Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman

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Adónde nos llevará la generación

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cuando son minoría en un lugar de trabajo, sino que siguen gozando de una posición de ventaja. Las investigaciones indican que los enfermeros hombres ocupan los puestos de administración en los hospitales y los maestros hombres ascienden rápidamente a los puestos de dirección en los centros escolares. Ascienden hasta lo más alto con las escaleras de cristal (Williams, 1992). Por supuesto, esto no se puede aplicar a todos los hombres. La bibliografía más reciente sugiere que son solo los hombres blancos los que ascienden en su escalera de cristal hasta la cúspide, mientras que los de color que ocupan puestos de trabajo feminizados se quedan en los primeros peldaños de la escalera (Wingfield, 2009). Tanto el estatus de género como el racial constituyen una desventaja en las organizaciones. Otras investigaciones indican que la ventaja masculina se amplía a todo tipo de organizaciones, tanto si el número de mujeres es simbólico como si no.

      Este nuevo giro hacia explicaciones estructurales pronto se aplicó al campo de estudio de la familia. Yo misma fundamenté mi tesis, Necesidad e invención de la maternidad, en la teoría de Kanter. Mi hipótesis sugería que las diferencias entre la maternidad y la paternidad respondían exclusivamente a las expectativas volcadas sobre las madres como cuidadoras principales. Estudié a hombres que debían asumir el cuidado de sus hijas e hijos en solitario (viudos o abandonados por sus mujeres) y los comparé con madres en solitario y padres y madres casados/as; comparé su feminidad y su masculinidad, pero también la asunción del trabajo doméstico, las técnicas de crianza y la relación paterno-filial. Mi hipótesis era que los padres en solitario actuaban del mismo modo que las madres en solitario; sin embargo, los resultados (Risman, 1987) sugirieron una explicación mucho más compleja. Los padres en solitario se parecían a las madres en muchas cosas. Se describían a sí mismos con caracteres más femeninos (por ejemplo, como cuidadores y empáticos) de los que usaban los otros padres, lo que demuestra que los rasgos de personalidad son maleables según las circunstancias. No obstante, incluso en el caso de los hombres que ejercían como cuidadores principales se daban diferencias estadísticamente significativas respecto a las madres en varios ítems, incluyendo sus puntuaciones en las medidas de masculinidad y crianza. Se parecían más a las madres que otros hombres, pero no eran igual a ellas. Ha habido otras investigaciones que se han sustentado parcialmente en las explicaciones estructurales. En un estudio en el que se analizaron historias de vida de mujeres de la generación del baby boom americano, Gerson (1985) concluyó que la socialización de estas y sus preferencias como adolescentes no predecían a sus estrategias ante las «decisiones difíciles» (título del libro) para conciliar los compromisos laborales con los familiares. La mejor explicación de por qué las mujeres «eligen» entre una vida doméstica o una centrada en el trabajo reside en la estabilidad marital o el éxito laboral. Aquí las condiciones estructurales de la vida cotidiana resultan ser más importantes que los yo femeninos, pero no constituyen la única explicación relevante.

      La mayoría de las investigaciones sobre maridos y mujeres que pretenden probar la importancia de los factores estructurales a la hora de explicar el comportamiento no han logrado aportar evidencias sólidas que apoyen una explicación puramente estructural de la conducta de género en las familias. Casi todas las investigaciones cuantitativas sugieren que las mujeres continúan dedicando más tiempo a tareas domésticas que sus maridos, incluso cuando trabajan fuera del hogar tantas horas por semana como ellos y ganan salarios equivalentes (Davis y Greenstein, 2013; Bittman et al., 2003; Bianchi et al., 2000). La investigación cualitativa de Tichenor (2005) proporciona una sólida evidencia empírica de que las esposas con mayores sueldos que los de sus maridos se ven obligadas, por la lógica cultural de la maternidad intensiva, a asumir una mayor parte del trabajo familiar de cuidados. Mientras que Sullivan (2006) y Kan et al. (2011) muestran de manera convincente que la tendencia ha cambiado con el tiempo y que los hombres asumen cada vez más trabajo familiar a medida que avanzan las décadas, el género todavía supera las variables estructurales de tiempo y dependencia económica cuando se trata de tareas domésticas y trabajo de cuidados (Risman, 2011). Si los factores puramente estructurales fueran los responsables de la desigualdad de género, podríamos rediseñar simplemente las organizaciones y los roles sociales, y así las mujeres y los hombres serían iguales. El núcleo del argumento estructural es la neutralidad del género; las mismas condiciones estructurales crean el comportamiento, con independencia de los roles sociales que desempeñen los hombres o las mujeres. Las implicaciones de una teoría puramente estructural suponen que, si movemos a las mujeres a las posiciones de los hombres y a los hombres a las posiciones de las mujeres, sus comportamientos serán idénticos y esto tendrá consecuencias similares. Sería de esperar que los cuidadores masculinos fuesen «madres» de la misma manera que las mujeres o que en política las mujeres liderasen y tuvieran seguidores al igual que los hombres. Pero esto no parece ser así.

      Debemos ir más allá de las variables puramente socioestructurales para explicar el poder del género. Esto resultó evidente para la sociología posicionada en una perspectiva más interaccionista, y su recorrido se explica en la sección siguiente.

      En la misma época en la que se articuló el marco teórico estructural, se hacía evidente la importancia del interaccionismo simbólico y del abordaje que tenía en cuenta la interacción cara a cara para la comprensión del género. En 1987, West y Zimmerman (1987) publicaron un artículo pionero en el que argumentaban que el género es algo que hacemos, no lo que somos. En él sugerían que somos responsables de «hacer» género y que se nos considera inconformes si no lo hacemos. Los autores distinguían claramente los conceptos de sexo, categoría de sexo y género, de tal manera que se ilustraba la importancia de cómo performativizamos el género para demostrar nuestra categoría de sexo. El sexo de un individuo se asigna, generalmente al nacer, de acuerdo con distinciones biológicas socialmente definidas. La categoría de sexo, por otro lado, es lo que reclamamos a los demás, y se utiliza como un sustituto del sexo. La categoría de sexo depende de que el sexo sea aceptado de forma adecuada y no siempre coincide con el sexo biológico de la persona. Se establece mediante lo que mostramos a través de nuestro cuerpo, incluyendo el lenguaje corporal, la ropa, el corte de pelo o el comportamiento asignado, pero no solo esto; es decir, para reivindicar una categoría de sexo, las mujeres y los hombres tienen que hacer género.

      Al conceptualizar el género como algo que hacemos, West y Zimmerman (1987) ponían el foco de atención en las maneras mediante las cuales se fuerzan, restringen y vigilan los comportamientos durante la interacción social.

      La perspectiva de género de West y Zimmerman es similar a la teoría de la «performatividad» de Judith Butler (1990; 2004). Comparten el enfoque de la producción de género a través de la actividad del actor, pero difieren en la idea de la existencia de un yo «real» subyacente al «hacer» género. Las ciencias sociales estudian la flexibilidad del yo, el yo construido socialmente, pero generalmente presuponen la existencia de alguna versión del yo, aunque solo sea temporal. Sin embargo, Butler, filósofx y teóriqux queer,6 reflexiona sobre el yo como si este fuera más bien imaginario que construido socialmente. Otras teóricas queer como Butler han contribuido a la discusión del «doing gender» de una manera crítica, lo que ha ayudado a afinar la mirada sobre la «performatividad».

      El marco teórico del «doing gender» se ha convertido quizá en la perspectiva más común en la investigación sociológica contemporánea. En 2016, el artículo de West y Zimmerman había sido citado más de 8.500 veces desde su publicación en 1987, y, sin embargo, el género no se describe fácilmente a partir de una sola versión de masculinidad y feminidad. Las investigadoras han descrito una gran variedad de formas mediante las cuales las niñas y las mujeres hacen feminidad: desde la «maternidad intensiva» (Hays, 1998; Lareau, 2003) hasta las lesbianas «femme» que se apropian de los símbolos tradicionales enfatizados de la feminidad, como los tacones y las medias (Levitt et al., 2003), pasando por las chicas latinas que negocian relaciones sexuales sin riesgo (Garcia, 2012) o las afroamericanas que caminan por la delgada frontera que separa el mundo del bien del mundo del gueto (Jones, 2009). La evidencia nos ha desplazado desde los «roles» de género hasta la variedad de maneras mediante las cuales la gente hace género. Los trabajos de Martin

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