No hubiera querido mentirles, pero sobre todo no quería defraudarle a él…

      Tomaron la cena bastante tarde. Enchiladas picantes, ensalada, y la tarta de caramelo más deliciosa que Deanna había probado jamás. Mientras tomaban el exquisito postre que les había dejado Evie, volvió J.R. Lily ya se había ido a la cama. El hermano de William, Patrick, y su esposa, Lacey, habían ido al Double Crown y finalmente habían logrado convencerla para que se fuera a casa a descansar.

      —¿Crees que querrá tomarse algo que la calme un poco? —preguntó Jeremy.

      —No lo creo —le dijo Isabella.

      —Estando como estaba, esperemos que eso no sea necesario —le dijo J.R.

      —¿Alguien va a quedarse con ella? —preguntó Deanna.

      —Lacey —dijo J.R—. Esta noche por lo menos. Patrick y ella tienen que viajar mañana y no pueden posponerlo —J.R. se recostó en su silla, presidiendo la mesa.

      Isabella estaba sentada a su lado. Sus manos estaban entrelazadas sobre la mesa.

      —No creo que ninguno de nosotros quiera verla sola en un momento como éste. Afortunadamente, somos suficientes para no dejarla sola ni un minuto.

      —Yo podría quedarme con ella mañana —se ofreció Isabella.

      J.R. la miró de reojo.

      —Pareces un poco cansada, ¿no? Frannie me ha dicho que se quedará con ella mañana. Ya os pondréis de acuerdo entonces.

      Deanna bajó la vista hacia la servilleta que tenía sobre su regazo y la dobló en cuatro partes. Isabella tenía razón. Tenía un buen motivo para parecer cansada en ese momento.

      —No creo que a Lily le haga mucha gracia tener niñera todo el tiempo.

      Todos se volvieron hacia Drew bruscamente. No había dicho ni una palabra durante toda la conversación. Sólo se había dirigido a Deanna en una ocasión para decirle que darían una rueda de prensa a primera hora de la mañana.

      —Claro que no —dijo Isabella un momento después—. No le gusta que la mimen mucho. Pero ahora mismo debe de estar mucho más preocupada por William que por sí misma —se puso en pie y empezó a recoger los platos.

      Deanna se puso en pie para ayudarla. Pero los demás también lo hicieron, incluso Drew. Ella no estaba acostumbrada a verle recoger platos sucios, y mucho menos a verle limpiarlos en el fregadero.

      —Yo termino —dijo Deanna un rato más tarde, dirigiéndose a Isabella.

      J.R. se había ido a resolver un asunto del rancho y Jeremy se había ido a hacer una llamada de trabajo. La esposa de J.R. accedió, sin ninguna reticencia.

      —Mañana todo irá mejor —dijo, antes de dejar la cocina.

      Finalmente Deanna y Drew se quedaron a solas. Y la última vez que habían estado solos… Rápidamente, Deanna detuvo aquellos pensamientos traicioneros… Era mucho más difícil de lo que debería haber sido. Apenas podía estar a su lado sin sentir aquel temblor que la sacudía de pies a cabeza. Pero, sobre todo, no podía dejar de mirar aquellos brazos musculosos que dejaba ver su camisa remangada hasta el codo.

      —Ya lo hago yo —le dijo en un tono un tanto más brusco de lo que pretendía en realidad.

      —No —él metió un plato

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