Ensayos I. Lydia Davis

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Ensayos I - Lydia Davis страница 11

Автор:
Серия:
Издательство:
Ensayos I - Lydia  Davis

Скачать книгу

Kafka (estas páginas fueron escritas en 1914, durante el primer año de la Primera Guerra Mundial):

      2 de agosto.

      Alemania ha declarado la guerra a Rusia.

      Por la tarde, Escuela de Natación.

      Otro de los tipos parece dar inicio a una historia impulsivamente, que se abandona con la misma rapidez:

      30 de julio.

      Cansado de servir en negocios ajenos, había abierto una pequeña papelería propia. Como mis medios eran escasos y tuve que pagar al contado casi todo […]

      Y un tercer tipo parece marcar el inicio de una historia, pero más lograda, con las características típicas de Kafka en la elección del tema, la confianza, el carácter incisivo, el uso de la repetición, la estructura bien equilibrada, la negatividad, la conclusión paradójica y el humor:

      [30 de julio].

      El director de la compañía de seguros El Progreso estaba siempre sumamente descontento con sus empleados. Ahora bien, todo director está descontento con sus empleados, la diferencia entre empleados y directores es demasiado grande como para que pueda ser compensada por meras órdenes por parte del director y por mera obediencia por parte de los empleados. Solo el odio recíproco equilibra las cosas y redondea la empresa entera.

      A mis veintitantos, solía estudiar los diarios de Kafka. Eran importantes para mí por varias razones: porque tenían muchos textos bien escritos; porque me permitían entender lo que pasaba con los textos antes de que estuvieran terminados (los ensayos toscos, los ensayos más logrados, la reflexión, la persistencia y la ventana que abrían al pensamiento de Kafka); porque lograban integrar la ficción y las preocupaciones cotidianas más mundanas y, en particular, porque la ficción emergía orgánicamente de las ocupaciones diarias. Y, además, quizás me resultaran más accesibles que la obra terminada, tan breves e inacabadas como eran las entradas.

      Si los diarios de Kafka crecieron por acumulación y no se concibieron en su origen como una obra única, otros escritores como Blaise Pascal, y sus Pensamientos, sí se propusieron esa forma desde el comienzo. Otro caso interesante es el del escritor catalán Josep Pla. Desde los veintiún años y durante un período de tiempo relativamente corto, de marzo de 1918 a noviembre de 1919, llevó un diario tradicional. Luego, durante los siguientes cuarenta y tantos años, en medio de muchos otros escritos, regresó a esas entradas de juventud y las amplió. Al final, el libro, en la edición que tengo, cuenta con 638 páginas. Todavía se leen las disyuntivas y los cambios abruptos de tema del diario original, pero incluye largos pasajes secuenciales de anécdotas, comentarios, historias, reflexiones morales, y demás. Entre sus numerosas obras, me atrevo a decir que El cuaderno gris (traducido al inglés por Peter Bush), descripta por un crítico como “una autobiografía construida a partir de fragmentos”, se ha convertido en su obra más destacada.

      Descubrí a Josep Pla hace poco, pero hay otro libro de un joven escritor, basado en las anotaciones de un cuaderno de hojas sueltas, que leí de joven, más o menos cuando se publicó por primera vez. Se trataba de un autor estadounidense esta vez, Kenneth Gangemi. El libro es The Volcanoes from Puebla, publicado en 1979, y habla de sus viajes en motocicleta por México. Gangemi también consultó su cuaderno en busca del material para hacer su libro, pero decidió incluir secciones organizadas alfabéticamente: Acapulco, Aguas, ¡Alarma!, Amecameca, Americanos Parte I, Americanos Parte II, Antiamericanismo, Azotea, Bach, y así. Me pareció un método atractivo e inspirador para organizar un libro. Gangemi es franco y crítico, claro, intenso e ilustrativo.

      Cuando pienso en los textos experimentales en el sentido estricto de la palabra, pienso en escribir con restricciones impuestas artificialmente. Por algún motivo, las restricciones alfabéticas me vienen a la mente primero, y el libro de Kenneth Gangemi cuenta como uno de esos casos, si bien la restricción es muy flexible y permite incluir secciones de cualquier longitud y un número variado de entradas por letra.

      Otro libro que recurre a la restricción alfabética es Alphabetical Africa, de Walter Abish, pero tiene límites mucho más marcados: en el primer capítulo solo se pueden usar palabras que comiencen con la letra “a”; en el segundo se agregan palabras que comienzan con “b”; en el tercero, palabras que comienzan con “c”; y así sucesivamente. En el capítulo veintiséis, el último de la primera mitad del libro, Abish ya emplea palabras que empiezan con cualquier letra del alfabeto. En la segunda mitad del libro, invierte el proceso y cuando llega al último capítulo ya solo usa palabras que empiezan con “a”.

      El que tiene un poema alfabético es David Lehman, un poeta neoyorquino de mi generación que a menudo se somete a restricciones (por ejemplo, escribió su libro Daily Mirror a partir de un desafío que se propuso: escribir un poema cada día, un desafío que podría darle buenos frutos a cualquiera).

      El poema alfabético de Lehman, “Anna K.” –sobre el personaje Ana Karenina– de su libro de 2005, When a Woman Loves a Man, tiene dos partes, que operan bajo la condición de la secuencia alfabética, es decir, la letra inicial de cada palabra sigue el orden del alfabeto. Y también se impone una segunda condición, que es la limitación de palabras por verso:

      1.

      Ana, benévola, creía.

      Demorar era fatal.

      Galante heroína,

      infiel jugaba Karenina

      lamentando mientras

      noviazgos otrora presentes.

      Qué resplandeciente,

      satisfactoria trampa

      utilizaba Vronsky,

      ya zarpado.

      2.

      Asustada, burlada.

      Cómo divorciarse.

      Emergen falsedades,

      gris heroína,

      inseguridades justifica Karenina,

      lujuria. Misericordia ninguna.

      Opulenta provocación

      quiere romperla:

      suicidio turístico,

      últimas vacaciones.

       Yaciendo, zozobra. 2

      Y también está la novela La disparition de Georges Perec, escrita sin usar la letra “e”. La ingeniosa traducción al inglés, también escrita sin la letra “e”, fue realizada por el novelista escocés Gilbert Adair y lleva por título A Void. En esta versión y para replicar las parodias desprovistas de “e” que hace Perec a una serie de famosos poemas franceses, Adair trabaja con “El cuervo” de Poe (allí, el “símbolo” se refiere a la letra “e”).3

      Pero en el caso de la novela de Georges Perec, con nada menos que cuatro “e” en su nombre completo, la eliminación deliberada de la letra quizás no fue solo una travesura conceptual, sino que tuvo una fuente emotiva y un efecto emotivo. La ausencia jugó un papel importante en la vida de Perec: se llevaron a su madre cuando

Скачать книгу