Intriga en Los Laureles. Francisco José Nesbitt Almeida

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Intriga en Los Laureles - Francisco José Nesbitt Almeida

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a su mujer y a su hija en sus lugares. Solo dijo buenas noches y tomó asiento junto a Don Luis, que ocupaba la cabecera.

      —Jean Claude, ella es doña Lupe, la abuela de Fabián y cocinera de esta casa desde hace ya treinta años, y hoy nuestra invitada de honor; a Fabián ya lo conoces —señaló Don Luis.

      —¿Qué tal, doña Lupe? Un honor compartir la mesa con usted en una fecha tan especial, dijo Jean Claude.

      —Gracias, señor, la verdad me siento muy extraña, pero a don Luis se le ocurre cada cosa...

      En ese momento entraron al comedor Ana Karen y Paulina muy sonrientes, cargando las viandas que contenían la cena navideña, y Jean Claude no logró disimular asombro en un principio, seguido de disgusto; apuró su copa de coñac, lanzando una mirada amenazante a su mujer y preguntó en voz alta:

      —¿Qué significa esto? Las mujeres de la casa sirviendo a la servidumbre

      —Si no te parece, sírvete y llévate tu plato a otro lado; los aquí presentes queremos disfrutar de una cena navideña entre amigos, pero si no quieres compartir la mesa con nosotros, ya sabes qué hacer, dijo don Luis.

      Jean Claude se levantó de la mesa indignado, diciendo a su esposa e hija:

      —Ya hablaremos ustedes y yo. —Y salió del comedor hecho una furia.

      Ana Karen intentó seguirlo, pero don Luis la tomó del brazo al pasar a su lado y le ordenó quedarse; todo esto siguió de un silencio incomodo que Paulina rompió al decir:

      —Cenemos pues, porque se va a enfriar, afuera hace un frío terrible.

      —Tal vez nos caiga una nevada navideña —manifestó Fabián—. Está el cielo muy cerrado y se ve muy colorido, señal de que por ahí anda la nieve.

      —Sería maravilloso que nevara en navidad, dijo Ana Karen, a modo de dar por olvidado lo sucedido con su esposo hacia un momento. ¿Te sirvo, papá?

      Cenaron como una gran familia, escuchando las anécdotas de don Luis, los chistes de Fabián, las ocurrencias de Paulina y hasta doña Lupe y Ana Karen decidieron intercambiar algunas recetas. Ya pasada la media noche Paulina sugirió que abrieran los regalos, lo que les extrañó a Fabián y doña Lupe, pues ellos no habían preparado ningún regalo para esa ocasión, mas no comentaron nada. Don Luis estuvo de acuerdo y se levantó de la mesa para ir a donde estaba el árbol de navidad en la estancia de la casa; Ana Karen pensó que ahí estaría Jean Claude pero no fue así y una vez que todos estuvieron sentados alrededor del árbol, don Luis tomó una de las cajas, leyó la tarjeta y dijo:

      —Este es para Ana Karen. —Y le entregó a su hija el regalo

      Ana Karen lo abrió, sonrió al ver el collar de perlas y besó a su padre en la mejilla; después don Luis tomó otro regalo y dijo:

      —Para Fabián.

      El muchacho se sorprendió y sonrió al recibir una caja un tanto pesada de manos de su patrón.

      —Gracias, don Luis, no sé qué decir.

      —Dale las gracias a Paulina porque ella lo escogió. ¡Ábrelo de una buena vez!

      El muchacho agradeció a Paulina y abrió la caja para encontrar dentro una computadora que miró con sorpresa y dijo:

      —Pero don Luis, esto debe costar una fortuna.

      —Fortuna es tenerte aquí en mi hacienda y que me ayudes con el trabajo.

      —Ahora te será más fácil llevar las cuentas, el control de las fechas de la gestación de los animales y las listas de todo lo necesario para la hacienda y más —dijo Paulina.

      —Siempre había querido una de estas, ahora tendré que aprender a usarla.

      —De eso me encargo yo, afirmó Paulina sonriendo.

      Doña Lupe recibió una máquina de coser eléctrica como regalo; Paulina una cuenta de cheques para que pudiera disponer de lo necesario cuando estuviera en Francia, en unos meses más. Y bajo el árbol de navidad solo quedó un regalo con una tarjeta que decía: Jean Claude Dumont.

      Debido a que la estancia no tiene ventanas al exterior por estar el centro de la casa, nadie se dio cuenta de que hacía buen rato había comenzado a nevar. Fue Paulina quien al ir a su habitación a cambiar la batería de su cámara fotográfica se percató al mirar por su ventana de que el suelo estaba ya totalmente blanco y seguían cayendo grandes copos de nieve, por lo que tomó la batería y corrió hasta la estancia diciendo:

      —Está nevando… está nevando.

      Todos salieron a la terraza a ver el espectáculo. Fabián y Paulina fueron más allá, hasta los jardines de la casa grande y comenzaron una batalla de bolas de nieve, sin darse cuenta de que en la casa del caporal brillaba una luz que dejaba ver la sombra de dos hombres sentados junto a una botella de coñac casi vacía.

      Al haber malentendido Jean Claude Dumont que su suegro don Luis Rodríguez trataba a su esposa y a su hija como viles empleadas y daba un mejor lugar a la servidumbre en la cena de navidad, salió del comedor de la casa, tomó de la cava una botella de coñac de largo añejamiento y una copa, para salir de la casa a caminar sin rumbo en la obscuridad. Impresionado por lo cerrado que se encontraba el cielo y por una temperatura inferior a los 0º C, escuchó una voz que le dijo:

      —¿Qué lo trae por aquí a estas horas y con este frío, don Jean Claude?

      Al volverse, vio a Manuel Licón de pie en el porche de la llamada casa del caporal. Se acerco a él y preguntó:

      —¿Por qué estás solo, Manuel? ¿Y tu familia?

      —Yo no tengo familia, señor, hace años que mi esposa me abandonó y se llevó con ella a mis hijos.

      —No lo sabía, qué pena, perdón por la indiscreción.

      —No pasa nada, don, pero dígame, ¿necesita algo o qué lo trae por aquí?

      —Nada, Manuel, solo salí a respirar un poco de aire fresco y a tomar un trago a solas; ¿tú gustas?

      —Pues creo que sí, es Navidad y hace algo de frío; traeré un vaso.

      Se sentaron ambos en el porche de la casa del caporal, en la que vivía Manuel desde hacía ya muchos años y charlaron sobre el clima, caballos y varios temas más, hasta que Jean Claude tocó el tema de Fabián, con la intención de averiguar por qué Don Luis le tenía tanto aprecio al muchacho; Manuel contó que Don Luis tiene en gran estima a Doña Lupe, que ha trabajado por años en la casa grande y quien desde antes de la muerte de su esposo, se hizo cargo del cuidado de la esposa del patrón que estaba imposibilitada para moverse, debido al cáncer que finalmente terminó por quitarle la vida, hacía ya varios años.

      Doña Lupe tenía una hija de nombre Ángela, quien a muy corta edad había quedado embarazada sin saberse de quién, contó el caporal; al parecer se metía con quien fuera, por lo que su madre decidió correrla de la hacienda, llena de vergüenza. La muchacha después regresó únicamente a dejar al niño, pues doña Lupe no la recibió, se sabe que le dijo que si ella andaba de golfa no tenía por qué recibirla

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