E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias Autoras

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Sólo estás muy afectado por lo de tu padre.

      —Estoy muy afectado por lo de mi padre —le confirmó él—. Pero si te dejo salir por esa puerta, entonces no me lo perdonaré jamás, y sabré que le he decepcionado —le sujetó la cara con ambas manos—. Me he atormentado tanto intentando averiguar lo que significas para mí, que no fui capaz de verlo —atrapó la lágrima con la yema del pulgar—. Pero ya no tengo que averiguar nada más —respiró hondo—. Sólo quiero… sentir —añadió.

      Ella se le quedó mirando con un gesto de perplejidad. Las lágrimas corrían sin parar por sus mejillas, pero todavía había incertidumbre en su mirada. La incertidumbre que él había suscitado… De repente tuvo miedo, mucho miedo de perderla para siempre…

      —Me dijiste que me amabas —le recordó, sintiendo el picor de las lágrimas en los ojos.

      Ella apartó la mirada, avergonzada.

      —Sí —le dijo, obligándose a mirarle de nuevo—. Pero a veces me haces perder la paciencia —susurró.

      Drew sintió que las rodillas le temblaban. Tenía que hacer todo lo posible por impedir que se fuera. No podía dejar marchar a la mujer que era su apoyo, su mano derecha, su alegría… Ella era todo lo que su padre hubiera querido para él.

      Le dio un beso en la frente, en los ojos, en los labios…

      —Dime que nunca me dejarás.

      Deanna respiró profundamente y buscó su mirada. Era él, Drew, sin reservas ni juegos… Drew, el hombre encantador que siempre había sido. Lentamente deslizó la palma de la mano a lo largo de su mandíbula, sus mejillas… húmedas.

      Poco a poco, su corazón volvió a latir con normalidad.

      —Te quería incluso antes de saber que te quería —le susurró, poniéndose de puntillas para darle un beso—. Y nunca te dejaré.

      Él la estrechó entre sus brazos y la abrazó con fervor, sabiendo que ambos estaban por fin donde siempre habían querido estar.

      Epílogo

      HOLA, abuelo.

      El agente de policía bajó del coche patrulla y se acercó a un hombre desarrapado que iba andando por el arcén. Había recibido un aviso en el que alertaban de la presencia de un posible vagabundo que hacía autostop a las afueras de la ciudad.

      —¿Adónde se dirige?

      El hombre se volvió lentamente y el agente lo enfocó con su linterna. Tenía el pelo tan mugriento y revuelto que era imposible saber su color. Era un hombre mayor, con la ropa hecha jirones… Sus ojos parecían perdidos, lejos de este mundo.

      El agente suspiró. Aquel hombre le recordaba a su propio padre, que sufría de Alzheimer. Se acercó un poco.

      —Seguro que le gustaría tomarse un sándwich y una taza de café, ¿no? —miró hacia el coche de policía.

      No debería haber encendido las luces rotatorias.

      —Si se dirige a alguna parte, puedo llevarle.

      El hombre hacía echado a andar de nuevo, siguiendo su camino por aquella carretera solitaria y oscura.

      —Un momento —el policía corrió hacia él y le agarró del brazo.

      El anciano trató de soltarse, pero el agente le sujetó con fuerza.

      —Vamos a llevarle al hospital. Allí le examinará el médico y estará seguro.

      El hombre pareció molestarse mucho.

      —Déjeme en paz. Tengo prisa —a pesar de su aspecto desaliñado y su expresión distraída, su voz sonaba enérgica.

      De repente levantó la vista hacia el cielo. El agente hizo lo mismo, pero lo único que vio fueron las luces de un avión.

      —Puedo ayudarle a llegar a donde vaya si me dice adónde se dirige. ¿A casa?

      El anciano forcejeó un poco con el policía.

      —A casa no. El bebé. Tengo que encontrar al bebé.

      El agente le agarró con fuerza. Era un hombre alto y corpulento, por muchos años que aparentara tener.

      —Claro, claro —le dijo, conduciéndole lentamente hacia el vehículo—. Ya encontraremos al bebé.

      Deanna se estiró sobre uno de los mullidos butacones del jet privado que Drew había conseguido casi de milagro. Todavía le faltaba un poco el aliento después de la carrera que se había dado. Drew la había llevado al aeropuerto a toda prisa y habían embarcado en un abrir y cerrar de ojos.

      Pero estaba en sus brazos, y no podía haber nada mejor. Deslizó las palmas de las manos por sus fuertes antebrazos y disfrutó de las cosquillas que le hacía el fino vello que le cubría la piel.

      —Podríamos haber esperado a mañana para regresar a San Diego —le dijo, no por primera vez. Le agarró las manos.

      —No vamos a San Diego.

      Ella se incorporó de golpe y le miró por encima del hombro.

      —Pero yo pensaba…

      —Ya sé lo que pensabas —Drew le sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Pero incluso la mejor secretaria del mundo no puede saber lo que está pensando el jefe las veinticuatro horas del día.

      —Ya es de noche —le dijo Deanna, mirando el reloj. En realidad era más de medianoche.

      Pero había aquel brillo inconfundible en los ojos de Drew Fortune. Sin duda se traía algo entre manos.

      —Si no vamos a San Diego, ¿adónde vamos?

      —Todo a su tiempo, Dee —la atrajo hacia sí y le dio un beso en el cuello.

      Deanna sintió un calor repentino. Estaban completamente solos en la cabina del jet. La tripulación, que se componía únicamente del piloto y el copiloto, estaba al otro lado de la puerta.

      De pronto, Drew le metió las manos por dentro del suéter y se abrió camino hasta sus pechos. Ella dejó escapar un suspiro al sentir las yemas de sus dedos sobre el fino encaje del sujetador. ¿A quién quería engañar? Cuando Drew la tocaba, no podía pensar en otra cosa.

      —Aquella noche en el granero fue increíble — murmuró él, sin dejar de besarla en el cuello—. Estuviste increíble.

      A Deanna se le secó la boca. Le apretó los antebrazos.

      —Y tú también —le dijo, conteniendo el aliento. Él le estaba metiendo los dedos por dentro de las copas del sostén, tocándole la piel.

      De pronto cambió de postura y Deanna terminó tumbaba en el butacón. Él estaba inclinado sobre ella y sus ojos de chocolate la miraban fijamente.

      —Sólo hubo un problema.

      Ella

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