Intriga en Los Laureles. Francisco José Nesbitt Almeida

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Intriga en Los Laureles - Francisco José Nesbitt Almeida

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siguientes semanas, Fabián se encargó de cabalgar a lo ancho y largo de los terrenos propiedad de don Luis, contando y recontando cada una de las cabezas de ganado, llevando inicialmente un registro escrito en una libreta, que por las noches transcribía en su computadora. En varias ocasiones se desconcertó debido a que de un día a otro no coincidían algunos números y lo más extraño es que cada vez que encontraba un error, este era con un número menor al de de las cabezas de ganado que había contado anteriormente. No dio mucha importancia a la situación, pues era muy difícil contar el ganado suelto en el campo, tal vez debería esperar a que se juntara el ganado para trabajarlo y ahí sería cuando a ciencia cierta tendría los números correctos.

      Por su parte, Paulina en la capital asistía diariamente a las clases de su último curso antes de viajar a Francia y en cuanto daba la hora pactada con Fabián, puntualmente encendía su computadora para ponerse en contacto con el muchacho; se contaban lo que hacían día a día y de esa manera ella se enteró y se alegró al saber que su abuelo estaba muy orgulloso del programa que había hecho para ayudar la administración de la Hacienda y más gusto le daba que ya se estuviera poniendo en práctica. Los muchachos comenzaron a hablar del futuro, de lo que harían cuando Paulina regresara de estudiar en Europa dentro de poco más de un año. Fabián planeaba hablar con don Luis de su deseo de comenzar a comprar unas cuantas cabezas de ganado y solicitar su autorización para que pastaran en un pequeño potrero que pocas veces era utilizado debido a su lejanía con respecto a las casas y corrales de la Hacienda; Paulina lo apoyó e incluso le dijo que si su abuelo se negaba, ella misma hablaría con él y lo convencería.

      —Si tú le llamas, sería como desarmarlo —contestó Fabián—, eres su consentida

      —Jajaja.

      Desde su oficina en la empresa de transportes en la capital del país, Jean Claude Dumont llamaba una vez por semana a Manuel Licón, al teléfono celular que le había proporcionado para saber cómo iba su negocio y al colgar con él, siempre llamaba al dueño de una empacadora en el norte del país para corroborar que lo dicho por el caporal coincidiera con la realidad y así poder llevar cuentas claras de las ganancias. Jean Claude había hecho trato con un viejo conocido en su viaje a la ciudad en compañía de Manuel semanas antes. El caporal se encargaría de sacar el ganado de la Hacienda Los Laureles, encorralarlo cerca de ahí para proceder a embarcarlo en un pequeño y viejo camión propiedad de Dumont que transportaría a los animales hasta los corrales de la empacadora y una vez ahí, los animales serían sacrificados de inmediato, sin papeleo alguno para que su carne fuera vendida junto con la carne de los cientos de animales que se adquirían lícitamente, no dejando así huella alguna de la existencia de la operación irregular; los pagos se hacían mediante depósitos en efectivo a una cuenta abierta en la capital por la secretaria de Jean Claude Dumont, a nombre de ella. Jean Claude tenía pensado liquidar, en aproximadamente un año, con las jugosas ganancias, el pasivo pendiente de pago al banco y liberar así la hipoteca existente sobre las oficinas y bodegas de su negocio, la cual ya se encontraba en proceso de demanda en un Juzgado de la capital.

      Ya en el mes de febrero don Luis dio la orden a Manuel de juntar todo el ganado en los corrales de la Hacienda para contar las vaquillas que se venderían ese mes, ocultándole al caporal que otro de los motivos era realizar un conteo general, que debería coincidir en mucho con los números de Fabián. La orden fue puesta en marcha de inmediato, por lo que se convocó a los trabajadores de la hacienda para indicarles que al día siguiente deberían ensillar a primera hora para comenzar a juntar el ganado, lo cual tomaría varios días. Pero tal situación siempre alegraba a los trabajadores, ya que sabían que al terminar la corrida, como agradecimiento por su trabajo extra, el patrón mataba una vaquilla y repartía su carne entre todos ellos.

      Días después se presentó Manuel en la casa grande y dijo al patrón:

      —Todo el ganado está ya en los corrales, señor.

      —¿Seguro que es todo? —indagó don Luis.

      —Seguro, patrón, ya cabalgamos cada rincón del terreno y no queda ni una sola cabeza de ganado fuera de los corrales.

      Ya con todo el ganado junto, comenzó el trabajo en los corrales y don Luis ordenó a Fabián que no se separara de su lado; se separaron las vaquillas para venta y, con posterioridad se contó una a una las cabezas de ganado de la hacienda Los Laureles, cosa que no se había realizado desde hacía años. Esto obviamente sorprendió a Manuel Licón, pero él estaba seguro que no sucedería nada ya que no existía un inventario anterior que pudiera mostrar el faltante de ganado existente. Don Luis y Fabián se retiraron hacia la casa grande, no sin antes dar orden de que el ganado no se soltara aún. Ya en la biblioteca y ante la computadora compararon los números y el resultado fue un faltante de decenas de animales.

      —¿Estás seguro que contaste bien, Fabián? —preguntó don Luis con el ceño fruncido.

      —Don Luis, puedo haber fallado con algunos, pero con tantos animales por ningún motivo; es mucho el faltante.

      —Me parece muy extraño; aquí está pasando algo raro… Manda a alguien a buscar a Manuel para que venga aquí de inmediato.

      Manuel se presentó en la biblioteca y encontró a don Luis en su escritorio frente a una computadora, que él nunca había visto; junto al patrón, Fabián revisaba apuntes en una libreta y ambos los corroboraban con los datos que estaban en la pantalla de la máquina. Al entrar el caporal, el patrón levantó la vista y en su rostro se notaba una clara molestia.

      —Falta mucho ganado, Manuel —dijo don Luis sin más.

      —No entiendo, señor, ¿a qué se refiere?

      —¿Qué parte de “falta mucho ganado” no entiendes?

      —Perdón, patrón, pero ¿de dónde saca eso?

      —Fabián y yo, entre los meses de diciembre y enero contamos cada cabeza de ganado de esta hacienda y hoy hay un faltante muy considerable. Nunca he dudado de ti, Manuel, por lo que de verdad espero que mi ganado ande por ahí y no lo hayan juntado en su totalidad, así que de inmediato quiero que tomes una cuadrilla de vaqueros y salgan a buscar lo que falta, lo quiero aquí antes de que anochezca.

      El caporal palideció y alcanzo a decir:

      —Sí, patrón, enseguida salimos a buscar.

      Don Luis al quedarse a solas con Fabián le dijo:

      —De verdad espero que sea un error, aunque no lo creo. Jamás he llevado un control detallado del número de cabezas que se maneja en esta Hacienda y eso lo saben los trabajadores; fácilmente me pueden haber robado desde hace años… ¡Qué error el mío, Fabián! Alista mi caballo y ensilla uno para ti también, quiero recorrer el perímetro de la hacienda ahora mismo.

      Antes la cuadrilla de vaqueros, que capitaneados por Manuel Licón, buscarían el ganado faltante, sabiendo el caporal claramente que no encontrarían nada. Don Luis y Fabián cabalgaron junto al cerco colindante de la Hacienda, buscando algún lugar donde hubiera una ruptura o un colapso; pasaron horas hasta que de pronto don Luis bajó de su caballo y se acercó a revisar personalmente una puerta que él no conocía en el cerco de púas. Lo más extraño es que por esa puerta pasaba un camino que él tampoco conocía, y además se notaban huellas frescas que delataban que por ese lugar se habían sacado animales hacia los terrenos pertenecientes a la federación. El hacendado decidió seguir las huellas y no muy lejos de la puerta, encontraron un pequeño corral con un embarcadero para subir ganado a camiones; junto a él, una pequeña cabaña de madera desde donde salía un camino que parecía bastante usado, pues se veían claramente las rodadas de algún vehículo grande que se

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