Etnografía y espacio. Natalia Quiceno Toro
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Para avanzar en nuestros argumentos, presentaremos primero algunas características de nuestras etnografías en comunidades rurales indígenas de las tierras altas de Jujuy, Argentina. A pesar de sus especificidades,9 en un primer momento elegimos situarnos en un nivel que nos permita comprender aspectos en común relativos a ciertas cuestiones de la espacialidad pastoril. Luego, incorporamos reflexiones sobre el trabajo etnográfico en ferias de intercambio y comercialización de productos, enfatizando una experiencia etnográfica conjunta en Huari, un pueblo del departamento de Oruro, Bolivia, en la región del altiplano colindante con el lago Poopó. En estos casos, el desplazamiento y lo efímero aparecen asociados, conectando contextos que poseen más resonancias que las que aparentan a primera vista.
Espacios y etnografías en las tierras altas de Jujuy
El tipo de trabajo de campo que desarrollamos suele asociarse a unidades de análisis de “pequeña escala”, que refiere al tejido relacional implicado en la observación. Este ha sido un aspecto característico de la antropología social y cultural desde sus inicios, que ha persistido luego de los profundos cambios de la década de 1970 y posteriores.10 Nuestras experiencias etnográficas incluyen observación, participación y observación participante en comunidades indígenas caracterizadas por economías pastoriles y agrícola-pastoriles, que habitan en las tierras altas de la provincia argentina de Jujuy. Estas comunidades comparten ciertas relaciones productivas, presentan similitudes en sus prácticas rituales y emplean una variedad del castellano andino (que incluye préstamos y sobrevivencias de lenguas indígenas –especialmente quechua y aymara–). Por tierras altas referimos aquí de modo general a las regiones geográficas de Prepuna y Puna, entre los 3200 y 3800 metros de altura sobre el nivel del mar.
En las economías domésticas de los pastores con los que trabajamos existen muchas prácticas que generan y ayudan a mantener circuitos de movilidad y espacialidades diferenciadas. La antropología ha dedicado muchos esfuerzos a la descripción de estas relaciones en distintas regiones de los Andes, enfatizando, mediante diferentes abordajes y supuestos, las articulaciones entre “escalas” espaciales.11 Aunque no es aquí nuestro objetivo, sí debemos resaltar algunos aspectos que son de interés para los argumentos que siguen. En primer lugar, el espacio y el tiempo siempre plantean desafíos a la observación participante. En las dinámicas pastoriles, muchas prácticas y relaciones se desarrollan simultáneamente en diferentes espacios donde no podemos estar/participar a la vez. La primera experiencia etnográfica en relaciones de este tipo es, entonces, la de una elección y selección, en ocasiones intuitiva, de los espacios físicos a donde podemos llegar y, consecuentemente, de las prácticas y relaciones en las que podremos participar.
En segundo lugar, el pastoreo supone recorridos con los animales en el espacio, ya sea pastoreando o llevándolos a algún sitio. Los pastores también se mueven para conocer el estado general de sus pasturas o de las vertientes de agua; muchas veces, deben desplazarse diariamente para regar áreas de cultivo alejadas de las casas. En ocasiones, las familias cambian de residencia, mudando buena parte de sus pertenencias, hacia puestos o estancias de uso estacional, donde aprovechan los recursos del lugar durante algunas semanas o meses. Antiguamente, todas las familias tenían y utilizaban estos complejos residenciales en el marco de un sistema de movilidad estacional que se repetía cada año; actualmente solo algunas unidades domésticas lo practican. Hacer etnografía de estos espacios y comunidades, entonces, supone moverse junto con las personas, acompañándolas en sus desplazamientos de pastoreo, diarios o estacionales. Pero estos desplazamientos no solo afectan a las actividades productivas. Cada movimiento a un puesto o residencia estacional inaugura la posibilidad de nuevas relaciones y experiencias, que muchas personas y familias esperan. En los puestos y estancias el entorno se modifica, pero también cambia el sabor del agua, los animales criados se comportan de modo diferente, la relación con los animales silvestres adquiere otros códigos, hay nuevas plantas a disposición y hasta se dice que el aire y el sol son distintos. Cuando los pastores se mueven, lo que se desplaza también es su relación con el mundo. Y aunque muchas personas no realicen ya estos circuitos, las memorias están presentes y latentes en las experiencias actuales de los pastores que se siguen pensando a sí mismos “en movimiento”, como si la posibilidad de volver a recorrer los espacios a la manera antigua no estuviera completamente cancelada.12 Es decir, aunque desde una mirada externa pareciera que algunas familias ya no se mueven tanto (e incluso algunas ya no lo hagan), la memoria de esos desplazamientos tiene efectos sobre sus experiencias actuales de vida en el espacio y eso nos interpela como etnógrafos.
Al mismo tiempo, los espacios en donde se vive, se produce y se crían animales y plantas son considerados vivos y poblados de entidades que, al modo de personas, participan del entramado relacional de los movimientos.13 En otras palabras, el espacio es una alteridad no humana con la que la gente se relaciona.14 No se trata de un espacio total y general, regido siempre por las mismas reglas; está marcado y diferenciado: cerros, abras, ojos de agua (manantiales) son lugares que se distinguen en la percepción local. Hacer etnografía en estos contextos supone el esfuerzo de aprender a ver ese “espacio vivo”, sus conexiones y articulaciones, para integrar esas relaciones a nuestras perspectivas.15 Es un proceso en el que una nueva configuración reemplaza a la visión de la racionalidad moderna.16 Solo entonces, cuando entendemos cómo y qué son estos lugares (o quiénes son, deberíamos decir), podemos comenzar a hablar con adecuación. Dejamos de balbucear para entrar en tramas reales de relaciones, que implican una nueva manera de estar ahí, en un espacio que se configura nuevo para nosotros. Dar de comer, chayar (libar), saludar y respetar esos lugares adquiere una importancia central dentro de la sociocosmología local, y así deviene central también para nuestro trabajo.
Espacios vinculados: del campo a la feria
Hasta hace unos años, las poblaciones sur andinas realizaban largos recorridos, vinculando espacios ecológicos, como puna, quebradas, valles, yungas y costa del Pacífico17 para intercambiar con otras personas y participar en ferias. Hasta las últimas décadas del siglo xx, la gente de la puna jujeña llegaba con sus animales cargueros (especialmente burros) hasta los valles, en busca de maíz, papas y fruta.18 Realizaban estos largos viajes para concretar intercambios directos con otras familias. Actualmente, estos viajes ya casi no se realizan19 (aunque continúan ciertos intercambios con otros transportes, como autos y camiones), pero sí sobreviven las ferias anuales, a las que muchas personas continúan viajando desde diferentes lugares, llevando y comerciando productos.20 Etnografiar estas circulaciones, entonces, supone muchas veces seguir los recuerdos de nuestros interlocutores que nos hacen conocer los caminos, los productos, las alegrías, los esfuerzos y los sabores a través de sus relatos.
Los espacios domésticos y productivos, allí donde se crían y generan los seres (animales, vegetales), cuyas partes luego devienen productos, se vinculan con las ferias mediante tramas de caminos. Y aquí nuevamente el propio recorrer el espacio hace surgir su participación como una entidad que interviene “activamente” en el movimiento y circulación. Las apachetas (acumulaciones de piedras, en ocasiones de más de un metro de altura), por ejemplo, se encuentran en las abras de los caminos como marcas que apuntalan pasos de gran importancia. En ellos se trastuna, se producen vuelcos, se pasa de un espacio a otro. En esos pasos se saluda a las apachetas, que son chayadas y allí se les ofrenda coca, actualizando las relaciones con los caminos. Las abras, así, son espacios liminales21 que unen regiones y circulaciones, donde se dialoga ritualmente con las apachetas y los viajes, la integridad de los productos dependerá en parte de estas relaciones. Nunca se camina solo, se camina con el camino que nos lleva.22 En la circulación de personas y producciones la dimensión anímica del espacio aparece en toda su amplitud. La posibilidad de caminar y llegar a destino también depende de esos “otros”, de esos seres que habitan y constituyen los caminos, así como de los vínculos que se logre establecer con ellos. Así es como las personas logran viajar desde sus localidades a las ferias: atravesando “otros”.
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