Violencias de género: entre la guerra y la paz. Gloria María Gallego García
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Aunque se considere la tendencia sexual de los seres humanos un impulso, es preciso señalar que esa importantísima faceta de nuestras vidas que llamamos ‘conducta sexual’ es el fruto de un aprendizaje que comienza con la temprana socialización del individuo. (1995, p. 82).
La política sexual, como expresión del patriarcado, desarrolla estereotipos característicos de género —sumisión-pasividad— y decreta para cada sexo un código de conducta altamente elaborado16. Retomar la idea de una “política sexual” no pretende eliminar la idea de la violencia sexual como manifestación de poder y sumisión; contrario a esto, politiza la sexualidad y señala que el sexo contiene en sí un elemento de poder dada la socialización patriarcal. Kate Millet fue realmente pionera al señalar “lo personal es político”, queriendo decir con ello “lo sexual es político”. Trasladar esta afirmación al escenario de los conflictos armados nos permite ver cómo se ejerce el poder —en el sentido weberiano del término, como “poder sobre alguien”— por medio del sexo. Puesto que este es en sí mismo poder no se sitúa al margen de él, tal y como se evidencia en el uso del sexo en las guerras.
Otro elemento importante que introduce Millet en su análisis de la política sexual es la violencia. “La firmeza del patriarcado se asienta también sobre un tipo de violencia de carácter marcadamente sexual, que se materializa plenamente en la violación” (1995, p. 101). Esa violencia sexual se torna cierta y efectiva en escenarios de conflicto armado especialmente —aunque no de forma exclusiva— y, aunque no se produzca en realidad, funciona como una amenaza, en todos los contextos, como “un instrumento de intimidación constante” (Millet, 1995, p. 100) con consecuencias restrictivas en la vida cotidiana de las mujeres. Así, en nuestras sociedades democráticas, las mujeres tienen que planificar y variar sus desplazamientos, principalmente de noche, ante la amenaza de la violación. Las mismas autoridades policiales insisten en difundir mensajes que limitan su libertad de movimientos (“no salgas”, “quédate en casa”). Para las mujeres y niñas, en muy diversos contextos, existe un permanente “toque de queda” interiorizado por ellas mismas e implícito en las normas sociales.
D. LA POLÍTICA SEXUAL EN LAS GUERRAS
Una vez visto el marco teórico de la política sexual, profundicemos ahora en cómo se manifiesta en escenarios de conflictos armados, cómo la violencia sexual articula la estrategia geopolítica de las “nuevas guerras” mostrándonos su centralidad. Nos enfocaremos para ello en los informes anuales del Representante Especial para la Violencia Sexual en Conflicto del Secretario General de Naciones Unidas (SRSGSVC)17. El informe del 2018, en el apartado correspondiente a “Panorama general de tendencias actuales y nuevos motivos de preocupación”, señala el aumento o resurgimiento de conflictos, el extremismo violento y el desencadenamiento de patrones de violencia sexual. Entre estos últimos cabe resaltar los siguientes: el uso estratégico de la violencia sexual para forzar los desplazamientos de poblaciones y para impedir el retorno a los lugares de origen18.
Como veíamos, la amenaza de este tipo de violencia lanza un mensaje extremadamente eficaz a la comunidad en su totalidad. Persiste la violencia sexual contra minorías étnicas, en lo que podríamos denominar una política sexual “de depuración étnica”. Sin embargo, además, como señala el informe, esto repercute a su vez en el silenciamiento de la violencia sexual cometida al interior del grupo, ya que no se denuncia la violencia perpetrada por miembros de la misma comunidad debido a las presiones de lealtad al grupo (S/2018/250, p. 5). Otro patrón importante relaciona la violencia sexual con la economía, tanto a nivel micro como macro, en una economía política de la violencia sexual. Por medio de la violencia sexual, se redistribuyen recursos económicos en varios planos: las mujeres son utilizadas como “moneda fungible” entre grupos armados, mediante el secuestro y la trata, aumentando la riqueza de estos. Adicionalmente, las mujeres que tienen títulos de propiedad de tierras huyen de los territorios en disputa, dejando las propiedades abandonadas y listas paras ser ocupadas. De esta manera, mediante prácticas ilícitas, los combatientes complementan y aumentan sus propias micro-economías, “mientras que las mujeres sufren discriminación estructural a nivel macroeconómico” (S/2018/250, p. 6).
Si, tal y como señalaba Mary Kaldor (2013, p. 3), la lógica de las nuevas guerras había cambiado su forma de financiación19 de manera que la violencia política (el secuestro, el tráfico de personas, etc.) tenía un fundamento económico, la violencia sexual, como vemos, supone una forma importante de esas nuevas vías de financiación y muestra una expropiación del valor sexual del cuerpo de las mujeres.
Por último, la violencia sexual conlleva una securitización al interior de las comunidades que implica una merma de los derechos de las mujeres, en términos de movilidad, educación o empleo, bajo el argumento de su protección y salvaguarda frente a la violencia. Esto conduce al desarrollo de “mecanismos de supervivencia negativos y perjudiciales, como el matrimonio infantil” (S/2018/250, p. 6).
El informe del 2020, coincidente con la pandemia mundial sanitaria creada por la covid-19, señala importantes retrocesos, ya que ha supuesto un aumento de la violencia de género en todo el mundo:
La pandemia actual es una crisis que tiene género […]. El Consejo de seguridad de Naciones Unidas reconoció en su resolución 2532, del 2020, que el conflicto podía exacerbar los efectos de la pandemia, y pidió medidas concretas para reducir al mínimo el desproporcionado efecto negativo que la pandemia tenía en las mujeres y las niñas. (S/2021/312, p. 2).
Los confinamientos en los hogares, los toques de queda y el cierre de fronteras se han traducido en muchos contextos en un aumento de la militarización de las calles, en detenciones arbitrarias y en un mayor acoso y violencia contra las mujeres por parte de las fuerzas armadas, bajo un manto de impunidad provocado por la pandemia. Igualmente, los confinamientos han dificultado la posibilidad de denuncias, de transporte y de acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva, así como de acompañamiento a las víctimas en general. La impunidad de las agresiones ha aumentado ante la ausencia de control por un lado y de priorización de la pandemia, por otro, produciéndose un retroceso en medidas que se habían logrado. De otro lado, por parte de las víctimas, ante la disminución de recursos y las dificultades económicas, se ha producido un aumento en la activación de mecanismos de supervivencia, los cuales las conducen a la prostitución y al matrimonio infantil.
Como hemos expuesto, la violencia sexual se inscribe dentro de un marco político, dentro de una política sexual. Sin embargo, sería erróneo pensar que esa política sexual se produce únicamente en escenarios de conflicto. Del mismo modo que, como vimos, la tesis del continuum de la violencia es central en la explicación de la conexión entre sus distintas manifestaciones en la vida cotidiana y las experiencias de las mujeres; la teoría feminista ha puesto también de manifiesto el continuum entre la guerra y la paz en términos de violencia contra las mujeres. Así, la violencia contra estas no es algo que irrumpa o se muestre exclusivamente en el momento del conflicto. Se debe comprender como un proceso donde intervienen diversos factores como la progresiva militarización del territorio, las desigualdades económicas, sociales y de género, y la escasa participación de las mujeres en la vida política del país (Cockburn, 2004). En el complejo proceso que transcurre desde el preconflicto al conflicto y, finalmente, al posconflicto, nos encontramos con la aparición de violaciones oportunistas, violencia sexual como arma de guerra o violencia sexual cometida por fuerzas de paz, entre otras manifestaciones20. No se trata, por lo tanto, de una erupción inesperada de la violencia sexual en escenarios de conflicto, sino que esta, entendida como proceso, se ha ido fraguando en momentos anteriores. La idea de proceso también está muy presente en los estudios sobre genocidios cuando se señala que no surgen de la noche a la mañana, sino que se inscriben