David Copperfield. Charles Dickens
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Algunos nidos bastante viejos de cuervos se bamboleaban destrozados por la intemperie en sus ramas más altas, como náufragos en un mar tormentoso.
-¿Y dónde están los pájaros? -preguntó miss Betsey.
-¿Los que … ?
Mi madre estaba pensando en otra cosa.
-Los cuervos. ¿Qué ha sido de ellos? -preguntó mi tía.
-Desde que vivimos aquí no hemos visto ninguno -dijo mi madre-. Pensábamos… Míster Copperfield creía… que esto era una gran rookery; pero los nidos son ya muy antiguos y deben de estar abandonados hace mucho tiempo.
-¡Las cosas de David Copperfield! -exclamó miss Betsey-. ¡David Copperfield de la cabeza a los pies! Llama a la casa Rookery, no habiendo un solo cuervo en los alrededores, y cree que ha de haber forzosamente pájaros porque ve nidos.
-Míster Copperfield ha muerto -contestó mi madre-, y si se atreve usted a hablarme mal de él…
Sospecho que mi pobre madre tuvo por un momento la intención de arrojarse sobre mi tía; pero ni aun estando en mejor estado de salud y con suficiente entrenamiento hubiera podido hacer frente a semejante adversario; así es que después de levantarse se volvió a sentar humildemente y cayó desvanecida.
Cuando volvió en sí, o quizá cuando miss Betsey la hizo volver en sí, encontró a mi tía de pie ante la ventana. La luz del atardecer se iba apagando y a no ser por el resplandor del fuego no hubieran podido distinguirse una a otra.
-¡Bueno! -dijo miss Betsey volviéndose a sentar, como si sólo hubiera estado mirando por casualidad el paisaje-. ¿Y cuándo espera usted… ?
-Estoy temblando- balbució mi madre-. No sé qué me pasa; pero estoy segura de que me muero.
-No, no, no -dijo miss Betsey-. Tome usted un poco de té.
-¡Oh Dios mío, Dios mío! ¿Pero cree usted que eso me aliviará algo? -exclamó mi madre desesperadamente.
-Naturalmente que lo creo. Todo eso es nervioso… Pero ¿cómo llama usted a la chica?
-Todavía no sé si será niña -dijo mi madre con inocencia.
-¡Dios bendiga a esta criatura! -exclamó mi tía, ignorando que repetía la segunda frase inscrita con alfileres en el acerico de la cómoda, pero aplicándosela a mi madre en lugar de a mí-. No se trataba de eso. Me refería a su criada.
-Peggotty -dijo mi madre.
-¡Peggotty! -repitió miss Betsey, casi indignada-. ¿Querrá usted hacerme creer que un ser humano ha recibido en una iglesia cristiana el nombre de Peggotty?
-Es su apellido -dijo mi madre con timidez-. Míster Copperfield la llamaba así porque como tiene el mismo nombre de pila que yo…
-¡Aquí, Peggotty! -gritó miss Betsey abriendo la puerta- Traiga usted té; su señora no se encuentra bien; conque ¡a no perder tiempo!
Habiendo dado esta orden con tanta energía como si su autoridad estuviese reconocida en la casa desde toda la eternidad, volvió a cerrar la puerta y a sentarse, no sin antes haberse cerciorado de que acudía Peggotty con una vela, toda desorientada, al sonido de aquella voz extraña.
-¿Decía usted que quizá será niña? -dijo cuando estuvo de nuevo con los pies sobre el guardafuego, la falda un poco remangada y las manos cruzadas encima de las rodillas-. No hay duda, será una niña; tengo el presentimiento de que ha de serio. Ahora bien, hija mía: desde el momento en que nazca esa niña…
-Quizá sea un niño -se tomó la libertad de interrumpir mi madre.
-¡Cuando le digo que tengo el presentimiento de que será niña! -insistió miss Betsey-. No me contradiga. Desde el momento en que nazca esa niña quiero ser su amiga. Cuento con ser su madrina y le ruego que le ponga de nombre Betsey Trotwood Copperfield. Y en la vida de esa Betsey Trotwood no habrá equivocaciones. Pondremos todos los medios para que nadie se burle de los afectos de la pobre niña. La educaremos muy bien, evitando cuidadosamente que deposite su ingenua confianza en quien no lo merezca. Yo cuidaré de ello.
Al final de cada frase mi tía bajaba la cabeza, como si los recuerdos la persiguieran y el no explayarse sobre ellos le costara grandes esfuerzos. Al menos así le pareció a mi madre, que la observaba al débil resplandor del fuego, aunque en realidad estaba demasiado asustada, demasiado intimidada y confusa para poder observar nada con claridad ni saber qué decir.
-Y David, ¿era bueno con usted, hija mía? -preguntó miss Betsey después de un rato de silencio, cuando sus movimientos de cabeza cesaron gradualmente-. ¿Erais felices?
-Éramos muy dichosos -dijo mi madre. Era tan bueno conmigo míster Copperfield.
-Supongo que la habrá destrozado -insistió miss Betsey.
-Considerando que ahora tengo que verme sola y abandonada en este mundo, me temo que sí -sollozó mi madre.
-¡Bien! Pero no llore más —dijo mi tía-. No estabais compensados, hija mía. ¿Habrá alguna pareja que lo esté? Por eso se lo preguntaba. Usted era huérfana, ¿no es así?
-Sí.
-¿Y era institutriz?
-Estaba al cuidado de los niños en una familia que míster Copperfield visitaba. Y era muy bueno conmigo míster Copperfield: se preocupaba mucho de mí y me demostraba un gran interés. Por último, me pidió en matrimonio; yo acepté, y nos casamos -dijo mi madre con sencillez.
-¡Pobre niña! -murmuró miss Betsey, que continuaba mirando fijamente el fuego-. ¿Y sabe usted hacer algo?
-No sé … . señora -balbució mi madre.
-¿Gobernar una casa, por ejemplo? -dijo miss Betsey.
-No mucho, me temo -respondió mi madre-. Mucho menos de lo que desearía. Pero míster Copperfield me estaba enseñando…
-¡Para lo que él sabía! -dijo mi tía en un paréntesis.
-Y estoy segura de que hubiera adelantado mucho, pues estaba ansiosa de aprender, y él era un maestro tan paciente… Sin la gran desgracia de su muerte…
Aquí mi madre empezó a sollozar de nuevo y no pudo seguir.
-Bien, bien -dijo miss Betsey.
-Yo llevaba mi libro de cuentas, y todas las noches hacíamos el balance juntos… -continuó mi madre, sollozando desesperadamente.
-Bien, bien -exclamó mi tía-. No llore usted más.
-Y nunca tuvimos la menor discusión, excepto cuando le parecía que mis treses y mis cincos se confundían o que alargaba demasiado el rabo de los sietes y los nueves -terminó mi madre en una nueva explosión de llanto.
-Se pondrá usted