Violencias en la educación superior en México. Angélica Aremy Evangelista García
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Violencias en la educación superior en México - Angélica Aremy Evangelista García страница 9
[…] a los hombres [se les obliga a identificarse] con la violencia, la falta de empatía, la tendencia al dominio y al control absoluto de otras personas; y a las mujeres con la dependencia, la debilidad, la sumisión y la pasividad. Para favorecer esta dualidad (de espacios, valores y problemas), se separaba a los niños y a las niñas en contextos educativos diferentes (Díaz, 2009: 33).
Bourdieu (2000) también menciona que el varón es educado para dominar, realizar trabajos pesados y ser emocionalmente inamovible, mientras las mujeres son educadas para ser dóciles y serviciales, y se les capacita en trabajos relacionados con el hogar y la crianza.
Por tanto, las identidades marcan las formas de relacionarse entre mujeres y hombres (Ruiz y Ayala, 2016), y son generadoras de conflicto y luchas constantes al reafirmarse y reconocerse como parte de un grupo social (Carrillo, 2015a). En las relaciones de género, las identidades y pertenencias están definidas por esquemas y relaciones que conducen al modelo de dominio/sumisión subyacente al sexismo y a la violencia de género, el cual motiva relaciones en las que una persona con más poder o fuerza intenta someter o somete a otra más débil. En el caso de la violencia contra las mujeres, la desigualdad de estas con respecto a los hombres se encuentra en el origen del problema (Díaz, 2009). Al respecto, Bonino afirma:
[…] la violencia de género no es un problema “de” las mujeres, sino un problema “para” ellas, un problema del que sufren sus efectos, un problema de una sociedad aún androcéntrica y patriarcal que las inferioriza y se resiste al cambio, [pero también es un] problema de los hombres, que son quienes la ejercen para mantener el “orden de género”, la toleran y la legitiman con mayor frecuencia […] son generalmente ellos quienes la ejercen de diversos modos y en diferentes ámbitos (Bobino, 2008: 17).
El espacio universitario no está exento de esa realidad. Allí la violencia es sutil y silenciosa, implícita en las relaciones interpersonales, aunque también puede encontrarse en el currículum explícito (Gallegos, 2013). En México se ha documentado en algunos trabajos,1 cuyos autores y autoras muestran que se manifiesta en forma abierta y rutinaria en diferentes espacios educativos y que se reproduce automáticamente porque se fundamenta en una compleja cultura de la violencia que se repite a través de las identidades personales y colectivas.2
En las escuelas, frecuentemente las mujeres se hallan en desventaja frente a los hombres. Como señala Osborne (1995), en las universidades sigue existiendo un contexto desfavorable para ellas; se las devalúa y margina en mayor medida, e incluso el acoso sexual y la misoginia pueden manifestarse con normalidad en los currículos académicos y en las discusiones y debates en las aulas, por lo que se convierte en un mecanismo de subordinación y opresión hacia ellas.
La violencia de género se expresa en distintas formas de segregación, discriminación, acoso o falta de estímulo por parte de docentes, compañeros, compañeras y familiares hacia las estudiantes, especialmente en carreras con predominio masculino (Guevara y García, 2010), a través de segregaciones en áreas de estudio, exclusión en los salones de clase y actividades académicas (Buquet et al., 2013), dificultades en la docencia e investigación y brechas salariales (Zapata y Ayala, 2014). Se expresa también en desigualdades en la matrícula, titulación, becas y puestos de dirección ocupados por mujeres y hombres, entre otras muchas formas de discriminación de género, sexismo y homofobia en el mundo académico (Palomar, 2005). No se trata de situaciones aisladas porque, como precisan Buquet et al. (2013) y Méndez, Martínez y Pérez (2016), forman parte de una cultura institucional que excluye de manera sistemática a las mujeres por el solo hecho de serlo.
Sin embargo, la violencia directa genera otras dinámicas de acoso en las interacciones que se establecen entre las y los actores escolares (estudiantes, personal docente y administrativo), pues tanto hombres como mujeres pueden convertirse en víctimas o perpetradores de actos violentos, si bien entre los hombres se puede reportar mayor frecuencia. Dado que no se pretende victimizarlos, es necesario aclarar que la violencia de género contra las mujeres se sustenta en estructuras patriarcales que no respaldan de la misma manera la que sufren los hombres. Conviene recordar que las mujeres son las principales víctimas de la violencia de género, que se presenta por el hecho de ser mujeres y por ser consideradas objetos y propiedad de los hombres; de ahí que enfrenten más riesgos de sufrir agresiones físicas o de ser asesinadas por un hombre, que con frecuencia es un miembro de la familia o su pareja íntima (Heise y Gottemoeller, 1999).
Reconocer que las jóvenes están sobrerrepresentadas entre las mujeres que mueren a manos de sus parejas o exparejas significa aceptar que tratar de salir de dicha situación supone en algunos casos un riesgo de muerte (Díaz, 2009). En cuanto a los hombres, hay más probabilidad de que mueran o resulten heridos en una guerra o en actos violentos relacionados con la juventud y pandillas, o que sufran agresiones físicas o sean asesinados en la calle por un extraño, de que lo sean a manos de una mujer; además, es común que el hombre sea el perpetrador de la violencia sin importar el sexo de la víctima (OMS, 2002). Por lo tanto, la violencia o acoso escolar sí está basada en el género, porque los símbolos que involucra para unas y otros tienen sus raíces en formas diferentes que el patriarcado establece para mujeres y hombres, como se verá más adelante.
Resultados y discusión
Los datos que se presentan en este trabajo forman parte de la investigación “Violencia de género y bullying en universidades públicas y privadas de México”, e incluyen resultados obtenidos de una encuesta aplicada a 1073 estudiantes (581 hombres y 492 mujeres) de universidades públicas y privadas de Sinaloa (80 hombres y 115 mujeres), Chiapas (225 hombres y 142 mujeres), Estado de México (90 hombres y 52 mujeres) y Ciudad de México (186 hombres y 183 mujeres).
Tipo de violencia escolar
Los resultados muestran que 90% de la población estudiantil encuestada ha sufrido alguna manifestación de violencia por lo menos una vez en su estancia educativa: 92.5% cuando estudiaba primaria, 94.7% secundaria, 92.6% preparatoria y 81.9% durante sus estudios universitarios; en algunos casos, las diferencias entre mujeres y hombres son significativas. Estos porcentajes superan en mucho lo reportado por estudios como los de Velázquez (2005), Aguilera, Muñoz y Orozco (2007), Román y Murillo (2011) y Carrillo (2015a y 2015b), entre otros, aunque se coincide en que los hombres dicen haber vivido más violencia que las mujeres (Buquet et al., 2013; Bermúdez, 2014; Carrillo, 2015a y 2015b).
De acuerdo con la frecuencia3 en que ocurrieron los hechos violentos, aproximadamente la mitad del alumnado responde a las variables “frecuente” y “muy frecuente”. Como se observa en la Gráfica 1, la mayor frecuencia de violencia es reportada por los hombres cuando estudiaban el nivel secundaria, seguidos de los niveles de primaria y preparatoria. Las mujeres registraron menores porcentajes de violencia frecuente y muy frecuente, aunque casi la mitad de ellas la señalan.
Gráfica 1. Violencia escolar por nivel educativo, sexo de la víctima y frecuencia
Fuente: Elaborada con base en la Encuesta Universidades Públicas y Privadas, 2015.4
Según los tipos de violencia, la que más reportaron fue la verbal, seguida de la psicológica, física, económica, ciberacoso y violencia