Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman

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Adónde nos llevará la generación

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prestar atención a cómo se entrelazan el género y la sexualidad.

      Pascoe (2007) profundiza en la reflexión sobre el vínculo necesario entre la sexualidad y los estudios de género en su investigación sobre la masculinidad en la enseñanza secundaria. La autora se centra en cómo la sexualidad actúa como principio organizador de la vida social que ayuda a construir el significado mismo de la masculinidad. Ella define la sexualidad no solo como actos eróticos o incluso como identidad, sino también como significados públicos asociados al género. Por ejemplo, mientras que la heterosexualidad implica deseo sexual y una identidad heterosexual, también confiere todo tipo de derechos de ciudadanía e implica la erotización de la dominación masculina y la sumisión femenina. Los chicos adolescentes reclaman públicamente su poder romántico sobre las chicas, algo que estos necesariamente desarrollarán después. Incluso en estos tiempos, las mujeres deben esperar a que los hombres se declaren, y este acto de espera para ser elegidas es el marcador en sí mismo de la dependencia y la subordinación femenina (Robnett y Leaper, 2013).

      La teoría queer desestabiliza la supuesta naturalidad de las categorías de género y sexualidad (Seidman, 1996; Warner, 1993) y aporta un marco a los estudios de género que se centra en cómo las prácticas sociales producen las categorías que damos por sentadas, hombre y mujer, femenino y masculino, gay y heterosexual. Como escribe Pascoe (2007: 11), «la teoría queer enfatiza las múltiples identidades y la diversidad en general. En lugar de crear conocimiento sobre las categorías de identidad sexual, las teorías queer buscan averiguar cómo se crean, sostienen y deshacen esas categorías». Esta nueva sensibilidad respecto a la construcción de categorías nos lleva a la posibilidad implícita de deconstruirlas. Y esta posibilidad de ir más allá de las categorías, más allá del género en sí mismo, será fundamental para mis conclusiones sobre hacia dónde debemos dirigirnos en la búsqueda de la igualdad de género.

      Existen varias propuestas para comprender el género: aquellas que se focalizan en cómo somos socializadas las personas e internalizamos los rasgos específicos de género y aquellas que explican cómo el género está definido por las expectativas de los demás, ya sea en los encuentros cara a cara en una misma habitación ya sea por estereotipos culturales. Nos hemos centrado en la propuesta alternativa sobre el poder del orden social estructural y las creencias culturales frente al poder de los estereotipos y de la socialización en la construcción de yoes de género. A finales del siglo pasado, Browne y England (1997) propusieron que se dejase de pensar en estas explicaciones en términos de «una cosa o la otra». Argumentaban de manera convincente que toda teoría presupone algún proceso mediante el cual las opresiones se interiorizan y se convierten en parte del yo. Y toda teoría sobre el yo requiere una comprensión de la organización social. Las teorías sobre el género no son «una u otra», sino deben ser, utilizando una frase acuñada por Collins (1998), «ambas y». Las teorías integradoras que se discuten a continuación son todas, de algún modo, multidisciplinares, y si bien se centran en el género como sistema de estratificación, incluyen la preocupación por el modo mediante el que la opresión se interioriza y forma parte de una misma. En un escrito reciente, England (2016) retoma este tema, recordándonos que el poder de la desigualdad está socialmente estructurado para entrar en nosotras, y por lo tanto puede convertirse en opresión internalizada. Estudiar los efectos de la opresión internalizada en los individuos no es negar la estructura social, o «culpar a la víctima», sino reconocer el poder de la estructura social para influir en nuestra conciencia.

      Hacia finales del siglo XX se convirtió en el nuevo consenso la conceptualización del género como sistema de estratificación que existe más allá de las características individuales (por ejemplo, Connell, 1987; Lorber, 1994; Martin, 2004; Risman, 1998; 2004) y que varía según otros ejes de desigualdad (por ejemplo, Collins, 1990; Crenshaw, 1989; Ingraham, 1994; Mohanty, 2003; Nakano Glenn, 1992; 1999). Entender el género como sistema de estratificación lleva a explicitar que este no es solo una cuestión de diferencia, sino también de distribución del poder, la propiedad y el prestigio. La mayoría de las científicas y los científicos sociales adoptaron la definición de género no solo en tanto que rasgo de personalidad, sino como un sistema social que restringe y promueve el comportamiento a través de patrones e implica desigualdad. Discuto brevemente varios de estos marcos teóricos multidimensionales (por ejemplo, Connell, 1987; Lorber, 1994; Martin, 2004; Risman, 2004; Rubin, 1975) antes de presentar el mío propio, que entiende el género como estructura social, y de aplicarlo para ayudarnos a entender cómo opera el género en las vidas de las y los jóvenes millennials de hoy en día.

      No es nuevo apostar por una aproximación multidimensional al género. En su ensayo de 1975, Gayle Rubin argumentaba que la desigualdad sexual constituía un tipo de opresión económico-política que denominó el sistema sexo/género. R. W. Connell (1987: 13) llevó esta idea más lejos en su libro Gender and Power con el argumento de que se debía «pensar el género como característica de las colectividades, las instituciones y los procesos históricos». La autora puso el acento en considerar el género como proceso y no tanto como una entidad estática. Connell propone que cada sociedad cuenta con un orden de género compuesto por regímenes de género, con relaciones de género que son distintas en cada institución social, con lo que el régimen de género en un contexto laboral puede ser más o menos sexista que un ré gimen de género en las familias heterosexuales. Connell sugiere que en cada régimen de género se pueden distinguir tres ámbitos: trabajo, poder y cathexis. De la propuesta de la autora se desprende una idea muy relevante y útil: los regímenes de género que se hallan en una misma sociedad pueden ser complementarios, aunque no siempre lo son, y la inconsistencia entre ellos puede convertirse en el lugar en el que emerjan «las tendencias a la crisis» y donde, por lo tanto, el cambio social sea más probable.

      Lorber (1994) utiliza el lenguaje de la institución social para desarrollar una teoría integradora sobre género. La autora subraya la desigualdad entre hombres y mujeres en cada aspecto de la vida, desde el trabajo doméstico, hasta la vida familiar, pasando por la religión, la cultura y los puestos de trabajo. Concluye que el género, en tanto que institución históricamente establecida, ha creado y perpetuado las diferencias entre hombres y mujeres con el objetivo de justificar la desigualdad. Aunque Lorber (1994; 2005) presenta el género como una institución social, confía en que se pueda superar. Respondiendo a su desafío de superar las desigualdades de género, me he basado en su trabajo con el objetivo de eliminarlas (Lorber, 1994: 294). La igualdad de género solo puede darse cuando todos los individuos tienen garantizado el acceso a los recursos de valor y, de acuerdo con Lorber, cuando la sociedad se «des-generiza».

      Una de las mayores virtudes de las teorías integradoras multidimensionales es que nos alejan de las disputas entre teorías de la ciencia. En el modelo científico tradicional del siglo XX, la comprobación de una teoría pasa por la refutación de otra; en ese caso hay teorías ganadoras y perdedoras. El mundo de la ciencia se presta a ello porque el hecho de estar entre los/as ganadores/as implica un ascenso en la carrera, pero ello no quiere decir que se aprenda más sobre la temática concreta. De hecho, si lo que queremos es comprender mejor una sociedad que cambia constantemente, debemos superar este tipo de ciencia. Necesitamos encontrar respuestas complejas para preguntas complicadas, advirtiendo que estudiamos procesos, no productos, dado que el mundo social está constantemente reinventándose a sí mismo. Nuestros análisis han de tener un impacto en el mundo que estudiamos, por lo menos eso es a lo que aspiramos en tanto que científicas sociales feministas.

      Mi trabajo añade cemento a la pared construida por todas esas investigadoras que me precedieron. Tengo el privilegio de alzarme sobre los hombros de gigantas, aquella primera generación de académicas feministas que hicieron posible el estudio del género y aquellas que las sucedieron y que pusieron los pilares para que yo los usara en mi propuesta integradora multidisciplinar de género. En este capítulo he dado un rápido repaso a las innumerables teorías utilizadas para entender la desigualdad de género. Veréis que mi teoría trata principalmente de ensamblar partes que otras concibieron. Le he dedicado mucho tiempo a la teorización y la investigación de las

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