En camino hacia una iglesia sinodal. Varios autores

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En camino hacia una iglesia sinodal - Varios autores GS

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hasta la composición física de la asamblea revelaba las diferencias entre las respectivas categorías: en la parte central, primero, los arzobispos y los obispos, por estricto orden de precedencia; luego, los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. En la parte derecha, los invitados de otras Iglesias hermanas. En la parte izquierda, los peritos y expertos, quienes tenían derecho a hablar en los grupos, pero no en la asamblea. A partir de la tercera sesión, este miedo se rompió y se pasó a un clima más familiar y menos artificial, propio de una Iglesia-comunión: todos estábamos mezclados, sin que esto supusiera una falta de respeto a los obispos.

      c) Algunos procesos: del encontrarse al quererse

      Durante los seis años que duró la fase celebrativa del Concilio Plenario, los que participamos en las diferentes sesiones pudimos vivir distintos procesos:

      Reunirnos. La primera experiencia fue la de reunirnos. Los miembros conciliares proveníamos de todos los rincones de Venezuela, de las distintas diócesis y vicariatos, del norte al sur, del este al oeste. El día de llegada e inscripción significó dar rostro y color a los nombres de los participantes recogidos en las listas de la secretaría: cada nombre era una persona con una historia bien interesante y un cúmulo de experiencias familiares, sociales, eclesiales. Las reuniones plenarias, por grupos, por comisiones, por categorías, mostraron una primera realidad de lo que es la Iglesia: una reunión, una asamblea.

      Reconocernos. Cuando llegamos, casi no nos conocíamos. Era imposible de otro modo, tratándose de una asamblea muy plural. Poco a poco, a medida que comenzó el trabajo conciliar, fuimos conociéndonos, compartiendo las experiencias, identificando y ubicando a cada uno: de dónde venía; a qué Iglesia, comunidad o grupo representaba; qué pensaba, qué hacía. Para quererse es necesario conocerse: abrir la propia persona a la persona del otro.

      Aceptarnos. El mero conocerse no implica aceptarse. Yo puedo conocer al otro como otro, en su diferencia, y no aceptarlo, no «re-conocerlo». Una de las experiencias más ricas fue la de aceptar las diferencias internas: la Iglesia no es, ni puede ser, un grupo totalmente homogéneo gobernado por un pensamiento monolítico o hegemónico. El Espíritu Santo suscita una gran multiplicidad de carismas variados para bien de la comunidad. Progresivamente nos fuimos aceptando en la diversidad.

      Compartir. Una vez que se acepta a las personas, aun en la diversidad de opiniones sobre un tema, es más fácil compartir. Compartir no consiste en imponer mi visión de las cosas, sino en escuchar qué piensa el otro, qué experiencias son más significativas, en buscar la unidad en la diversidad, sabiendo que son más las cosas que nos unen que las que nos separan. El concilio fue una gran oportunidad para conocer a gente de Iglesia y para compartir experiencias espirituales, vivencias, historias, proyectos, esperanzas.

      Querernos. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, comenzamos a hacer amistades, a querernos, aun en el respeto de la diversidad. Qué imágenes tan bonitas las de las últimas sesiones cuando el día de llegada nos encontrábamos con los amigos: abrazos, saludos, conversaciones… Muestras todas de un gran aprecio y una amistad cultivada. Uno de los frutos mejores del concilio fue reunirnos en el amor de Cristo, como sus seguidores que vivimos la comunión y, unidos, nos lanzamos a la misión encomendada.

      d) Experiencia de Dios

      Un punto importante que quisiera señalar es el carácter trinitario que moldea a la Iglesia y que inspiró el ambiente creado durante las sesiones conciliares. Podemos decir que desde ahí se constituyó la unidad en la pluralidad.

      Humanamente, en efecto, es muy difícil la concertación de tantas y tan distintas voluntades. Pero nuestro concilio fue una auténtica experiencia de Dios. Nos reunió un motivo de fe: la profesión del Dios uno y trino, en el que el Padre es origen; el Hijo, la Palabra que revela; el Espíritu Santo, el vínculo de amor y unidad. Como Iglesia en Venezuela nos propusimos ir formando una gran armonía de muchos instrumentos, tonos, notas y sonidos, en un único canto de alabanza a la Trinidad. Era el compromiso por realizar la misión de evangelizar y por construir la unidad en la aceptación de la pluralidad de dones y carismas.

      Vivimos el encuentro como experiencia espiritual, marcada por los momentos de oración, las eucaristías al final del día, los días de discernimiento espiritual o de retiro sobre temas específicos, la recitación de la oración del concilio por parte de tantas personas y comunidades cristianas, que acompañó y sostuvo el proceso conciliar.

      Los que participamos en las sesiones podemos asegurar que no se trató de un congreso académico, de debates sobre temas intelectuales o de mera planificación estratégica u organizacional. Vivimos el concilio como un discernimiento espiritual, buscando a Dios, sintiendo su Espíritu y presencia en medio de nosotros, preguntándonos qué nos pedía él a las personas y a las comunidades.

      e) Experiencia de ser una Iglesia en camino

      Una imagen de la Iglesia que siempre me ha cautivado es la de la caravana. Esta permite a un grupo humano atravesar el desierto, sorteando las adversidades del clima, las asechanzas de los bandidos, las amenazas de los animales. En la caravana camina mucha gente, algunos van por delante, abriendo camino; la mayoría se ubica en el centro; otros se quedan en la retaguardia, bien porque su paso es débil, bien porque se proponen cubrir y defender, acompañar a los que caminan más lentamente o no dejar que nadie se quede atrás y se pierda.

      Nuestra Iglesia se asemeja a una caravana: algunos van delante, marcando el paso y abriendo brechas; otros siguen caminos abiertos; otros van más atrás, acompañando a los que no logran seguir el paso. Hay algunos que tienen ideas creativas y audaces, actitudes proféticas y gestos martiriales. En la Iglesia hay de todo. Pero son los profetas y mártires los que riegan la Iglesia con su voz y con su sangre, y la alimentan de esperanza, haciendo ver que el horizonte final no se identifica nunca con la mediocridad de la realidad, sino que la trasciende y la impulsa.

      En el concilio pudimos apreciar muchos límites y defectos de nuestra Iglesia, como cuando la familia se reúne y salen a relucir también los trapos sucios. Nuestra Iglesia es, a la vez, una comunidad divina y humana. Contamos con la asistencia y la ayuda de Dios, pero somos humanos, con fallos y pecados. Hemos conocido las fortalezas, pero también las debilidades de nuestra Iglesia. Somos una Iglesia en camino.

      3. Metodología sinodal

      No es la intención aquí hacer una historia del Concilio Plenario de Venezuela, para ello remitimos al excelente trabajo del P. Amador Merino 16, pero sí resulta útil recoger la metodología seguida, pues nos ayudó a nosotros y podría ser referencia para otros que emprenden su propio camino.

      a) Consulta al pueblo de Dios

      Una vez decidida la realización del concilio se organizó una primera consulta al pueblo de Dios. Se trataba de una invitación a la participación, pues, para que realmente sea plenario, un concilio implica la participación de todos. Por eso los obispos escribieron:

       Exhortamos, pues, vivamente a todos los católicos, como miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, a entrar de lleno en el concilio. Invitamos especialmente a los sacerdotes y diáconos, a los religiosos, a los jóvenes, a las familias y movimientos apostólicos, a que cooperen con generosidad y entusiasmo con el concilio [...] Nadie debe considerarse extraño o no invitado. El proceso conciliar nos compromete a todos 17.

      En este sentido, se asumió como metodología un proceso de «consulta permanente al pueblo de Dios y una encuesta a otras instancias sociales» 18. La finalidad de la consulta fue precisada en estos términos: a) auscultar y articular el sentir de la Iglesia (sensus ecclesiae)

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