Psicología y economía. Tomás Bonavía Martín

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Psicología y economía - Tomás Bonavía Martín Educació. Sèrie Materials

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sobre el trabajo, el comercio, el dinero y, en definitiva sobre la mayor parte, por no afirmar que la totalidad, de los parámetros determinantes de la conducta social. Y, claro es, también de las creencias y valores que la sustentan. ¿Cómo explicar el humanitarismo y el altruismo?, ¿acaso existen? Evidentemente no, afirmará Adam Smith. Está en la naturaleza humana que el hombre sea competitivo e interesado en sí mismo.

      Tal ideología no se debió únicamente a este autor. Las obras de algunos otros se utilizaron para fundamentar aquellos argumentos y reflexiones. Tal es el caso cuando en 1859 Charles Darwin publicó el origen de las especies. Su concepto de supervivencia del más apto y de lucha por la vida (i. struggle-for life ) encaja perfectamente con lo anterior, contando con una entusiasta aprobación por los industriales de la época. En su lógica, no del todo olvidada hoy día, no parecía excesivamente social, mas por el contrario antisocial, ayudar al débil o al pobre.

      Por ejemplo Herbert Spencer afirmó, años más tarde, que todos los hombres deben velar por sí mismos siendo libres para competir y, al demostrar sus mayores aptitudes, sobrevivir. De manera que la libre competencia, auspiciada por Smith, Ricardo y muchos otros economistas de la época, y la máxima libertad de mercado redundan en beneficio de la humanidad. Llegándose a afirmar que «el egoísmo del hombre es providencia de Dios». De esta manera la propuesta de Smith de unir doctrina y práctica, ideología y experiencia, quedó resuelta.

      Así es que el utilitarismo surge durante el siglo XVIII en Inglaterra, justo cuando el país estaba inmerso en la primera revolución industrial, opuesto a la tradición filosófica culminada en la obra de Kant. Es bien conocido que para este autor las acciones tienen un valor moral que no se puede medir por los resultados o por su mayor utilidad. Bien al contrario, por la intención que las impulsa y por

      el principio moral que las regula. Para los utilitaristas ingleses del XVIII sólo es verdadero lo que es bueno. Y lo bueno es lo útil.

      Jeremy Bentham (1748-1832) elevó esta doctrina a un lugar preponderante, que aún sigue influyendo en nuestro modo de pensar, nuestros valores y nuestras opiniones. Se trata del hedonismo psicológico cuyo principal argumento puede enunciarse de este modo: las acciones humanas son en sí mismas interesadas, motivadas fundamentalmente por el deseo de obtener placer y de evitar el dolor.

      Es muy posible que sea la primera teoría psicológica sobre la motivación humana. Pero además, para lo que aquí nos ocupa, implica una perspectiva moral de gran trascendencia, dado que el hedonismo psicológico sostiene la importancia del interés propio inteligente como base del código moral y social. Con ello, también, la justificación, elevada desde entonces a dogma omnipresente, de un hombre económico cuya naturaleza se sustenta en una mera «aritmética de placeres y de penas». Ley que se convertiría, luego más tarde, en base esencial del cálculo económico, inevitablemente utilizada para explicar la conducta social y de paso, tal y como hemos visto, justificar los actos morales basados en el propio interés.

      Con todo, conviene señalar que en sus orígenes el utilitarismo fue una doctrina claramente progresista. Lo que se pretendía era alcanzar la mayor felicidad posible en lo privado y en lo público. Lo que se esperaba no es sólo alcanzar el placer personal sino, como dejara dicho Bentham, «el mayor bien para el mayor número de personas». Tanto en la moral, como en la política y la economía, se debe adoptar una estrategia orientada al placer para evitar el dolor y el sufrimiento de la población. Al igual que afirmara Smith con su conocido principio de la mano invisible, según el cual cada individuo, al actuar en busca solamente de su propio bien particular, es guiado por una mano invisible hasta realizar lo que debe ser más conveniente para todos, de tal modo que cualquier interferencia por parte del Estado ha de resultar casi inevitablemente perjudicial, salvo en aquellas áreas que la actividad privada sea incapaz de abordar. En consecuencia se espera que mediante la productividad, el crecimiento y el desarrollo, basados en la iniciativa individual, la afición al riesgo y la competencia entre los seres humanos, se optime la vida en sociedad, y con ello, la calidad de vida de los ciudadanos.

      Así las cosas, al menos, dos cuestiones quedaron sin resolver:

      1. la mayor felicidad para el mayor número de personas omite el hecho evidente de que los bienes difieren en calidad y,

      2. para que la felicidad personal pueda ser compatible con la general es necesario un criterio moral por el que la cualidad de una acción se mida tanto por su utilidad individual como por su utilidad pública y colectiva.

      Retomaremos estas reflexiones en capítulos posteriores. Lo que ahora cabe destacar es que el concepto de homo oeconomicus, y la doctrina que lo sostiene, aparece como el principio rector de la economía clásica. Al tiempo que, unido a la teoría del hedonismo psicológico, será el fundamento de las primeras tentativas y construcciones teóricas para explicar la conducta humana, económica y social.

      En este contexto filosófico dominado por el hedonismo, el asociacionismo y el empirismo, bajo la destacada impronta de las obras de David Hume, se produjo la Revolución Industrial y el nacimiento del capitalismo moderno (véase, si se desea, el glosario de términos al final del libro). La búsqueda de la máxima satisfacción personal conducirá a una rígida división del trabajo y al individualismo, que como ideología incipiente del liberalismo irá sustituyendo las prescripciones y reglas morales de la Iglesia. La Reforma calvinista y luterana despejarían el camino. Una nueva concepción de la naturaleza humana, anclada en los postulados filosóficos del siglo XVIII, emergerá para convertirse en motivo de debate continuado.

      Junto a todo ello, dos procesos complementarios y paralelos llevaron a una mayor emancipación de la economía y su consiguiente distanciamiento respecto de la psicología:

      1. por un lado, la especialización en los temas a estudiar y,

      2. por otro lado, ligado a lo anterior, al desarrollo de un método riguroso para investigarlos.

      Se trataba de buscar un fundamento sencillo que permitiera armonizar el interés personal con los intereses generales. Efectivamente, ocurrió cuando las instituciones intermedias perdieron su poder para organizar y estructurar la sociedad. Para algunos autores fue en este punto cuando surgió la necesidad de reducir los temas a investigar de entre todos aquellos, generales y sincréticos, que atañían a la explicación del hombre social, su naturaleza y su comportamiento. Aceptando el principio de un interés personal basado en la búsqueda del máximo beneficio, se generaron líneas de preocupación abiertas a variadas perspectivas, pero sujetas a métodos y procedimientos integrados alrededor de un objeto común: armonizar el interés personal con el general. Lo que en el plano económico se traduce por la búsqueda individual del máximo beneficio monetario. Es decir, todo lo dicho representaba las bases esenciales para la emancipación de una disciplina científica.

      Complementariamente, tal emancipación siguió un mayor proceso de distanciamiento con el uso de nuevos métodos de investigación. Discursivos y filosóficos, en origen común con la psicología, evolucionaron hacia la observación empírica. En psicología la introspección experimental daría lugar a la psicometría y la psicología experimental, pero mucho más tarde. Así pues, el uso de un método empírico supuso un cambio drástico para la economía, junto con la utilización de ciertas herramientas intelectuales como la econometría y la estadística.

      Ya hemos señalado el resultado: una delimitación del universo de reflexión y un método objetivo para investigarlo. En consecuencia, la economía se constituyó en una ciencia autónoma e independiente. Aunque cabe indicar que al alto precio de basar una buena parte de sus construcciones teóricas en un reduccionismo psicológico: el reiterado concepto de homo oeconomicus. El cual, como ya se ha dicho, procede y es resultado de una psicología ciertamente rudimentaria. Se usó –y aún se usa– largo tiempo y con excesiva frecuencia

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