Ensayos I. Lydia Davis

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Ensayos I - Lydia  Davis

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judíos durante la Segunda Guerra Mundial. (También ha incluido referencias al Holocausto y la vida en un campo de concentración en su novela semiautobiográfica W, o el recuerdo de la infancia, que entrelaza dos hilos narrativos: el retrato de la vida en una isla bajo un régimen totalitario ficticio, y los recuerdos de su propia infancia, o recuerdos ficticios de su infancia soñada).

      Ahora, para regresar (de la digresión a las restricciones alfabéticas experimentales) al tema de los textos encontrados, me gustaría concluir hablando un poco sobre las cartas de Gustave Flaubert y cómo se convirtieron en mi inspiración para una serie de cuentos.

      Mientras trabajaba en el primer borrador de mi traducción de Madame Bovary, decidí leer las cartas que Flaubert había enviado al tiempo que estaba escribiendo la novela. Por suerte para la posteridad, en ese período tuvo una amante con la que mantuvo una gran correspondencia, durante un tiempo, y con quien comentó, entre otras cosas, el proceso de escritura. Él y su amante, la poeta Louise Colet, no vivían en la misma ciudad, así que se mantenían en contacto por carta: Colet estaba en París, y Flaubert compartía casa con su madre y su sobrina pequeña en un pueblo a las afueras de la ciudad de Ruan. De vez en cuando, Flaubert y Colet se encontraban a mitad de camino, en Mantes, y pasaban unos días juntos en un hotel. Después cada uno viajaba en tren, en direcciones opuestas, para volver a su hogar. Desafortunadamente para la posteridad, y en particular para los investigadores de Flaubert, la pareja se peleó y se separó cuando faltaba un tercio para completar la novela. Pero mientras todavía le escribía a Louise Colet, Flaubert describió en detalle las escenas en las que estaba trabajando, y sus dificultades y logros. (Hay que agregar que también dedicó un esfuerzo considerable y muchas páginas, durante ese período, en hacerle a Colet críticas reflexivas, llenas de admiración, a sus poemas y sugerencias de revisión).

      Recurrí a las cartas de Flaubert por unos cuantos motivos: para conocerlo mejor; para saber lo que sentía y pensaba sobre la obra y sobre sus personajes; para buscar información sobre la composición de la novela; y para ver cómo era su estilo cuando escribía con más espontaneidad, sin revisar, y en qué se diferenciaba de su estilo más trabajado.

      Muchas de las cartas no me interesaban como material (a menudo hablaba sobre polémicas literarias que involucraban a personalidades que muchas veces yo no conocía), pero escribió mucho sobre Madame Bovary y, en el curso, reveló el cariño que sentía por sus personajes. Por ejemplo, mostró cierto afecto a regañadientes por el intrigante farmacéutico Homais y describió el malestar que experimentó cuando trabajaba en la escena de la muerte de Emma Bovary por envenenamiento por arsénico.

      Mientras leía la correspondencia, de vez en cuando me encontraba con alguna historia que le contaba a Louise, algo que le había sucedido el día anterior o recientemente. Me gustaban mucho, y después de un tiempo se me ocurrió que podía extraerlas y modificarlas un poco para crear cuentos independientes. En las cartas, se perdían o quedaban desaprovechadas. Primero tomé las historias más acabadas y, más adelante, volví al material menos acabado para ver qué podía hacer con él. Traté de preservar el texto original de Flaubert tanto como pude. No agregué nada de ficción. Dejé afuera cosas, escribí transiciones, convertí dos oraciones en una, o viceversa. En un caso, combiné dos anécdotas separadas. En otro caso, investigué un poco sobre un hombre que mencionaba para completar el relato y agregarle un poco de color. A menudo, Flaubert terminaba sus anécdotas con una exclamación. Las mantuve. Había una exclamación muy críptica: “¡Oh, Shakespeare!”. Esa la conservé aunque no sabía bien lo que quería decir.

      He aquí uno de los primeros cuentos, “La lección de la cocinera”:

      Hoy aprendí una gran lección; la cocinera me la enseñó. Tiene veinticinco años y es francesa. Cuando le hice una pregunta, descubrí que ella no sabía que Luis Felipe ya no es rey de Francia y que ahora tenemos una república. Y, sin embargo, han pasado cinco años desde que dejó el trono. La cocinera dijo que no le interesa en lo más mínimo que ya no fuera rey: esas fueron sus palabras.

      ¡Y yo me considero un hombre inteligente! Pero comparado con ella soy un imbécil. (87 palabras)

      Aquí está el pasaje original, de una carta a Louise Colet fechada el 30 de abril de 1853:

      Hoy he aprendido una gran lección de mi cocinera. Esta chica, que tiene veinticinco años y es francesa, no sabía que Luis Felipe ya no era rey de Francia, que había una república, y demás. Todo eso no le interesa (en sus palabras). ¡Y yo me considero un hombre inteligente! Pero no soy más que un imbécil a la enésima potencia. Hay que imitar a esa mujer. (67 palabras)

      Los volví a comparar hace poco: había olvidado todos los cambios mínimos que introduje, si bien no modifiqué mucho el contenido ni el orden en que se desarrollan las ideas. Tampoco modifiqué la exclamación que aparece hacia el final: “¡Y yo me considero un hombre inteligente!”. Eso sí: investigué un hecho, la fecha en que Luis Felipe dejó el trono, para poder detallar los “cinco años”. Para comprender la sorpresa de Flaubert, es necesario tener en cuenta que no es que la república no existe desde hace unos meses, sino desde hace cinco años, información que Flaubert y Colet sabían, pero que quienes lean mi versión de la historia no sabrían de otra manera. Además, termino el cuento con la palabra “imbécil” (un final fuerte) en lugar del comentario más moderado de Flaubert: “Hay que imitar a esa mujer” o, como dice en realidad: “C’est comme cette femme qu’il faut être” (“Como esa mujer hay que ser”).

      Cuando fui a dar una charla al campus no hace mucho, una profesora de francés comparó las dos versiones de la historia y me dijo que, en su opinión, no debería haber descartado el “demás” de Flaubert: para ella, resumía todo lo que Flaubert le había dicho a la cocinera sobre Francia y la república. Entendí su lectura y estuve de acuerdo, y también me divirtió darle tiempo y atención, en medio de un auditorio bastante cavernoso, a una palabra tan modesta.

      Aquí hay otra historia, “Las lavanderas”, que extraje, más tarde, de una de las cartas de Flaubert:

      Ayer volví a un pueblo que está a dos horas de aquí y había visitado hace once años con el bueno de Orlowski.

      No había cambiado nada de las casas, ni del acantilado ni de los barcos. En el lavadero, las mujeres estaban arrodilladas en la misma posición, en la misma cantidad, golpeando la ropa sucia en la misma agua azul.

      Llovía un poco, como la vez anterior.

      En ciertos momentos, pareciera que el universo ha dejado de moverse, que todo se ha convertido en piedra, y solo nosotros seguimos vivos.

      ¡Qué insolente es la naturaleza!

      En este caso, le hice muy pocos cambios al original. Pero una de las pocas cosas que hice fue dividir el párrafo único de Flaubert en muchos párrafos cortos: a veces lo hago para que la lectura sea más pausada y el ojo se detenga entre oración y oración, y así cada oración reverbere y tenga su propio impacto.

      Pero ¿en qué se diferencian mis cuentos de una traducción directa de las cartas de Flaubert? Bueno, en principio, no tomo la carta completa, sino un fragmento; además, presento el material como un cuento, no como una carta; y transformo y reescribo, en mayor o menor medida, lo que extraigo. Jamás afirmaría que esos cuentos son de mi autoría y de nadie más: son “cuentos tomados de Flaubert”, en otras palabras, que primero se formaron en su mente a partir de la materia de su vida.

      No lo había pensado, pero tal vez haya cierto paralelismo entre mis cuentos tomados de Flaubert (ya tengo trece, más una diatriba) y los Cuentos basados en el teatro de Shakespeare de Charles y Mary Lamb, escritos en 1807. Puede que conozcan ese libro como no, pero formó

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