E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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médico, no puedes ignorar las urgencias, ni siquiera cuando tienes una propia.

      Deanna asintió con la cabeza vagamente. Podía ver a Drew por el rabillo del ojo, inmóvil frente a la ventana.

      —¿Cómo… cómo está Lily?

      —Fuera de sí. Y tratando de aguantar el tipo todo lo que puede, como siempre hace —Isabella se alisó el vestido—. No sé cómo lo hace. No sé si ya tiene práctica después de haber perdido a Ryan de esa manera. Y no es que William esté perdido —añadió rápidamente—. No sabemos nada todavía.

      —Todavía —dijo Drew en un tono sombrío.

      Deanna se mordió el labio.

      —Isabella, ¿por qué no tratáis de calmaros un poco? Podría prepararos algo de comer. A lo mejor, Jeremy también quiere algo.

      —Algo de comer —Isabella sacudió la cabeza y se incorporó—. Mi cerebro no funciona bien hoy. Es por eso que he vuelto. Evie se marchó después del desayuno. Se va de vacaciones unas semanas, y yo sabía que todos estaríais hambrientos a estas alturas. Lily tenía razón. Los del catering han dejado un montón de comida, pero lo único que hicimos fue envasarla y meterla en el congelador. Nadie tenía ganas de comer nada.

      —Entiendo. Pareces exhausta. No deberías preocuparte por darnos de comer —le dijo Deanna rápidamente.

      Se había olvidado completamente de la cocinera de Isabella, Evie. La había conocido fugazmente cuando había ido a prepararse una taza de té mientras Drew se arreglaba para la boda.

      —Si no te importa que me meta en tu cocina, puedo preparar algo.

      Isabella se sujetó el pelo detrás de la oreja.

      —Prácticamente eres de la familia, Deanna. No me importa en absoluto. Vamos las dos. No será difícil encontrar algo. Evie nos ha dejado un montón de comida. Creo que tiene miedo de que J.R. y yo nos muramos de hambre durante su ausencia —miró a Drew—. ¿Quieres algo, Drew? ¿Café? ¿Una cerveza?

      Él sacudió la cabeza y se apartó de las ventanas.

      —Tengo que hablar con Jeremy —dijo y salió de la habitación bruscamente, pasando por delante de Deanna.

      Ella le siguió con la mirada.

      —Pobre —murmuró Isabella—. Tiene que estar volviéndose loco, igual que J.R. —se colgó del brazo de Deanna—. Nos alegramos tanto de que estés aquí con él. Así no está solo.

      Deanna se las arregló para esbozar una tenue sonrisa.

      —Yo también me alegro de estar aquí —le dijo con sinceridad—. ¿J.R. y tú veis mucho al señor Fortune?

      —William —le dijo Isabella con una sonrisa gentil—. Pronto será tu suegro, ¿recuerdas? No quiero pensar que pueda ser de otra manera.

      Deanna supo a qué se refería Isabella, pero no pudo evitar sonrojarse.

      Por suerte, a esas alturas ya habían llegado a la espaciosa cocina. Isabella se soltó y se dirigió hacia la nevera.

      —Y, respondiendo a tu pregunta, sí. Vemos a William y a Lily con frecuencia. Por un lado, a Lily le encanta recibir a gente en su casa. Siempre está organizando algo en el Double Crown —se volvió con un enorme pedazo de queso en la mano y lo colocó en el centro de la encimera—. Jeremy se lo dirá a Drew, imagino. Teníamos la radio encendida cuando veníamos de casa de Lily. Los medios ya se han enterado.

      —El señor Fortune, William, es un hombre de negocios muy conocido —Deanna dejó su bufanda sobre un taburete—. No me sorprende que se hayan enterado ya —se mordió el labio—. Drew debería hacer alguna declaración en representación de Fortune Forecasting.

      —Eso decía Jeremy —Isabella puso dos enormes tomates junto al queso—. Lo más inesperado, no obstante, es que están especulando con la posibilidad de que William se haya marchado voluntariamente, que quisiera desaparecer del todo. Incluso han sacado cosas de su vida que ocurrieron hace más de cuarenta años. Malos negocios, esa clase de cosas.

      —Qué tontería —dijo Deanna, mirándola con ojos de sorpresa.

      —Tú lo sabes. Y yo también. Todo el mundo en esta familia… —Isabella gesticuló a su alrededor—. Todo el mundo que conoce a William lo sabe. Pero hay gente que no, y a muchos les encanta cotillear e inventarse cosas de la nada —sacó un cuchillo de un cajón—. Y nosotros somos los que tenemos que soportar todas esas tonterías —sacudió la cabeza—. Como si no tuviéramos bastante ya.

      —No sé qué decir. Trata de no pensar en ello —dijo Deanna, esbozando una sonrisa triste.

      Isabella ladeó la cabeza y asintió.

      —Tienes razón. Hay que centrarse en lo positivo —volvió a mirar a Deanna—. Así que eso es lo que vamos a hacer. Iba a decírtelo antes, pero no tuve ocasión. Ese vestido te queda fenomenal.

      —No era eso lo que quería decir exactamente —dijo Deanna, avergonzada.

      No obstante, si hablar de ropa mantenía distraída a Isabella, entonces no tenía inconveniente en hablar de trivialidades.

      —Nunca creí que me quedara bien. Lo metí en la maleta a toda prisa.

      —El color va muy bien con tu tono de pelo. Y si yo tuviera los hombros y los brazos tan bronceados como tú, llevaría un buen escote también. Deberías cambiarte o ponerte un delantal.

      Deanna levantó las cejas.

      —Tú estás tan arreglada como yo —le recordó sutilmente.

      —Sí, es verdad —Isabella sacudió la cabeza, como si acabara de caer en la cuenta—. Es que hoy tengo la cabeza… Nos cambiaremos las dos. Te veo en un minuto —soltó el cuchillo sobre la mesa.

      Deanna asintió y ambas se dirigieron hacia sus respectivos dormitorios. Al pasar por la habitación de Jeremy, Deanna aminoró el paso. Se oía un murmullo de voces al otro lado de la puerta. Era evidente que Drew todavía seguía hablando con su hermano. Soltó el aliento y siguió adelante. Cuando llegó al dormitorio que compartía con él, buscó unos vaqueros y un suéter rápidamente y se dispuso a quitarse el vestido. No obstante, al intentar soltar el corchete que le ataba el vestido al cuello, se vio en el espejo y entonces se detuvo un momento. A lo mejor le había tomado tanta aversión porque Gigi se lo había regalado… Su mirada se desvió hacia la cómoda, donde estaba su bolso. El teléfono móvil estaba dentro, apagado. Sólo Dios sabía cuántos mensajes le habría dejado su madre a esas alturas. ¿Por qué no era capaz de encenderlo y hablar con su madre, ni siquiera en un momento como ése? Ni siquiera sabía muy bien si su reticencia la hacía sentir culpable o no.

      —Eres una mala hija —susurró, mirándose en el espejo.

      Suspiró, se quitó el vestido y lo colgó en el armario. Se puso los vaqueros gastados y el jersey verde que se había hecho ella misma cuando estaba en el instituto.

      Isabella ya estaba allí cuando llegó a la cocina. Ella también se había puesto unos vaqueros y un suéter cómodo. Pero lo que alarmó a Deanna fue verla con la cabeza entre las piernas.

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