Intriga en Los Laureles. Francisco José Nesbitt Almeida

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Intriga en Los Laureles - Francisco José Nesbitt Almeida

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pero espero poder averiguar quién es la persona que lo hace, aunque sospecho ya de quién se trata… ¡Vámonos!

      Regresaron a la Hacienda antes que los vaqueros y el caporal terminaran su búsqueda sin sentido. Don Luis le pidió a Fabián que en cuanto llegaran los jinetes le pidiera a Manuel que lo buscara en la biblioteca, pues quería hablar a solas con él y le indicó que soltara todo el ganado en una pasta pequeña para poder juntarlo nuevamente en unos días y que estuviera listo, pues a la mañana siguiente viajarían a la cuidad. Fabián no entendió muy bien la razón de soltar el ganado, pero no quiso indagar más, pues jamás había visto a Don Luis tan molesto. Se retiró de la casa grande y fue a cumplir con el encargo.

      Por la noche Manuel Licón llamó a la puerta de la biblioteca y al escuchar la autorización de don Luis para pasar, ingresó quitándose el sombrero.

      —Buenas noches, don.

      —¿Alguna novedad, Manuel? ¿Encontraron mi ganado?

      —No, patrón, pero mañana saldremos nuevamente para ver qué encontramos, la verdad esto me extraña más que a usted.

      —Quiero una cuadrilla de vaqueros saliendo de la Hacienda antes de que amanezca y no los quiero de regreso antes de que caiga el sol, a menos que encuentren el ganado, ¿quedó claro?

      —Sí, patrón.

      —¿Estás consiente, Manuel, de que tú eres el responsable del ganado de esta hacienda?

      —Sí, señor, estoy consciente de eso.

      —Jamás he dudado de ti, Manuel, no me hagas hacerlo por primera vez —dijo don Luis, mas el hacendado ya tenía muy claro que el ganado no estaba en sus terrenos y tenía una corazonada respecto a quién lo había sacado de ahí.

      Antes del amanecer varios vaqueros salieron a caballo en búsqueda del ganado faltante y minutos después don Luis y Fabián abandonaron la hacienda en la camioneta del patrón, con rumbo a la ciudad; durante el trayecto Don Luis pidió a Fabián que le pusiera al tanto de todo lo que había visto, durante el tiempo que había estado contando el ganado los meses anteriores. El muchacho le contó que la puerta y las rodadas que habían visto el día anterior en la zona de colindancia con las tierras federales no estaba a principios de enero cuando había recorrido esa zona; también le contó que desde principio de año era Manuel quien se encargaba de revisar la zona, pues sin dar explicación alguna, el caporal había ordenado que los vaqueros cabalgaran diversas partes de los terrenos de la hacienda y que él mismo se encargaría de la zona donde se encontraba la puerta clandestina. Don Luis, un tanto molesto, cuestionó al joven respecto al porqué no se le había informado tal situación y el muchacho manifestó que no le había resultado extraño, pues Manuel era el caporal y él acomodaba a la gente de la Hacienda como mejor le parecía.

      —Sí, muchacho, perdón, pero tengo muchas cosas en la cabeza y un coraje enorme conmigo mismo, por no haber llevado bien un control del ganado; de cierta forma fui yo quien generó todo esto.

      El viaje a la ciudad continuó en silencio y un par de horas después llegaron directamente a la oficina del abogado de confianza de don Luis, quien ya los esperaba, debido a llamada del hacendado la noche anterior.

      —Luis, bienvenido, me preocupó tu llamada y la urgencia de querer verme; ¿qué es lo que pasa? —dijo el abogado a manera de saludo.

      —Problemas en la Hacienda, creo que habrá que presentar una denuncia por robo de ganado y abuso de confianza.

      —Pasen y siéntense; ¿quieren un café?

      La siguiente hora don Luis y Fabián contaron al abogado los detalles de lo sucedido, y él se comprometió a presentar ante el Ministerio Público la correspondiente querella en un par de días, utilizando el poder notarial que don Luis le había otorgado con antelación para diversos trámites; el abogado garantizó que hablaría con el Fiscal de Zona para que se hicieran a la brevedad las indagatorias correspondientes y pidió a don Luis que en su momento facilitara a los agentes Ministeriales el acceso a la Hacienda, con el fin de simplificar en lo posible su trabajo.

      El hacendado y Fabián se despidieron del abogado y pasaron a comprar varias cajas de aretes para ganado, debidamente enumerados, antes de emprender el regreso a la Hacienda Los Laureles. Llegaron ya tarde, casi al anochecer y hasta ese momento los vaqueros no habían regresado de la búsqueda. Doña Lupe les sirvió la cena y don Luis ordenó que en cuanto los vaqueros llegaran a la hacienda, se presentaran todos en la casa grande pues quería hablar con ellos, uno a uno.

      Don Luis estuvo en la biblioteca, sentado detrás de su escritorio hasta muy altas horas de la noche, hablando con todos y cada uno de los vaqueros de la Hacienda, y lo único que logró averiguar es que a ninguno de ellos se le había asignado el cuidado de la zona en donde se había encontrado la puerta clandestina. Según coincidieron los trabajadores, era Manuel Licón el encargado de esa zona desde hacía un par de meses.

      Por la mañana, a primera hora, se presento Manuel en la terraza donde cada día don Luis se tomaba su primera taza de café de olla; saludó a su patrón y dijo:

      —Estamos por salir nuevamente a buscar el ganado, patrón

      —Ese ganado ya no está en mi terreno, Manuel, tal vez esté ya en los refrigeradores de los supermercados de la ciudad.

      —¿Quiere decir que nos han robado, don Luis?

      —Me han robado, querrás decir.

      —Pero señor, ¿está seguro de que los números que usted tiene son los reales? recuerde que yo llevo un conteo de los animales.

      —Si Manuel, un conteo muy deficiente, por cierto. En estos días vendrán Policías Ministeriales a indagar sobre el asunto, ellos darán con los responsables y sea quien sea, va a pagar con cárcel.

      —Yo me encargo de atender a los oficiales, don Luis —dijo Manuel nervioso.

      —Eso lo haré yo personalmente, por lo pronto retírate y déjate de búsquedas inútiles.

      El caporal se retiró de la casa grande y minutos después se le vio salir de la Hacienda en su camioneta, sin haber avisado a nadie a dónde se dirigía. Kilómetros más adelante, por el camino que va desde la hacienda a la carretera federal, se desvió y siguió hasta llegar al lugar donde se encontraba la construcción de madera tipo granero junto al corral de carga. Dentro del lugar se ocultaba un teléfono celular; lo tomó y marcó un número de la capital del país; unos instantes después dijo:

      —Don Jean Claude… el viejo ha descubierto todo

      —¿A qué te refieres con que ha descubierto todo? Tú aseguraste que eso sería imposible, que don Luis no lleva ningún inventario del ganado.

      —Sí, don, yo dije eso, pero no contaba con el muchacho.

      —¿Cuál muchacho? ¿Acaso Fabián?

      —Sí, don; Fabián, por órdenes de don Luis, realizó un conteo de las cabezas de ganado que había en la Hacienda entre diciembre y febrero y hoy se ha descubierto el faltante. Ya se espera la llegada de la policía; ¿qué vamos a hacer, don?

      —¿Cómo que qué vamos a hacer? Lárgate de ese lugar de inmediato, quema mi camión y a mí... ni siquiera me conoces, ¿oíste?

      —Espere,

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