Filosofía en lengua castellana. Группа авторов

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al ser humano con los otros, con su entorno, o al menos no aporte a la precariedad aguda en que el sujeto moderno se considera subsumido. Ahora bien, ¿cómo puede ser posible que el ser humano obre en consecuencia ante la necesidad de hacerse responsable con otro humano? La respuesta de Millas se repite: la capacidad ética se supedita al intelecto que nos conduce a ver bien las cosas, al ejercicio intelectual de contemplar críticamente su ser y el mundo. Los lugares comunes, lo tópicos, las consignas, las ideologías, el fetichismo de las hipóstasis son algunas de las consecuencias de la corrupción intelectual, tanto más peligrosa si viene enmascarada y destina sus propósitos a eliminar o ejercer una violencia selectiva contra ciertas personas que no son ni siquiera sujetos dignos de reconocerse víctimas. Al respecto, señala Millas: “Se les exige ser menos hombres al convertírseles en instrumentos para la salvación del hombre”41.

      Si, tal y como sostiene el filósofo Emmanuel Lévinas, es el rostro del otro lo que exige de nosotros una respuesta ética, entonces pareciera ser que la preocupación de Millas respecto a reconsiderar a las víctimas de la ideología y la violencia, es una preocupación moral y política respecto a reconsiderar la calidad humana que ha sido despojada en ciertas personas que, ante los falsos fantasmas de la Humanidad –ideologías, fetiches, irracionalismo totalizador– su sufrimiento ya no cuenta para otros, su dolor no es visto ni considerado, debido a que no se comprende realmente el significado del sufrimiento humano ante la conciencia embotada de los victimarios, o bien, el padecimiento de un individuo se banaliza, se anula, ya que algunas personas son solo medios para un fin utópico específico, en circunstancias de que los que ejercen la violencia son los mesiánicos portadores de la utopía ideológica y tienen el privilegio de elegir, definir, y celebrar con una máscara discursiva a modo de justificación, a quién se le privará del rostro humano de víctima, enrostrando en cambio un mero factor abstracto de medio útil para la causa específica. Hay, por cierto, un “subterfugio que permite no ver la víctima ni el caos de la violencia”42, en cambio lo que sí se asume como indispensable es el proyecto utópico, el fin redentor, lo que trae como consecuencia el despojo de calidad de víctimas a un determinado grupo de personas, ya que nadie los considera como tal, sino medios banales para el propósito colectivo. Denunciar aquello y exponer críticamente esta situación es, a nuestro juicio, la preocupación central del ensayo Las máscaras filosóficas de la violencia, en que Millas, luego de casi dos años de dictadura en Chile43, reflexiona sobre la violencia, la irracionalidad, el abuso lingüístico por parte de cierta filosofía que lograría enmascarar la violencia como un método válido para cierta revolución, y, además, la propondría como una manifestación natural del ser humano, como si fuese un impulso ciego, natural y propio de la condición humana. Ante dicha literatura, Millas propone argumentos que buscan sedimentar las bases sobre reconsiderar a todas las víctimas como personas que sí tienen un rostro, una voz, y que necesitan del cuidado de todos.

      Ahí donde el fascista pone inhumano regocijo estético, gratuita indiferencia ante el martirio de otros hombres, el guerrillero pone odio humano, “comprometida”, utilitaria indiferencia ante lo mismo. Pero el resultado ético es uno solo: el sufrimiento de ciertos hombres ya no cuenta para otros hombres, en circunstancias de que estos últimos tienen el privilegio de elegir y definir44.

      Los violentos, de cualquier sector e índole, ya sea marxistas o antimarxistas, o el capitalismo y la sociedad burguesa ignorante de los problemas éticos y políticos de su época, o el liberalismo que propone la falsa imagen de que un sujeto en un medio libre de coacción y que tiene como propósito formar ideológicamente la sociedad de mercado; cuando dichas ideas personificadas en autoritarismos mesiánicos llegan a ocupar el espacio de la vida política, para Millas la sociedad entera es la secuestrada, ya que una minoría decide cualquier aspecto de la vida humana. Si antes se dijo que la democracia era el riesgo que se debía asumir para defender la pluralidad y asegurar al menos el derecho del colectivo de equivocarse, ahora se nos presenta un nuevo énfasis. Para el chileno, sería el mejor modelo posible el que reconoce la individualidad y el derecho de todos a vivir en la libertad, es decir, tal y como lo describe Figueroa, la democracia viene a ser para Millas un desiderátum sobre la convivencia integral entre personas. En De la tarea intelectual, el filósofo reconoce en la democracia un concepto límite con el valor de aspirar a alcanzar la convivencia integral “mediante el reconocimiento del derecho a ser individuo, a realizarse cada cual como persona”45. Ante el menoscabo de la condición humana expresada en las condiciones degradantes que las ideologías subsumen a la persona, Millas se ha preocupado de preservar en sus ideas una filosofía honesta que no encubra con sutilezas intelectuales la violencia del hombre contra el hombre. Ante la anulación de la libertad, la individualidad y la confusión del colectivo partidista que justifica y se apropia de las conciencias, del cuerpo e incluso de la condición humana de las víctimas, Millas aboga por volver a reconocer nuestra íntima responsabilidad con otro humano, es decir, reconocer la interdependencia e insistir en que debemos excluirnos de los fantasmas ideológicos y de los proyectos políticos que buscan encubrir la violencia y la eliminación de personas bajo la tutela de una necesidad de libertad, paz o seguridad. El único objetivo que leemos en la preocupación de Millas al destacar el sufrimiento de las víctimas y proponer la democracia como el afán regulador de un movimiento humano hacia la real convivencia, es lo que menciona en Idea de la individualidad, en que afirma que solo el individuo tiene efectiva realidad (“soy un drama angustiado”46 es la frase que utiliza Millas para describir la zozobra, la incertidumbre y la inseguridad de no saber bien quién es uno en la vida). Si forzamos el argumento del chileno, debemos enfatizar el hecho que, al ser el individuo la única realidad desplegada en un quehacer personal, esta se despliega en lo cotidiano junto con otras individualidades que son tanto o más reales que cualquier otra, por ende, el solo hecho de eliminar, vulnerar o aumentar la precariedad de una vida humana, supone, a fin de cuentas, que lo hago a mi propia individualidad. Solo la conciencia crítica política de un pensar abierto a la interdependencia me puede revelar lo vulnerable que se convierte mi ser desde el minuto en que ejerzo violencia e intento anular la humanidad de otra persona, y así, bajo el deber de mi acción racional, debo prevenir convertir a otro en un medio y en un ente banal, que son las condiciones inherentes a los proyectos ideológicos.

       6. Conclusiones

      El poeta y amigo Nicanor Parra, ante la muerte de Jorge Millas en 1982, le dedicó un poema que se encuentra en unos de sus discursos, Aunque no vengo preparrado. En el poema, dice Parra sobre la figura de nuestro filósofo:

      Después de una larga y escandalosa persecución

      Ha dejado de existir en este país

      El profesor Jorge Millas

      El orador el poeta

      El filósofo Jorge Millas Jiménez

      Conceptuado x moros & cristianos

      Como el hombre + lúcido de Chile

      El + humilde el + desinteresado

      Como también + insobornable47

      Nos parece que Parra se acerca con suficiente justicia a resumir en unos versos el valor que subsiste sobre la figura y persona de Jorge Millas. Lo insobornable e intransigente ante las ideologías y cualquier asomo de embotamiento de la razón, la responsabilidad pública del intelectual, la denuncia de las máscaras justificadoras de la violencia, la defensa de la democracia y los derechos humanos, son algunos de los legados de este filósofo.

      Lo significativo que supone que los textos sigan siendo la voz de los autores que ya no están, permiten a las nuevas generaciones interactuar con ellos, y entender también que estos grandes intelectuales se hallan íntimamente relacionados con la vida general de la nación, de su época y de su contexto. En ese sentido, consideramos a Millas un filósofo contemporáneo, de un valor fundamental en el periodo en que se ha desvelado por parte de la crítica

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