Intriga en Los Laureles. Francisco José Nesbitt Almeida

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Intriga en Los Laureles - Francisco José Nesbitt Almeida

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de que el muchacho había cursado la secundaria con la maestra designada por don Luis para los hijos de los trabajadores de la hacienda, pero por su inteligencia y dedicación, el muchacho pasaba todas las tardes en la biblioteca con el fin de aprender más; tanto, que ya había leído todos los libros que había ahí y cada mes que llegaban nuevos, los leía uno a uno; esto a pesar de que casi todos eran libros de derecho, administración y economía, ya que don Luis cuenta con la carrera de Licenciado en Derecho y Maestría en Administración. Paulina se enteró también de que Fabián había obteniendo las más altas notas en secundaria y poco a poco se había ganado la confianza de su abuelo al grado de que este casi lo trataba como a un hijo: Fabián entraba a la casa grande con total libertad, comía muchas veces en la mesa con don Luis y le ayudaba con toda la administración de la Hacienda, por lo que recibía un sueldo extra al que tenía como encargado de los corrales, granja, vacas lecheras y la remuda de los vaqueros. Don Luis le comentó que ignoraba lo que hacía Fabián con el dinero que ganaba, pues casi nunca salía de la Hacienda y solo en muy contadas ocasiones se le veía con algo de ropa nueva que compraba cuando acompañaba al patrón o a Manuel a la ciudad a realizar algún trámite o para comprar los medicamentos de los animales y un poco de víveres, ya que casi todo lo que se consume en Los Laureles se produce ahí mismo.

      Paulina y su abuelo pasaron varios días del otro lado de la frontera en donde compraron algo de ropa, fueron de paseo, al cine y comieron en restaurantes elegantes, pero poco antes de regresar Paulina le dijo a su abuelo;

      —Creo que Fabián necesita un nuevo sombrero; ¿se lo podemos comprar?

      —Claro, hija, y ¿qué tal si de una vez le compramos algún regalo para la navidad?

      —¿Qué crees que le gustará?

      —No lo sé, para él su vida son los libros y los caballos; ¿qué tal un buen libro de caballos?

      —Ay abuelo, ¿cómo crees? Si la biblioteca de la hacienda es seguramente la más completa de la región. Mejor algo que le pueda servir para su trabajo; ¿qué tal una computadora para que te pueda ayudar mejor con la administración de la hacienda?

      —Pero no sabrá usarla, en la hacienda no hay ninguna y no ha aprendido como se usa una máquina de esas.

      —Yo le voy a enseñar, es muy fácil y si después instalas el internet, todavía te podrá ayudar más… y yo podré estar en comunicación con él siempre, aunque esté en París.

      —Tú mandas; vamos a ver esas máquinas, pues. ¡Ah, y el sombrero! Creo que es más importante el sombrero.

      Compraron un buen sombrero y una hora después salieron de una tienda de artículos electrónicos con la Laptop más moderna que tenían en existencia, su estuche y una impresora láser. Subieron a la camioneta y emprendieron el regreso a Los Laureles a donde llegaron casi al anochecer. A la entrada de la casa los recibieron Fabián y Manuel, quienes bajaron las maletas y todas las compras que habían realizado, bolsas y cajas que apenas cabían en la parte trasera de la camioneta; pero Paulina se negó rotundamente a que se le ayudara con tres cajas no tan grandes, que insistió en bajar ella misma y llevarlas a su habitación. Don Luis le dijo a Fabián:

      —Te esperamos Paulina y yo para la cena, así que apúrate, si no has terminado con tus pendientes.

      Fabián se presentó para cenar en la casa grande con ropa limpia, recién bañado y peinado, a lo que Don Luis dijo bromeando:

      —¿No han visto a Fabián?

      Paulina continuó la broma con un silbido que hizo ruborizar al muchacho; se sentaron a la mesa y cenaron conversando. Don Luis habló muy poco, ya que se pasó escuchando los planes para el futuro de los muchachos: Paulina quería estudiar en Francia un par de semestres para dominar bien el francés y después regresar a estudiar administración en la capital; Fabián quería trabajar y ahorrar mucho para comprar su propio rancho, su ganado y muchos libros; de hecho, según dijo, ya tenía algo de dinero que había ido juntando con el tiempo, lo cual despejó de cierta forma la incógnita de don Luis y Paulina. Al terminar de cenar Paulina sugirió que pasaran a la Biblioteca y siguieran platicando junto a la chimenea, que ya estaba encendida desde hacía tiempo. Al levantarse de la mesa, Paulina dijo que los alcanzaba allá, pues tenía algo que darle a Fabián. Ya en la biblioteca, sentados junto al fuego, don Luis y Fabián vieron entrar a Paulina con una caja blanca que el muchacho reconoció como una de las que no se le había permitido bajar de la camioneta y la chica dijo:

      —Creo que tu sombrero ya está un poco viejo, a ver si te gusta el que te compramos el abuelo y yo.

      Fabián, sorprendido, no supo qué decir y tomó la caja en sus manos, la abrió y descubrió dentro un fino sombrero texano, exactamente a su medida…

      —¡Vamos, pruébatelo! —dijo Paulina.

      El muchacho lo sacó de la caja y se lo puso ya con los ojos llorosos, pues solo en contadas ocasiones había recibido regalos y dijo:

      —¿A qué se debe esto? No es mi cumpleaños.

      —Se debe a que tu sombrero está ya muy viejo y quisimos que tuvieras uno nuevo.

      —También se debe a que eres un hombre muy trabajador que necesita un sombrero nuevo de vez en cuando —dijo don Luis.

      —Gracias, me encantó, pero no podré usarlo en los corrales, se va a ensuciar.

      —Para eso es, muchacho, para que te cubra el sol y la lluvia, no para tenerlo guardado en el ropero, señaló el patrón.

      —Se te ve muy lindo, te ves guapísimo —dijo Paulina, logrando una vez más que Fabián se ruborizara.

      Por la mañana Fabián se encontraba ordeñando las vacas y ya había dado alimento a los animales de la granja cuando apareció Paulina en el corral.

      —Hola; ¿qué te parece si vamos a montar y me enseñas la hacienda?

      —Tengo que terminar con mis obligaciones; en cuanto acabe voy por dos caballos para ir a dar una vuelta.

      —Ok, mientras voy a la cocina a buscar algo de comer para llevar al paseo, ¿te parece?

      —Claro, me voy a apurar.

      Un rato después regresó Paulina con un morral y Fabián ya tenía listos y ensillados dos caballos, salieron cabalgando junto al río, para después subir a la sierra y en lo alto se sentaron bajo un encino a comer las empanadas que había preparado doña Lupe, acompañándolas con una taza de su famoso café de olla que les mandó en un termo. Fabián moría de ganas de decirle a Paulina que le gustaba, pero se limitó, sabiendo que se trataba de una niña rica, nieta de su patrón y que vivía muy lejos de la hacienda. Por su parte Paulina pensaba que nunca había conocido un muchacho como Fabián. Ojalá viviera en la capital y sus padres lo pudieran aceptar, aunque fuera un peón de la hacienda de su abuelo.

      Pasaron los días y las cabalgatas se hicieron una costumbre diaria y cada vez eran más largas; Fabián se apresuraba por la mañana a terminar con sus deberes de la Hacienda, para ensillar dos caballos y salir con Paulina de paseo.

      Se llegó la fecha en que llegaron los padres de Paulina a la Hacienda y, como era lo habitual, Manuel y Fabián esperaron la camioneta en la puerta de la casa. El muchacho abrió la puerta y ayudó a Paulina a bajar, tendiéndole la mano, gesto que su padre observó de mala gana. Paulina con una gran sonrisa les dijo a sus padres:

      —Él

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