E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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Creo que ha sido un error que hemos cometido los dos —bajó los dos pestillos, que se cerraron con un pequeño estruendo.

      —¿Por qué ahora?

      —Tengo una vida fuera de aquí.

      —¿Qué ibas a hacer? ¿Ibas a irte antes de que yo llegara?

      —Yo no habría hecho eso —le dijo ella, sacudiendo la cabeza.

      —Bueno, a mí me parece que sí ibas a hacerlo —Drew avanzó hacia el interior de la habitación.

      Ella retrocedió, tratando de mantener las distancias.

      —No voy a hacerte nada, por favor.

      —Jamás he pensado algo así —dijo ella, sonrojándose. Fue hacia el armario y sacó sus zapatillas de tennis. Se sentó el borde de la cama y empezó a ponérselas.

      Él arrastró una silla desde un rincón y se sentó frente a ella.

      —No debería haberme comportado como lo hice —le dijo, inclinándose hacia ella.

      —No sé qué quieres decir —le dijo ella, atándose los cordones.

      Él guardó silencio y se limitó a mirarla fijamente.

      —Muy bien. No deberías haberlo hecho. Y yo debería haber sido lo bastante lista como para no haber esperado otra cosa —apretó los labios y apartó la vista—. Así que los dos tenemos algo de culpa.

      Drew sintió una punzada de dolor. Le había dado motivos para pensar así de él.

      —Aunque las cosas hayan salido de esta manera, el trato sigue en pie.

      —Sabía que te cansarías rápido de mí, pero no tanto —le dijo ella. Se había puesto pálida de repente.

      —¡Cansarme de ti! Por Dios, Deanna, ¿de dónde has sacado esa idea?

      —Es obvio que estás deseando librarte de mí —le dijo ella, cruzando los brazos.

      —Eres tú la que está haciendo las maletas, ¿recuerdas? —le dio un empujón tan fuerte a la maleta que ésta se cayó al suelo, haciendo un ruido sordo.

      Los pestillos se abrieron y la ropa se desbordó.

      —¡Mira lo que has hecho!

      —No me he cansado de ti —le dijo él llanamente—. Si quieres irte, no puedo hacer que te quedes. Mi padre no va a volver. No hay ninguna evidencia de que haya sido intencionado. No hay signos de nada. Se ha esfumado sin más —tuvo que hacer una pausa para aclararse la garganta—. O bien decidió marcharse para no volver o está muerto.

      —Drew, no pienses así.

      —Una cosa es tener esperanza, y otra muy distinta es aferrarse a una fantasía.

      —Y las fantasías nunca son para siempre, ¿verdad? —pasó por delante de él y se agachó frente a la maleta, abriéndola del todo.

      La camiseta que solía usar para dormir se cayó al suelo, junto con unas braguitas de encaje. Las recogió y las tiró dentro con brusquedad.

      —Sólo han pasado algunas semanas. Si tu padre está herido en alguna parte…

      —Ya nos hubiéramos enterado —Drew odió tener que decir esas palabras, porque aún había una parte de él que quería creer otra cosa—. Y como mi padre no está aquí ya, no tienes por qué seguir con esta farsa. Pero te pagaré lo que habíamos acordado —le dijo con dureza—. El banco abre el lunes. Te haré un ingreso en tu cuenta tan pronto como pueda.

      —Te agradezco que hayas hablado con mi madre y que la hayas convencido para que fuera al psicólogo, pero podías habérmelo dicho, en vez de hablar con ella a mis espaldas —le espetó Deanna. Agarró el vestido rosa y lo hizo una bola—. Pero no quiero tu dinero —le dijo en un tono gélido y metió el vestido en la maleta—. Nunca lo he querido —le dijo, dándole la espalda.

      Drew se tomó aquello como un desafío. La hizo girar sobre las rodillas y le agarró la mano. Con el dedo pulgar, empujó el anillo de diamantes que todavía llevaba en el dedo.

      —No he hecho nada a tus espaldas. Y el dinero es el motivo por el que accediste a todo esto.

      Ella apartó el brazo con brusquedad.

      —Accedí porque tú me pediste ayuda.

      —Y también porque necesitabas mi ayuda con las deudas de tu madre —le dijo él, insistiendo.

      —No voy a discutir contigo —le dijo ella, fulminándolo con la mirada —agarró todo de un manotazo y lo metió en la maleta de cualquier manera—. Si quieres pensar que soy una interesada, adelante. En este momento tengo cosas más importantes que hacer —cerró los pestillos por segunda vez.

      —¿Como qué?

      —Como alejarme de ti —le dijo, poniéndose en pie—. Isabella ya se ha ofrecido a llevarme a San Antonio. Y no te preocupes. Le conté la verdad sobre nosotros esta mañana, así que no tendrás que hacerlo tú —pasó por su lado y se dirigió hacia la puerta.

      Drew se dio cuenta de que estaba llorando. Rápidamente fue tras ella y le cortó el paso.

      —Si no fue por el dinero, ¿entonces por qué lo hiciste?

      —¡Porque estoy enamorada de ti! —le dijo, dándole un empujón en el pecho para quitárselo de en medio—. Y ahora que ya está todo claro, quítate de mi camino y yo me quitaré del tuyo.

      Drew sintió un dolor profundo en el pecho que nada tenía que ver con el empujón.

      —No quiero que te quites de mi camino —admitió, lentamente.

      —Claro que sí quieres —le dijo ella con impaciencia—. Nadie sabe mejor que yo que la mejor manera de salir de tu vida es enamorarse de ti — trató de dar un rodeo y alcanzar la puerta—. Así que te lo voy a poner todo muy fácil y me iré a casa, que es donde tengo que estar.

      —Maldita sea, Deanna —la agarró de la cintura y la atrajo hacia sí—. ¿Puedes parar un momento y escucharme?

      —No te preocupes. Seguro que no te costará mucho encontrar otra secretaria tan tonta como…

      Drew masculló un juramento y la hizo callar de la única forma posible.

      Con un beso.

      Ella se quedó de piedra, pero él continuó besándola hasta vencer su resistencia. Poco a poco, sus labios empezaron a ablandarse y sus puños dejaron de golpearle en los hombros.

      —Donde tienes que estar es aquí conmigo —le dijo tranquilamente.

      —¿Qué? —la voz de Deanna todavía sonaba fría, pero sus ojos verdes contaban otra historia.

      —Lo que has oído —afirmó él—. Y eso lo sé porque mi lugar también está a tu lado.

      Ella

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