Intriga en Los Laureles. Francisco José Nesbitt Almeida

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Intriga en Los Laureles - Francisco José Nesbitt Almeida

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hacia la casa. Ana Karen saludo a Fabián de mano y le preguntó si él era el nieto de doña Lupe.

      —Si —dijo Fabián.

      —Oh, pues qué grande estás, ¿y dónde está tu abuela? Tengo años que no la veo y mismos que tengo saboreándome un café de olla que solo ella sabe preparar.

      —Pues adelante, señora, ahorita aparece mi abuela…

      —Aquí estoy, Anita querida, ¡qué gusto verte! —Y las dos se fundieron en un cálido abrazo.

      Don Luis ordenó que pasaran a la casa y ahí siguieran con sus saludos:

      —Aquí está haciendo frío —dijo.

      Todos entraron a la enorme estancia de la casa. Jean Claude ya se encontraba sentado en un sillón frente al fuego fumando un puro. Manuel y Fabián se habían quedado afuera para llevar las maletas a las habitaciones que Doña Lupe tenía ya preparadas. La familia se sentó a la mesa para la cena y Paulina preguntó:

      —¿Y Fabián? ¿Por qué no está con nosotros?

      —No importa, hija, nos puede atender cualquier otra persona de la cocina —manifestó Jean Claude.

      —No, papá, Fabián se sienta a la mesa con nosotros a cenar todas las noches.

      —En esta casa mi padre nos enseñó siempre que los empleados son parte de la familia, Jean Claude, todos somos iguales —intervino Ana Karen.

      —Pues yo no compartiré la mesa con la servidumbre —manifestó Jean Claude, levantándose de su lugar y retirándose del comedor.

      —Discúlpalo papá, recuerda que él fue educado en Europa.

      —Y muy mal educado, por cierto —dijo don Luis—. Una persona que hace menos a sus empleados no se da cuenta de que gracias a ellos es que hay comida en su mesa, ¡y vaya que gracias a ellos come tu marido!…

      —¿A qué te refieres con eso, papá?

      —Nada, hija, es un decir…

      Don Luis al terminar de cenar se levantó de la mesa y al pasar por la estancia donde se encontraba Jean Claude lo llamó a la biblioteca:

      —¿Puedes venir un momento, yerno? Quiero hablarte.

      —Usted dirá, don Luis.

      —En primer lugar, en mi casa mando yo y solo yo decido quién se sienta a mi mesa. Te aseguro que es más bienvenido el más humilde de los peones que tú, ¿te quedó claro?

      —Pero don Luis…

      —No hay pero que valga, ¿te quedó claro?

      —Sí, don Luis, le ofrezco una disculpa

      —La disculpa no me la debes a mí, te la debes a ti mismo por arrogante y a tu hija que estima a ese muchacho más de lo que te imaginas.

      —Pero no es de su clase.

      —¿Vas a seguir en tu plan? ¿O a qué clase te refieres?

      —Mi hija ha estudiado en las mejores escuelas, domina dos idiomas, convive con gente de alcurnia, creo que no debe mezclarse con un peón

      —Tu hija, has de saber, estudia en las mejores escuelas, domina dos idiomas, convive con gente de alcurnia y estudiará en París a partir del año entrante, debido a que ese muchacho con su trabajo, con el sudor de su frente y la de otros muchos trabajadores, logran que esta hacienda produzca lo que produce para pagar esos caprichitos y, dicho sea de paso, para mantener a flote una empresa que se encuentra en quiebra por la holgazanería, despilfarros y malos manejos de su padre, así que, ¡mucho cuidado cuando te refieras a la gente que te da de comer! ¿Oíste?... ¿O quieres acaso que también cancele las tarjetas de crédito que usan tu hija y tu esposa, como hice con la tuya hace unas semanas?

      —No, don Luis, entiendo su molestia.

      En ese momento, don Luis salió de la biblioteca encontrándose de frente con su hija, quien al parecer había escuchado la conversación tras las puertas de vidrio de la biblioteca; su padre la hizo a un lado y siguió caminando hacia a su habitación, claramente enfadado. Ana Karen entró en la biblioteca y de inmediato cuestionó a su esposo, para saber si era cierto lo que creyó haber escuchado:

      —¿De qué hablaban? —Pregunta que tranquilizó a Jean Claude al darse cuenta de que su mujer no había escuchado lo que hacía un momento había dicho don Luis.

      —Nada de qué alarmarse; de algunos negocios que no han ido muy bien últimamente.

      —¿Qué negocios? Nunca me has comentado que tengas negocios con mi padre.

      —Solo algunas inversiones sin importancia. Creo que lo del ganado ya no va muy bien, tu padre está un poco alarmado

      —O mucho, se ve que iba furioso; hablaré con él.

      —Déjalo, ya se le pasará, no hay que hacer los problemas más grandes en vísperas de Navidad, son solo negocios.

      Ana Karen no quedó convencida de lo que su esposo le dijo y pensó en hablar con su padre en unos días, pasando la Navidad; por lo pronto se encargaría, con ayuda de Paulina, de tener todo listo para la cena navideña. Habría que ir a la ciudad para comprar lo necesario adornar la casa y ponerse de acuerdo con Doña Lupe para la cena.

      Esa noche Ana Karen durmió muy poco, pues según ella creía haber escuchado a su padre reclamar a Jean Claude que con el producto de la hacienda se mantenía a flote la empresa de su marido; esto le causaba inquietud ya que ella estaba segura que la empresa era muy lucrativa, pues les daba para vivir una vida de lujos, lo cual le resultaba extraño y más extraño era que su esposo le hubiera asegurado que su padre tenía problemas con sus negocios y que Jean Claude tuviera inversiones en ganado con su padre, si era tan obvia la enemistad entre él y don Luis. Se levantó temprano y salió a la terraza, sabiendo que su padre estaría ahí a esas horas tomando su primer café de olla; saludó a don Luis y lo pensó dos veces… mejor no tocaría el tema por ahora, por lo que decidió organizar con su ayuda la cena de navidad; le pidió que le facilitara un vehículo y un chofer para ir a la ciudad de compras con su hija, a lo que don Luis respondió:

      —Claro, las llevará Manuel, pero hazme un favor y tráeme mi chequera de la biblioteca; seguro necesitarán dinero.

      —Pero papá, Jean Claude me puede dar lo necesario.

      —Trae mi chequera, te digo.

      —Ay, papá, qué necio eres.

      —Y tráeme también en qué hacer una lista, te voy a encargar algunas cosas.

      Claro está, Ana Karen no sabía que tal vez su esposo no tuviera lo necesario para cubrir los gastos de una cena de navidad debido a que semanas atrás don Luis había cancelado la tarjeta de crédito que había venido utilizando sin límite alguno desde hacía años.

      Llegó la Nochebuena y don Luis ordenó que se preparara la mesa para la familia además de Doña Lupe y Fabián; llamó a su hija a solas y le dijo que esa noche ellos servirían la cena, pues Fabián y doña Lupe eran los invitados

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