Psicología y economía. Tomás Bonavía Martín

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style="font-size:15px;">      Podríamos, entonces, referirnos a una historia de relaciones convenientes. Lo que no debería extrañar, ya que los conocimientos científicos de una disciplina, sea el caso de la economía sea el caso de la psicología, progresan intermitente y desigualmente. En ocasiones según la amplitud de los márgenes que quedan fuera de la preocupación de una disciplina vecina. En otras este progreso se ha visto equilibrado o se han producido lagunas temporales sin apenas avances destacados. En otras, al fin, la psicología se ha preocupado por cuestiones que siendo cercanas a la economía no suscitaron su atención. Y recíprocamente.

      En vista de ello la psicología económica es, cuanto menos inicialmente, la historia de las relaciones entre economía y psicología. Dedicaremos el primer apartado de este capítulo a analizar esta circunstancia. Relaciones que han pasado desde una sincretismo inicial en el que la reflexión económica y psicológica son una misma cosa, a una independencia disciplinar para finalizar en una aproximación unitaria, plural en métodos y especialidades, coincidente en mayor o menor medida con el estudio de la conducta económica.

      Puede que en un amplio sentido las preocupaciones psicológicas sean tan antiguas como la acción económica en sí misma. ¿Quién podría negar que en el intercambio más primitivo, el trueque por ejemplo, no existe a priori cierta concepción acerca de la naturaleza y mentalidad del otro?

      Son muy numerosos los ejemplos en la literatura general que podrían destacarse al respecto y que, en una u otra forma, pueden ser considerados como precursores en el estudio de la conducta económica. Desde la antigüedad han proliferado abundantes ideas sobre la conducta social y económica, supuestos y teorías de carácter filosófico, político o sencillamente basadas en el sentido común. Pretendiendo explicar las circunstancias y problemas de las sociedades en las que vivieron ciertos pensadores, contribuyeron al desarrollo de conocimientos que sirvieron para explicar fenómenos de carácter económico, muy ligados a acciones humanas.

      Ya Jenofonte hizo sutiles observaciones acerca de la economía doméstica y primero Hesiodo y luego Virgilio sobre el trabajo rural. Sin embargo la idea central de los clásicos se fundamenta en una concepción ciertamente sencilla y esquemática del ser humano. Concepción que de una manera u otra no deja de presentarse, con variaciones en la forma que no en el fondo, desde entonces. Se trata de la existencia de dos grandes clases de seres humanos: la elite dotada privilegiadamente para mandar y dirigir, y la masa, limitada intelectualmente y sólo capaz de aceptar ciertas órdenes. Las actitudes, ideas y conceptos respecto del trabajo muestran bien a las claras tal oposición (Quintanilla, 1989).

      Varron y en cierta forma también Platón, Aristóteles y Catón, oponen la mentalidad y capacidades del noble como elite de ciudadanos a la de la masa, sobre todo la de los esclavos «incapaces de sentimientos elevados». Para Varron los esclavos son instrumentos de cultura. Y estos instrumentos comprenden el «género parlante» (los esclavos), el «género de voz inarticulada» (los animales) y el «género mudo» (los instrumentos de madera y de hierro). En consecuencia el exclavo es un instrumento. Envilecido por el mero hecho de tener que trabajar. Siendo esa mezquindad, esa naturaleza de apetitos vulgares y de bajas pasiones, la que justifica su empleo como productor. Noble aquél innoble éste. Así se obtiene, por oposición un equilibrio, un orden natural. Una estructura social en la que el esclavo es un útil capaz de producir riqueza.

      Durante la Edad Media, bajo influencia del cristianismo, aquel orden natural encuentra su justificación en un orden superior de origen divino. La justificación natural se complementa y se sustituye por la moral y la regulación social subsecuente. De esta forma la fragilidad moral de la especie humana debe supeditarse a reglas muy estrictas: las que ligan al siervo con su señor o a los artesanos entre sí mismos.

      Con todo, lo esencial a la hora de incidir en la naturaleza humana, en el concepto de ser humano, radicará en la existencia de un alma inmortal, por la que todos los hombres son iguales en dignidad. Si Dios premia sus esfuerzos lo es, en última instancia, para facilitar su subsistencia económica. De este modo aparece, emerge y se afirma la idea de persona humana, por lo que el siervo no es en modo alguno un instrumento de producción justificado por un orden natural. Contrariamente, protegido por su señor feudal, realizará su trabajo por razones morales justificadas en un orden divino superior. De la misma forma que el noble, los artesanos y el resto de miembros de esta estructura social deberán asumir las suyas.

      En aquellas primeras suposiciones o interpretaciones acerca de la naturaleza humana subyace un sincretismo filosófico (político y social) que prevalecerá en las iniciales preocupaciones por explicar el papel de los seres humanos en el desarrollo de las riquezas. En consecuencia, las primeras aproximaciones al estudio de la conducta económica, bien entrado el siglo XVIII, se encuentran fuertemente ligadas a postulados filosóficos, en lo fundamental, concernientes a comprender y explicar la naturaleza humana, cuando no para justificar lo más trascendente del medievalismo anterior pero por razones bien distintas. Entre otras cosas porque a partir de su conocimiento –el conocimiento de las características inmutables de la naturaleza de los seres humanos y sus potenciales efectos sobre la conducta social– se pueden realizar predicciones estables y las consecuentes planificaciones en el comercio y en el mercado.

      En esta dirección resulta necesario hacer una referencia, en cualquier caso imprescindible, a dos de los autores más representativos e influyentes de lo que podrían ser los antecedentes de la psicología económica. Lo son en la historia de la economía y lo son también para la psicología, en especial para la psicología social. Puesto que son los primeros en formular una teoría general, económica y social, basada en acciones humanas, constituyendo las primeras teorías sociales de fuerte impronta psicológica. Se trata de Adam Smith (1723-1790) y de Jeremy Bentham (1748-1832).

      En palabras de Ferrater Mora (1991: 3077) «el pensamiento de Adam Smith, tanto en economía como en filosofía moral, se caracteriza por un constante esfuerzo de unir la doctrina con la práctica, es decir, con la experiencia». Es muy posible que sean dos los aspectos, derivados de lo anterior, que mayor transcendencia hayan tenido en la posterior evolución de la economía.

      1. En primer lugar, la construcción de una doctrina económica basada en la libertad de comercio que supuso la formación de lo que se ha dado en llamar la escuela clásica, extremadamente influyente en la práctica totalidad de los grandes economistas del siglo XIX. En este sentido, cabe que se destaquen sus estudios sobre la formación del capital (especialmente en su obra Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones; 1776), el desarrollo del comercio y de la industria.

      2. En segundo lugar, aunque a Smith se le conozca más que nada como economista, no es menos cierto que su filosofía moral contribuyó de manera decisiva en la posterior formulación del hombre económico (homo oeconomicus). Y ello es especialmente importante para lo que en este capítulo pretendemos describir. Efectivamente, la persistente creencia de que la naturaleza humana posee ciertos rasgos o propiedades fijas que determinan su conducta social y económica se convirtió en un supuesto tácito: en un axioma. Y aun con alguna que otra controversia se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX.

      ¿Pero cuáles son estas propiedades? Adam Smith al ocuparse del «amor por uno mismo», que es definitivamente el principio rector de las relaciones en sociedad, afirmaba que:

      No de la benevolencia del carnicero, del vinatero, del panadero, sino de sus miras al interés propio es de quien esperamos y debemos esperar nuestro alimento. No imploramos su humanidad, sino acudimos a su amor propio; nunca les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas. Sólo el mendigo confía toda su subsistencia principalmente a la benevolencia y compasión de sus conciudadanos...

      El hombre económico es un ser racional que actúa según la ley del «mínimo esfuerzo, máximo

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