Violencias de género: entre la guerra y la paz. Gloria María Gallego García

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Violencias de género: entre la guerra y la paz - Gloria María Gallego García justicia y conflicto

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a Galtung, que la violencia masiva contra las mujeres implica previamente unos estereotipos y una “cultura de la violación”, los cuales allanan el camino hacia la violencia física.

      La violencia contra las mujeres no termina con el fin declarado del conflicto, con la firma de los tratados de paz. Los marcos culturales que posibilitan esa violencia siguen vigentes y, al mismo tiempo, en el posconflicto, persiste la existencia de armas en las calles, de excombatientes, la militarización de la vida cotidiana, la supervivencia económica extrema y los altos niveles de letalidad (Cohn, 2013, p. 21). Todo ello, sin duda, no facilita la implantación de un régimen político y social de igualdad entre hombres y mujeres. Para autoras como Catherine MacKinnon, ese continuum nos habla de “la guerra diaria que sufren las mujeres” (2006, p. 144), donde en realidad no hay tal paz, sino, en el mejor de los casos, lo que podríamos denominar un permanente estado interbellum.

      Cynthia Cockburn sostiene la necesidad de analizar el funcionamiento del género como una relación de poder que crea distintas dinámicas de poder y, en ese sentido, esas dinámicas están presentes tanto en la guerra como en la paz:

      […] el género vincula la violencia en diferentes puntos en una escala que va desde lo personal a lo internacional, desde el hogar y los callejones hasta las maniobras de la columna de tanques y la salida del bombardero furtivo: palizas y violación conyugal, confinamiento, asesinatos por honor y mutilación genital en tiempos de paz; violación militar, secuestro, prostitución y tortura sexualizada en la guerra. (2004, p. 43).

      El género —entendido como relaciones de poder— constituye ese hilo conductor en el cual transcurre la violencia. Esta tesis, muy seguida en los análisis de la teoría feminista (MacKinnon, 2014 y 2006; Cockburn, 2004; y Davies y True, 2015), ofrece la ventaja de comprender la violencia como un proceso, y por lo tanto, permite establecer indicadores previos de “alerta temprana”, dada la continuidad de la violencia22.

      Por otro lado, el continuum de la violencia también sustenta la idea de que en la guerra (igual que en la paz) la esfera pública y la privada no son vistas como mundos separados, sino como áreas de influencia entrecruzadas, donde, muy especialmente, lo personal se muestra como violento. En este último aspecto, es significativamente relevante el análisis de Rita Segato sobre la territorialización de los cuerpos en las nuevas guerras. Los cuerpos son ahora los nuevos territorios que conquistar mediante la violación, la tortura, el desplazamiento o la muerte. Bajo esta concepción se produce una especial significación territorial de la corporalidad femenina (Segato, 2018b).

      El continuum entre la guerra y la paz efectivamente pone el acento en la causa sustentadora común de las violencias contra las mujeres: el dominio, en términos de una política sexual, como hemos visto. No obstante, tanto las manifestaciones de esa violencia —en toda su diversidad— como el propósito concreto presentan variaciones que no podemos dejar de atender. De esta manera, nos encontramos con violaciones genocidas con un propósito instrumental claro, pero también con violaciones oportunistas más próximas a la violencia sexual en tiempos de paz. Por otra parte, si bien se subraya que, en muchas ocasiones, la violencia sexual en las guerras se presenta como una violencia colectiva, perpetrada como gang rape; no es menos cierto que también, en escenarios de paz, hay un aumento de las violaciones colectivas, cometidas por “manadas”23. Podríamos incluso decir que hay una cierta “contaminación” de las características de la violencia sexual en guerras con “un aumento de la crueldad” (Segato, 2018a), en la violencia sexual cometida en escenarios pacíficos24. Es ese espacio “entre” la guerra y la paz, como espacio intersticial, donde podemos observar cómo confluyen dinámicas de género muy similares que conllevan el dominio violento del cuerpo de las mujeres.

      Sin embargo, si bien la tesis del continuum de la violencia explica su sustrato común, también requiere matices, tal y como señalan algunas autoras. En este sentido, resulta imprescindible acudir a los testimonios de las víctimas y analizar qué supone para ellas la violencia, pues el impacto sobre la vida de las mujeres puede diferenciarse:

      Lo que la teoría reconstruye conceptualmente como un continuo puede no corresponder a las impactantes y traumáticas experiencias de violencia de las víctimas en los conflictos y en situaciones de represión. Ésta es la experiencia contrastada de muchas víctimas de violaciones masivas, esclavitud sexual o mutilación sexual, incluso cuando las vidas ordinarias de estas mujeres incorporaban componentes significativos de duro control masculino, crueldad física, coerción, agresión sexual y silenciamiento. (Walker, 2009, p. 29).

      En definitiva, se trata de atender la experiencia de las víctimas como una de “discontinuidad” catastrófica en sus vidas (Walker, 2009, p. 29). Esto es especialmente relevante a la hora de implementar un sistema de reparaciones. El continuo de la violencia, en este sentido y con estos matices, nos resulta muy útil a la hora de analizar las distintas violencias cruzadas (sexuales, económicas, culturales), tanto en la guerra como en la paz, y a la hora de pensar qué conexiones se producen en los procesos que van de la paz a la guerra y viceversa al posconflicto en términos de género. Con esto, se desecha la ecuación de la paz como sinónimo de no violencia contra las mujeres, por un lado, y de guerras o conflictos como los escenarios donde tienen lugar las violencias contra las mujeres, por otro.

      Como examinamos en estas páginas, el género, las relaciones de género y su violencia incorporada para mantener el control sobre las mujeres, recorre tanto la esfera privada como la esfera pública, los escenarios de paz y los de guerra. Las desigualdades de género, en este sentido, atraviesan nuestras sociedades, mostrándonos continuidades en las distintas violencias que nos interpelan acerca de nuestras actitudes, valores y estereotipos que posibilitan y legitiman severos daños contra las mujeres. En definitiva, sacar a la luz estas violencias supone también cuestionar el alcance tanto de la paz, de las democracias, como de los conflictos o posconflictos en términos de repensar las estructuras políticas sobre las cuales se asientan nuestras sociedades.

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