Reyes de la tierra salvaje (versión latinoamericana). Nicholas Eames

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Reyes de la tierra salvaje (versión latinoamericana) - Nicholas Eames La banda

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con mucho alivio cómo las forajidas se dispersaban. La líder miró a Clay y levantó la barbilla hacia Gabe.

      —¿Quién es el estorbo este?

      —Pues... Es... —Clay se rascó la barba.

      —Gabe —respondió su amigo, irguiéndose un poco al pronunciar su nombre.

      —“¿Gabe el Radiante?” —preguntó la mujer, abriendo los ojos de par en par. Gabriel asintió. Y ella negó con la cabeza, incrédula—. Pues no te pareces en nada a como te imaginaba, la verdad. Mi padre me dijo que eras fiero como un león y frío como una pinta de cerveza kaskariana. Mi madre solía decir que eras el hombre más apuesto que había visto jamás. Además de mi padre, claro. Pero ahora que te tengo aquí delante, dócil como un gatito y tan... —frunció el ceño como una granjera que examina una mazorca de maíz podrida—. Tan viejo.

      Clay se encogió de hombros.

      —La edad no perdona —dijo.

      La joven rio.

      —No, ¿verdad? Bueno, está claro que a ustedes dos no les perdonó ni una. —Entrecerró los ojos y miró el sol—. Sea como fuere, ahora mis chicas y yo tenemos un poco de plata que gastar, así que gracias.

      Clay consiguió dedicarle una lánguida sonrisa. Era incapaz de sentir antipatía por ella a pesar de que acababa de dejarlo sin comida, sin armas y sin ningún medio para calentarse los pies durante los largos y fríos meses que estaban por venir. Había sido muy amable (para ser una bandida, al menos) y había tenido la decencia de dejarle Corazón Oscuro. Algo era algo.

      —¿Cómo te llamas? —le preguntó.

      La sonrisa de la joven se ensanchó.

      —Me han llamado de muchas maneras —dijo—. Ladrona. Prostituta. La viva imagen de la mismísima diosa Glif. Pero cuando cuentes esta historia junto a la lumbre esta noche, di que las que te quitaron todas tus pertenencias fueron Lady Jain y las Flechas de Seda.

      —¿Son una banda? —preguntó Clay.

      —Bueno, somos bandidas —respondió ella—, pero me gusta pensar que podemos llegar a ser aún más.

      Luego se alejó a la carrera y tanto ella como las Flechas de Seda se perdieron en el bosque.

      Clay se dio cuenta de que llevaba un tiempo conteniendo la respiración. Soltó el aire y miró con gesto desconsolado a Gabriel, mientras este se inclinaba para levantar las piedras que se le habían desparramado por el suelo.

      —¿En serio? ¿Tienes alguna buena razón para traer un puñado de piedras a esta misión imposible en la que nos embarcamos?

      Gabriel empezó a deambular a su alrededor. No tardó en encontrar la roca a la que Jain le había dado una patada, y luego la examinó como si la viese por primera vez.

      —Son de Rosa. Solía buscarlas en la playa cuando vivíamos en Uria. Pensé que era buena idea traerlas por si...

      —No las va a querer —replicó Clay—. Le va a dar igual que hayas cargado con un puñado de piedras a través de medio mundo, Gabe. Ya no es una niña pequeña, ¿recuerdas?

      —... por si ha muerto —terminó Gabriel—. Mi idea era colocarlas sobre su tumba. Creo que le gustaría.

      Clay cerró la boca y se sintió como un imbécil.

      Poco después, ya habían vuelto a colgarse los morrales a la espalda y encontraron un sándwich en el fondo del morral de Clay, para sorpresa de este. Le dio la mitad a Gabriel, que arqueó una ceja.

      —Menuda suerte.

      Clay resopló.

      —Si tú lo dices. Espero que esta increíble buena suerte nos acompañe al menos hasta que lleguemos a Castia.

      —Y también a nuestro regreso —agregó Gabriel, demasiado ansioso por hincarle el diente a la comida como para notar el sarcasmo que destilaba el tono de su amigo.

      En cuestión de minutos, Clay ya había terminado su sándwich, y con él se había marchado también el último recuerdo que le quedaba de la mujer que se lo había preparado.

      —Y también a nuestro regreso —repitió al rato sin convencimiento alguno.

      6

      Clay se había ganado la vida explorando ruinas asoladas con la intención de matar a cualquier criatura que acechara en ellas, y sabía más que la mayoría sobre el Antiguo Dominio. El viejo imperio druínico había llegado a abarcar todo el mundo conocido, desde Grandual al este hasta los Confines al oeste, así como la enorme extensión del Corazón de la Tierra Salvaje que había entre ambos lugares. Los druin eran brillantes artesanos y poderosos magos que gobernaban con la libertad propia de dioses sobre las primitivas tribus de hombres y monstruos que había en aquella época. Pero, como todas las cosas que terminan siendo demasiado grandes, como esas ambiciosas telarañas o las calabazas gigantes, llegó a ser algo tan monstruoso que cayó por su propio peso.

      Los exarcas que estaban al mando de las ciudades del Dominio se rebelaron contra el arconte que gobernaba en ese momento y tuvo lugar una guerra civil. A pesar de ser inmortales, los druin son relativamente escasos en número (Moog le había dicho a Clay en una ocasión que las hembras druin solo podían dar a luz a un único hijo), por lo que engrosaban las filas de sus ejércitos con monstruos que los exarcas habían criado durante generaciones para que fueran más fieros y salvajes. Pero las criaturas habían resultado ser demasiado indómitas, y eso había dado lugar a las primeras grandes Hordas: enormes multitudes que recorrieron desenfrenadas el Antiguo Dominio y lo redujeron a cenizas.

      Un exarca llamado Contha creó un ejército de enormes gólems esculpidos en piedra que luego esclavizó con unas runas que... Bueno, lo cierto era que Clay no tenía ni idea de cómo funcionaban las runas, y la mayoría de los gólems con los que se había topado en sus viajes no tenían amo y no eran más que unos gigantes violentos. En cualquier caso, los ejércitos de gólems de Contha quedaron reducidos a escombros por las devastadoras Hordas y el exarca tuvo que abandonar su fortaleza y refugiarse bajo tierra. Nunca volvió a saberse nada de él.

      Algunos dicen que el inmortal Contha ha vuelto a la superficie para deambular entre las murallas derruidas de su ciudadela y lamentarse por la caída de su querido Dominio, mientras que otros sugieren que el druin sigue bajo tierra, reducido a un troglodita balbuceante que recorre solo la agobiante oscuridad.

      Clay suponía que había muerto y ya está. Los druin eran tan longevos que parecían inmortales, pero también podían ser asesinados (él mismo había visto cómo mataban a uno), y en las tinieblas habitaban cosas muy desagradables.

      Las ruinas de la fortaleza de Contha habían servido de punto de convergencia durante la Guerra de la Restitución. A la sombra de sus murallas, la Comitiva de Reyes había conseguido repeler hasta el Corazón de la Tierra Salvaje a los sobrevivientes de la última Horda. Después había empezado a formarse poco a poco un asentamiento, un lugar en el que los que fueran lo bastante valientes para entrar en la Tierra Salvaje podrían reunirse y hacerse con provisiones, y también uno para los que quisieran gastar o beberse sus recién encontradas riquezas y olvidar los horrores de los que habían escapado por poco.

      El

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