E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras
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—Deedee, ¿qué sucede? —la voz de Gigi sonaba adormilada, pero alarmada.
—Nada.
—Me estás llamando a las cuatro de la mañana, ¿y no pasa nada?
Deanna oyó ruidos al otro lado de la línea. Se dejó caer sobre el borde de la cama y se miró en el alto espejo que descansaba en el suelo.
—Mamá, ¿alguna vez tuviste un álbum para mí, en el que guardaras todas mis fotos de niña?
—Claro que sí. Está en el ático, en el baúl, junto con tu vestido del bautizo y el traje de novia de mi madre. Tu padre nunca me dejó ponérmelo —su madre parecía cada vez más preocupada—. Deanna, ¿qué sucede? Nunca me has llamado así.
La joven se pellizcó la nariz y apartó la vista del espejo.
—No pasa nada. Sólo quería saberlo. Eso es todo.
Oyó suspirar a su madre y entonces oyó un murmullo de una voz grave. Era la voz de un hombre.
—Gigi, ¿hay alguien ahí contigo?
—Un momento.
Deanna oyó más ruidos de fondo.
—Muy bien. Ahora estoy en la cocina —su voz ya no sonaba tan sigilosa—. Te has metido en un lío con ese jefe tuyo, ¿verdad? ¿Es por eso que me llamas en mitad de la madrugada? Si quieres que te diga cómo arreglar las cosas, pídemelo sin más.
¿Acaso era decepción lo que sentía? ¿O era desilusión? A lo mejor no era ninguna de esas cosas, sino la sensación de conformidad que acompañaba a la certeza de que Gigi siempre sería… Gigi. Para lo bueno y para lo malo.
—No. No necesito arreglar nada —le dijo tranquilamente—. Sólo quería oír tu voz. Siento haberte llamado tan pronto.
Gigi suspiró.
—Bueno, está bien. No sé qué va a pensar Frank, sobre todo teniendo en cuenta la hora que es. No es que sea una emergencia ni nada parecido, ¿no?
—No. No es una emergencia —Deanna apoyó los codos en las rodillas—. Frank debe de ser la persona que he oído antes, ¿no?
—Es estupendo, Deedee —dijo su madre. Su tono de voz se había vuelto aniñado de repente—. Ya ves. He conseguido otro trabajo. Traté de decírtelo la semana pasada, pero no me has contestado ni un mensaje.
—Un trabajo —Deanna sonrió—. Eso es genial. ¿Dónde?
—En un bufete de abogados. Horne, Rollings and Howard. Está en Escondido.
Escondido era una ciudad que estaba al norte de San Diego.
Deanna trató de no hacer una mueca de dolor. Gigi era una secretaria especializada en despachos de abogados, y siempre volvía a las andadas.
—Supongo que allí conociste a Frank.
—Oh, claro que no. Todos los empleados del bufete son mujeres. No. Conocí a Frank en el psicólogo. ¿No escuchas ninguno de mis mensajes?
—¿Has ido al psicólogo?
—Bueno, le dije a tu jefe que lo haría cuando me llamó porque no querías hablar conmigo.
—¿Qué? —la voz de Deanna sonó repentinamente brusca—. ¿Drew te llamó? ¿Cuándo?
—Fue la semana pasada. Cuando me dejaste ese mensaje tan malhumorado. Ya he ido dos veces.
Deanna tragó con dificultad. La mano le temblaba, así que apretó el teléfono con más fuerza.
—Me alegro mucho, mamá. ¿Entonces conociste a Frank en el psicólogo?
—Oh, es maravilloso, Deedee. Sé que te gustará. Es muy sensato. Igual que tú. Tiene su propio negocio. Es un experto en plantas. ¿Te lo puedes creer? Se ocupa de mantener las plantas en cientos de oficinas de San Diego. Es tan atento —Gigi se rió con entusiasmo—. Cuida de mí, Deedee. Y me ha ayudado a devolver los últimos cuatro pedidos que recibí. ¿No es un cielo?
—Sí. Eso suena muy bien.
—Muy bien. Bueno, como veo que no pasa nada, voy a volver a la cama. Frank se tiene que levantar muy temprano —volvió a reírse—. Tiene mucha energía. ¿Me entiendes?
—De acuerdo, mamá —le dijo Deanna. No sabía si echarse a reír.
—Deedee, ya sabes que esa palabra me hace sentir muy vieja.
—Lo siento —Deanna suspiró—. Te llamo dentro de una semana más o menos, ¿de acuerdo?
—Cuando quieras. Por lo menos ahora ya sabes lo que tenía que decirte. Y espero que estés aprovechando el tiempo con tu jefe. Las chicas como tú no pueden permitirse el lujo de no cazar un buen partido. Recuérdalo.
—Lo tendré en cuenta —Deanna hizo una mueca.
Su madre colgó enseguida, pero Deanna se quitó el móvil de la oreja lentamente. La batería se estaba agotando, así que volvió a apagarlo. Se dio una ducha rápida, se puso el chándal y salió a correr por el rancho. Moviéndose de forma automática, hizo algunos estiramientos y empezó a correr suavemente. Al aproximarse al granero, apretó el paso y siguió de largo. Las lágrimas volvían a correr por sus mejillas. Corrió hasta que ya no pudo más y finalmente regresó andando. Habían pasado más de dos horas. Pero por lo menos ya no estaba llorando. Se había enamorado de un hombre que no quería ser amado, y era hora de irse a casa.
La puerta del dormitorio estaba entreabierta cuando Drew llegó al Orgullo de Molly con J.R. Ya casi había anochecido. La empujó sin muchas ganas y entró.
La maleta de Deanna estaba encima de la cama.
Drew se paró en seco. Ella estaba sacando del armario aquel vestido rosa que había llevado el día de la boda. Esquivando su mirada, se dirigió hacia la maleta.
—No sabía que habías vuelto.
—¿Vas a alguna parte? —le preguntó él, cerrando la puerta tras de sí.
—Bueno, creo que es evidente que ya es hora —le dijo ella sin mirarle a la cara. Quitó el vestido de la percha y lo metió en la maleta—. ¿Cómo fue la búsqueda?
No habían encontrado nada significativo. Nada más que rocas, árboles…
—No encontramos su cuerpo.
Ella espiró profundamente y le miró a la cara por fin. Parecía tan devastada como él. Tenía los ojos y la nariz rojos.
—¿Es eso lo que esperabas encontrar?
—Has estado llorando.
Ella bajó la vista y le dio la espalda. Continuó organizando la maleta.