Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman
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La psicología reciente que apuesta por esta línea (Choi et al., 2008; Choi y Fuqua, 2003; Hoffman y Borders, 2001) sugiere que deberíamos abandonar el uso de los términos masculinidad y feminidad y pasar más bien a la descripción del concepto de personalidad. La escala denominada de masculinidad mide la eficacia, la agencia y el liderazgo, y la escala de feminidad mide el cuidado y la empatía. Quizá lo que deberíamos hacer es etiquetar estas medidas de forma descriptiva, tal vez como agencia y crianza. Aunque estoy de acuerdo en que este giro lingüístico constituye la vía que se debe seguir en el futuro, en este libro, siguiendo la tradición mayoritaria en las ciencias sociales, continuaré utilizando el lenguaje de la masculinidad y la feminidad. Sin embargo, en la conclusión, retomaré esta sugerencia e incorporaré a mi visión utópica esta crítica lingüística que permite disociar los rasgos de la personalidad de aquellas etiquetas que relacionamos directamente con categorías sexuales biológicas. Iré incluso más allá, al proponer que eliminemos también el género en tanto que estructura social.
El estudio de la masculinidad y la feminidad dejó de ser competencia solo de la psicología de la personalidad, ya que la psicología social, que investigaba los estereotipos, también se introdujo en este campo (Fiske, 1993; Deaux y Major, 1987; Heilman y Eagly, 2008). Los estereotipos pueden ser categorizados como descriptivos –simplemente representan con precisión lo que es– o prescriptivos –apuntan a lo que debería ser–.
Los padres que manejan estereotipos prescriptivos de género pueden influir en el desarrollo de las/os niñas/os para que se conviertan en este estereotipo. Así mismo, es cierto que en los departamentos de recursos humanos también se utilizan estereotipos que, en el caso de los trabajos tradicionalmente masculinos, colocan a las mujeres en una posición de desventaja (Ely y Padavic, 2007), así como a las que son madres cuando son estereotipadas como trabajadoras poco confiables. Fiske (2001) argumenta que, cuando no se controlan, los estereotipos dan origen a prejuicios que pueden mantener las diferencias de poder.
LA SOCIOLOGÍA SE INVOLUCRA: DESDE LOS RASGOS DE LA PERSONALIDAD A LA DESIGUALDAD
Cuando en sociología empezamos a prestar una seria atención al sexo y al género, nos guiamos por la psicología, que nos precedía, y nos centramos en las diferencias en la socialización de roles de género destinada a chicos y chicas durante la primera infancia (Lever, 1974; Stockard y Johnson, 1980; Weitzman, 1979). Lo que estudiaba la sociología era cómo se alentaba a aquellos bebés asignados a la categoría de hombre a participar de los comportamientos masculinos: se les ofrecían juguetes apropiados para niños, se les recompensaba por jugar con ellos y se les castigaba por actuar de un modo feminizado. A las bebés asignadas a la categoría de mujer se las animaba a participar de comportamientos femeninos, y solo utilizaban juguetes apropiados para niñas, tales como muñecas y hornos Easy Bake Ovens4 (Weitman et al., 1972). El resultado de esta socialización endémica es lo que propicia la ilusión de que el género se da de manera natural. Lo irónico de la situación es que estas sólidas prácticas de socialización consiguen que su producto final aparezca como libre elección de los individuos por una vida tradicional de género. Sin embargo, la presión social para ajustarse a los estereotipos, que es el proceso de socialización en sí mismo, constituye una forma de coerción lenta y sutil, así como de reproducción social de la desigualdad. Las primeras investigaciones feministas mostraron que la socialización femenina perjudica a las niñas (Lever, 1974), aunque incluso en la propia investigación se valoraban los rasgos masculinos por encima de los femeninos. Investigaciones más recientes (Martin, 1998; Kane, 2006; 2012) también estudian las formas en las que se interioriza el género. Martin (1998) ilustra cómo los cuerpos de los niños y las niñas se ven moldeados por las prácticas de los centros de preescolar. La investigación de Kane (2012) sobre la crianza de los hijos demuestra que, si bien para muchos padres es importante que sus hijos no tengan estereotipos de género, la mayoría de estos padres ponen límites a la libertad de sus hijos para proclamar su feminidad. La implicación de esta investigación sociológica, bastante diferente a la investigación psicológica discutida anteriormente, es la preocupación por cómo se produce el género a través de la interacción con los niños. La sociología centra su atención en cómo influyen las creencias estereotipadas en el desempeño de género apropiado y también en cómo los y las menores muestran determinadas conductas para evitar el estigma. Los niños y las niñas aprenden a ser responsables de desarrollar comportamientos adecuados de género. La similitud entre esta investigación sociológica y los estudios psicológicos reside en el supuesto de que al menos una de las claves para cambiar la desigualdad de género reside en centrarse en la formación de una nueva generación más libre.
Crítica a la teoría de los roles de género
Lopata y Thorne (1978) publicaron un artículo pionero convertido en referente en el que argumentaban que la sociología estaba ignorando las implicaciones problemáticas de usar la palabra rol en la formulación «rol de sexo o de género». La palabra en sí misma implica una complementariedad funcional entre las vidas masculinas y femeninas. La propia retórica del «rol» nos obliga a pensar en un conjunto de relaciones utilitariamente complementarias, pero vaciadas de las cuestiones de poder y privilegio. ¿Se nos ocurriría utilizar el lenguaje de los «roles raciales» para explicar la desigualdad entre blancos y negros en la sociedad estadounidense? También existen otros problemas con la retórica de los roles. El lenguaje del «rol sexual» presupone una estabilidad de comportamiento que se espera de mujeres y hombres, ya sea en el hogar o en el trabajo, ya sean jóvenes o mayores, de cualquier grupo racial o étnico (véanse Connell, 1987; Ferree, 1990; Lorber, 1994; Risman, 1998; 2004). ¿Cabe esperar que una abogada que se muestra audaz y agresiva en la sala del tribunal se comporte del mismo modo en la guardería o incluso en su casa? La revisión exhaustiva de Lorber (1994) sobre la investigación de género en el siglo XX demostró la inexistencia de un único rol para mujeres y hombres, ni siquiera en la sociedad estadounidense.
En sociología ya casi no se hace referencia a los roles de género. Kimmel (2008: 106) resume la postura contemporánea más extendida cuando afirma que «la teoría de los roles de género enfatiza en exceso la primera infancia como momento decisivo en el que se produce la socialización de género». Actualmente la sociología estudia el género más allá de los seres socializados. Cada vez que leo un artículo de una revista de sociología que utiliza el lenguaje de los roles sexuales o de género, me pregunto inmediatamente si el autor o autora está al día en el tema. En los trabajos de mi alumnado (y en los manuscritos que reviso) siempre tacho el lenguaje de los «roles» y sugiero un concepto más matizado y preciso. Mi esperanza es que nadie que lea este libro vuelva a cometer este error. No es que el concepto sociológico de «rol social» sea en sí mismo un problema, lo es la presunción de que existe un único «rol de género» en la sociedad estadounidense o en cualquier otra. No se espera que las mujeres se comporten de la misma manera como madres que como esposas, y menos aún como madres que como abogadas. Esto no significa que no existan expectativas de género en el mundo de la abogacía; de hecho, cuando las mujeres se comportan de un modo tan agresivo como lo hacen los hombres, les es más fácil ser aceptadas como buenas profesionales y, al mismo tiempo, se espera que esas mismas mujeres se comporten más contundentemente como abogadas que como madres o esposas. Las expectativas de género se dan para todos los roles sociales, pero no existe un «rol de género» que se aplique a las mujeres o a los hombres per se, ni ciertamente que opere para las mujeres y los hombres de diferentes razas, etnias y clases.
Críticas a la perspectiva académica de género como teoría de la mujer blanca
Desde los inicios de la segunda ola del feminismo, las mujeres de color han teorizado el género como algo más que una característica de la personalidad, poniendo el acento en cómo la masculinidad, la feminidad y las relaciones de género varían según las comunidades étnicas y las fronteras nacionales. Por ejemplo, Patricia Hill Collins (1990), Kimberlé Crenshaw (1989), Deborah King (1988) y Audre Lorde (1984) entienden el género como un eje de opresión que se interrelaciona con otros ejes de opresión, entre los que se incluyen la raza, la sexualidad, la nacionalidad, la capacidad,