En camino hacia una iglesia sinodal. Varios autores
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Estas observaciones un tanto genéricas nos han permitido pasar revista a las cuatro grandes Constituciones conciliares. Podemos apuntar un par de asuntos que afectan a la cuestión hermenéutica. Sin duda, el mayor homenaje de Francisco al Vaticano II tuvo lugar en la bula de indicción del Año de la misericordia (2015), Misericordiae vultus, donde retomó las ideas fundamentales de los grandes discursos de los papas Roncalli y Montini, al comienzo y en la clausura del Concilio: en el primero, san Juan XXIII, con su llamada a un «magisterio eminentemente pastoral», hacía una invitación a usar la medicina de la misericordia; en el segundo, san Pablo VI venía a sancionar el giro antropológico del Concilio proclamando que su espiritualidad había sido la «espiritualidad del samaritano». De este modo, Francisco ha hecho de la misericordia una clave de comprensión de la enseñanza doctrinal del Vaticano II, una idea que ha dejado condensada en esta afirmación: «La misericordia es la viga maestra que sujeta la vida de la Iglesia» 51.
Hay otro elemento decisivo en el debate sobre la recepción en el que el papa Francisco ha tomado postura. Me refiero a la dialéctica pastoral-doctrinal. Tanto en el vídeo-mensaje para el centenario de la UCA (2015) como en la Constitución apostólica Veritatis gaudium, sobre las universidades y Facultades eclesiásticas, ha expresado su punto de vista: «No son pocas las veces que se genera una oposición entre teología y pastoral, como si fuesen dos realidades opuestas, separadas, que nada tuvieran que ver la una con la otra […]. Buscar superar este divorcio entre teología y pastoral, entre fe y vida, ha sido precisamente uno de los aportes del Concilio Vaticano II. Me animo a decir que ha revolucionado en cierta medida el estatuto de la teología, la manera de hacer y de pensar creyente» (VG 2) 52.
Así rebrota la idea directriz según la cual, para Francisco, la recepción del Concilio significa el anuncio del Evangelio en el mundo actual, pensando en sus destinatarios. Por ello cobra tanta importancia la dimensión histórica de la fe cristiana. Esta perspectiva hermenéutica está muy presente en la mente del papa Francisco, inscrita en dos de los cuatro principios bergoglianos: «el tiempo es superior al espacio» (EG 222-225) y «la realidad es más importante que la idea» (EG 231-233). Su conjunción «nos lleva a valorar la historia de la Iglesia como historia de la salvación […] a recoger la rica tradición bimilenaria de la Iglesia, sin pretender elaborar un pensamiento desconectado de ese tesoro, como si quisiéramos inventar el Evangelio» (EG 233).
3. El «giro eclesiológico» en la recepción del Vaticano II: continuidad y reforma
Nos hemos referido anteriormente a un estudio de G. Routhier, publicado en 2014, que quería dejar atrás las querellas estériles acerca de la hermenéutica conciliar, planteando esta cuestión: a cincuenta años del Vaticano II, ¿cuáles son las tareas pendientes? ¿Qué es lo que el Concilio, el gran desconocido para una nueva generación de cristianos, puede ofrecer a la vida de la Iglesia actual? 53 Y de forma correlativa, ¿en qué medida se ajusta el programa de Francisco a esta tarea? ¿Es su proyecto lo suficientemente radical como para relanzar la obra de aggiornamento del Vaticano II en sus diversos aspectos? 54 Estas preguntas llevan implícitas una determinación de lo que constituye el legado del Concilio. Vamos a responder a estos interrogantes con la ayuda de las categorías mencionadas al principio: acontecimiento, cuerpo doctrinal y estilo pastoral. De esta manera podremos precisar el sentido de la cláusula «giro eclesiológico» que hemos aplicado al tiempo del papa Francisco.
En primer lugar, su interpretación del Vaticano II se sitúa en plena coherencia y continuidad con los tres vectores que inspiraron la experiencia nuclear del acontecimiento conciliar y presiden la tarea de futuro a la hora de la recepción 55:
1) Expresar el mensaje del Evangelio en la situación del presente, según las palabras programáticas de san Juan XXII para su Concilio: «Presentar la doctrina de una manera que responda a las exigencias de nuestra época». Esta tarea abarca una escucha doble, a saber, la que resulta de la lectura de la situación del mundo actual y la que brota de la lectura de la Palabra de Dios; en otros términos, el Concilio no constituye un cuerpo cerrado y concluso, sino que nos sigue invitando a escrutar los signos de los tiempos (GS 4), porque el motor secreto de la recepción del Concilio es el principio del aggiornamento pastoral.
2) El redescubrimiento de la catolicidad de la Iglesia. En los años ochenta del siglo pasado, K. Rahner describió el Concilio como el «primer acto oficial de la Iglesia mundial» y como el fin de la etapa piana 56; en este maco teológico ha podido tener un desarrollo coherente la eclesiología de comunión y la teología de las Iglesias locales, el proceso de inculturación de la fe, que demanda también un proceso de descentralización en la liturgia y en la forma de gobierno.
3) El Vaticano II, desde su condición de acontecimiento y de nuevo comienzo, ha reabierto el capítulo de la conciliaridad o sinodalidad esencial de la Iglesia 57. Ahí cobra todo su sentido la participación de todos en la vida y en la misión de la Iglesia, desde el sensus fidei fidelium (cf. LG 12), que se actualiza en la vida litúrgica y su actuosa participatio (SC 14), así como en el compromiso evangelizador de todos los bautizados (cf. LG 17), que se ha de plasmar en todos los niveles de la vida eclesial en la forma de la corresponsabilidad, en la toma de decisiones, en un sistema de diálogo y escucha merced a los Consejos parroquiales, a los Consejos diocesanos, a los sínodos diocesanos y a los sínodos de obispos.
En segundo término, hay que referirse al cuerpo doctrinal. Para ello encuentro de gran utilidad la síntesis de la enseñanza conciliar que san Juan Pablo II estipuló en Sacrae disciplinae leges, el documento con el que presentó el nuevo Código de derecho canónico (1983):
De entre los elementos que expresan la verdadera y propia imagen de la Iglesia, han de mencionarse principalmente estos: la doctrina que propone a la Iglesia como el pueblo de Dios (LG II) y a la autoridad jerárquica como servicio (LG III); además la doctrina que expone a la Iglesia como comunión y, por tanto, establece las relaciones mutuas que deben darse entre la Iglesia particular y la Iglesia universal y entre la colegialidad y el primado; también la doctrina según la cual todos los miembros del pueblo de Dios, a su modo propio, participan de la triple función de Cristo, es decir, sacerdotal, profética y regia, doctrina a la que hay que añadir también la que considera los deberes y derechos de los fieles cristianos, y concretamente de los laicos; finalmente, el empeño que la Iglesia debe poner en el ecumenismo 58.
Se trata, por tanto, de cinco núcleos doctrinales: pueblo de Dios, comunión, la participación de todos los bautizados en la función sacerdotal, profética y regia de Cristo, los deberes y derechos del laicado y el empeño ecuménico. Si se añade la perspectiva de la apertura misionera de la Iglesia en el espíritu de Gaudium et spes y de su plasmación en el decreto Ad gentes, con sus presupuestos de la libertad religiosa (Dignitatis humanae) y del necesario diálogo interreligioso (Nostra aetate), quedarían al descubierto las líneas maestras del legado conciliar. He intentado mostrar en mi estudio El giro eclesiológico en la recepción del Vaticano II cómo están presentes todos estos núcleos doctrinales en el proyecto pastoral de Francisco: el retorno de la categoría de pueblo de Dios al hilo de una relectura de LG 9-12 y la consecuente interpretación del ministerio ordenado en clave de servicio, con ricos acentos sobre la figura del obispo y el ministerio presbiteral; la eclesiología de comunión y su realización sinodal en el nivel local, regional, universal; la teología del laicado con un deseo profundo de superar toda forma de clericalismo; el desarrollo de la idea de una Iglesia pobre y para los pobres bajo la guía del principio misericordia; los presupuestos de una renovación con espíritu; la función del ministerio del sucesor de Pedro en una Iglesia sinodal 59.
A fuerza de volver sobre los textos de Francisco puedo añadir nuevos capítulos, como son el impulso del ecumenismo en el marco de la cultura del encuentro y con la adopción de un novedoso modelo de comunión eclesial en la clave del poliedro (cf. EG 236) 60, la reivindicación de la relevancia