¡Corre Vito!. David Martín del Campo

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¡Corre Vito! - David Martín del Campo Cõnspicuos

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A la Orilla de un Palmar, de Manuel M. Ponce. ¡Nombre!, fue mi revelación porque, la verdad, le eché un sentimiento como nunca, sobre todo en aquella frase que se vuelve medio travestida, “soy huerfanita, ay, no tengo padre ni madre, ningún amigo, ay, que me venga a consolar”, y como todavía no enronquecía, las señoras aún presentes, que eran la mayoría, ¡otra, otra, otra!, comenzaron a exigirme, pero como no habíamos practicado más que esas tres canciones, ni modo, me aventé una segunda vez con la del palmar, y ¡otra vez, otra vez, otra vez! gritaban en el patio del Miguel de Unamuno, así que ahí les vamos, el profe Macías y yo, en mi catarsis, solté el micrófono y como Pedrito en los tomatales de Sinaloa me aventé en inspiradísimo spianato. Aquello fue la apoteosis; hasta me espanté, la verdad. Lo más triste de todo, como en las películas de Chaplin, fue que mamá no pudo asistir al festival. Entonces trabajaba como burra y ni modo. Qué, ¿me iba a entregar a las lágrimas?

      “Yo te abracé, toda emocionada. ¿Te acuerdas, Vito?”

      Sí que me acuerdo, le respondí a la profesora Olga. Lo que no me perdonaré nunca, dijo al terminar su cocacola con nieve, fue que nunca te presenté. ¿Ah, sí?, ni me acordaba, volví a mentir. Lo importante del canto es el timbre, sostenerlo y “castigar la voz”; me lo decía el tío Quino, recordé. Y entonces ella, suspirando al mirar el folleto de Los Marsellinos, volvió a preguntar, ¿y son buenos, tus compañeros?, los indicaba, a Mario y Silvano, en un gesto que me pareció homicida. Sí, muy buenos, mentí por tercera vez, como San Pedro. Tienen un contrato exclusivo con Dios, je, je, solté la bromita, pero la profesora Olga se quedó como si nada. Nos miramos un par de veces más, y suspiramos. ¿Qué más podíamos contar? Me gustaría que platicáramos otro día, dijo a la hora de pedir la cuenta. Tú de tus proyectos, y yo de mis... asuntos. Desde luego, maestra. Cuando usted quiera. Eso es lo que te quería decir, dijo, es decir, disculparme. Mira, en esta servilleta te apuntaré mi dirección porque todavía no tengo teléfono. Para cuando quieras visitarme, sin compromiso. Sí, muchísimas gracias, maestra. Para lo que se te ofrezca... y es que, la verdad, nunca me perdonaré no haberte anunciado por tu nombre en el festival del Día de la Madre.

      Nos despedimos dándonos un beso, más rutinario que sincero, sospechando que ese sería nuestro vistazo final. Ella se encaminó por Londres y yo por Dinamarca. De repente un grito que me hace voltear. “¡Vito, Vito! ¡Ya me acordé! Era Gálvez. Gálvez Monroy”. ¿Era quién? “¡Cómo quien?”, en la distancia, “¡el Picapiedra Gálvez Monroy!” Tenía razón.

      Me dirigí a casa y en el camino, serían las cuatro de la tarde pasadas, me desvié hacia el edificio de la Maldonalds. Ahí la descubrí cuando descendía del auto de su primo Evaristo. Se despidieron de beso, casto, y entonces, cuando el simpático primo arrancaba en su Ford, me reconoció en la distancia. Quiúbole, Vito, ¿dónde andas?

      Aquí me tienes, a tus órdenes, contándote estas tribulaciones tan patéticas. A ti, a ti, no te hagas.

      5

      Estamos llenando un crucigrama, Arturo y yo, en la recepción del gimnasio. Él porque quiere aprender, como los animalitos de la canción de Cri-crí, y yo por ocioso. “Natural de Nueva Zelanda.

      Indígena de los mares de Tasmania”, me pregunta de repente. ¿De cinco letras? Sí, verticales. Pues “maorí”, ¿no?, le digo, y al completar el sector se me queda viendo con el lápiz en la boca, como si yo fuera Albert Einstein. Un día no se aguantó. Oiga don Vito, ¿por qué sabe tantas cosas?, preguntó al detener el vaivén del trapeador. Qué les responde uno, entonces, a los Arturos de la vida. Lo más incómodo es que nunca me quita eso del “don”, aunque le lleve unos cuantos años. Yo no sé cosas, le refunfuñé, “yo sé la vida”. Y la verdad, fue peor.

      Y hablando de cosas, éstas no marchan demasiado bien en mi existencia. Dejé de asistir a la Facultad, Pati Maldonado me rehúye, el Estopa tiene parásitos y no se levanta de su camastro. Pero vayamos por partes, como dijo el sabio rey Salomón. Todo tiene su origen, para qué negarlo, en la desintegración de Los Marsellinos. Desintegrándose más, desde luego, deben estar Mario y Silvano comidos por los gusanos y retornando al polvo de la nada. Han pasado ya cuatro meses desde que los balacearon para dejarme en la más cruel orfandad musical. Ya nomás canto en la regadera, como las cuarentonas enamoradas, “soy, la reeeina de los mares” y siento que mi voz se irá en el primer taxi a la mano. ¿Qué le dice entonces uno a su voz en retirada?

      Eso me pasó esta mañana al cepillarme los dientes. Hacía las gárgaras de rigor y al escupir aquello descubrí que mi voz escurría por el desagüe. Fui con mamá, que estaba de un humor de perros, y le hice desesperadas señas. Que viniera al lavabo, que atajara mi voz, que me salvara. Y ella, “¡qué tienes, Vito!”, porque debe conocer muy bien los síntomas de un paro cardiaco. Le señalaba mi garganta, mi lengua, el flujo del agua. “¡Qué, qué! ¿te tragaste el tapón del caño? ¡JesúsMaríayJosé!” Y yo como mimo en la zozobra. ¡Mi voz, jefa!, solté con la risotada. ¡Se fue por el bújero!

      Es una forma práctica de averiguar si uno es querido, aunque mamá odia oírme diciendo esas corrientadas. Jefa, bújero, quéondaqueonda. Y como no tiene el recurso de la madrecita estándar, “ay, si tu padre te escuchara”, la abrazo muy querendón, le aprieto la cintura, le doy un besote en la nuca y la dejo, la verdad, turulata y que si lista para el diván. Debías de buscarte un galancín garañón, le digo entonces, porque la jefa, sea dicho con todo respeto —¡oh, mister Eddie Poe!—, aguanta todavía un zandungazo. Y se lo digo y se sonroja. Que si no seré mandado, pero ella lo sabe. Y se lo pierde, como le dijo la tía Cuca la otra noche en que se tequileaban dizque recordando al tío Joaquín: “Tienes tus telerotas, hermana, ¡pero como de estuata municipal!... pura mirancia y na nay de agarrancia”. Y las carcajadas que llegaban hasta la calle.

      Así es mi tí Cuca a la hora del tequila: se transforma en Mistress Hyde. Una destrampada que no perdona estuatas ni pudores. Sí, estuatas, estuatas. ¿Nunca las has visto, digo, a las dos así de simples cuando pierden la chaveta? Tienes razón. Qué vulgares, ¿verdad?

      Pero están pendientes aún los tres asuntos que me carcomen el alma: mi novia que se hace la ausente, la Facultad de Arquitectura a la que ya no voy desde hace tres semanas y mi perro enfermo de lombrices.

      Lo de la Facultad es lo que más me duele porque, ya lo debes suponer, qué futuro tendré si abandono mis estudios universitarios. Ni modo que me fosilice como administrador de este gimnasio, entregando jaboncitos, llevando las cuentas del primer turno, soportando los puñetazos cuando no llega el sparring de mi categoría, que es welter. Como dice el manager que entrena a los pupilos en el anexo, “Vito, no sirves para tirar, pero qué bien resistes”. Alguna vez imaginó que podría hacer de mi un campeón, como hizo con el “Alacrán” Torres allá por 1970, pero la verdad es que yo no sirvo para ablandar. Siempre busco el izquierdazo a la mandíbula, noquearlos y sanseacabó. Además que no me gusta que me toquen la cara, la protejo demasiado y eso me quita eficacia. Le tiro al bulto cuando ya no está. Vamos, por decirlo con más claridad, soy igual a un punching-bag con patas.

      Que por qué me protejo la cara. Mírame nomás. Quizá no sea el rostro más hermoso de la colonia Juárez, pero me defiendo. ¿Por qué crees que cayó la Patita Maldonado? Mala donna, ¿me la dona la Maldonalds? Bueno, claro, además del rollo aquel que le tiré, su persona ha herido mi alma, le dije aquella vez en Chiandonni, pero es una herida que llevaré con amor hasta el último de mis días. ¿Te acuerdas? Y la muy romántica, cayó. Cacayó.

      Entonces ni como administrador del gimnasio ni como sparring ni como arquitecto. La verdad es que no veo resuelta mi vida. Y no es que llevara demasiado mal la carrera, pero me aburría tanto. Me aburría la idea de

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