Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman

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Adónde nos llevará la generación

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invención […] y es reflexiva, la práctica puede volverse en contra de lo que la limita; por lo tanto, la estructura puede convertirse deliberadamente en el objeto de la práctica» (Connell, 1987; 1995). La acción puede transgredir la estructura, pero nunca puede escapar de ella. Debemos prestar atención a cómo la estructura moldea la elección individual y la interacción social, pero también a cómo la agencia humana crea, sostiene y modifica la estructura actual. La acción por sí misma puede cambiar el contexto inmediato o futuro. En esta teoría del género en tanto que estructura social, integro esta noción de causalidad recursiva poniendo la atención en las consecuencias que tiene para el género en sus múltiples niveles de análisis. Ahearn (2001: 118) resume sucintamente las razones por las que la teoría de Giddens es tan importante para entender tanto las restricciones como la agencia:

      En la teoría de la estratificación está la comprensión de que las acciones de las personas están moldeadas (tanto de manera restrictiva como posibilitadora) por las mismas estructuras sociales que esas acciones sirven para reforzar o reconfigurar. Dado este bucle recursivo que consiste en acciones influenciadas por estructuras sociales y estructuras sociales (re)creadas por las acciones, la cuestión de cómo puede ocurrir el cambio social es crucial.

      Incorporo su paradigma dialéctico a mi argumentación ya que me refiero a las fuerzas estructurales que parecen ineludibles –y, como mínimo, crean comportamientos sociales a través de patrones– y a la estructuración de las decisiones que los hombres y las mujeres son libres de tomar y del significado que les dan. Exploro los mecanismos mediante los cuales tales elecciones restringidas consiguen a veces cambiar la estructura social y a veces reforzarla; las causas y el ritmo de ese cambio constituyen mis preguntas centrales. Todo lo que concierne a la relación dialéctica entre estructura y agencia debe estar necesariamente relacionado con los significados que las personas dan a sus elecciones. El resurgimiento de la sociología cultural a finales del siglo XX volvió a integrar las cuestiones sobre los significados en las teorías de la estructura social. Swidler (1986) argumentaba que si conceptualizamos la cultura como un conjunto de herramientas, se ve de manera más clara su importancia sin tener que definirla como algo opuesto a la estructura, sino como un componente importante de esta. Tenemos cajas de herramientas de conocimiento cultural a nuestro alcance para ayudarnos a dar sentido al mundo que nos rodea; el conocimiento existe, tanto si se interioriza como si no, en tanto que aspectos del ser. A veces este conocimiento es tan común que se convierte en hábito. Béland (2009) ha mostrado cómo las investigadoras del género (por ejemplo, Stryker y Wald, 2009; Padamsee, 2009) han contribuido a entender la importancia de las ideas en la política social, ya que la ideología de género desempeña un papel importante en la comprensión de la variabilidad entre países.

      El componente cultural de la estructura social –el género en tanto que convicción ideológica– incorpora también las expectativas interactivas que cada cual portamos y con las que nos topamos también en cada encuentro social. Los actores actúan a menudo sin pensar, siguiendo simplemente hábitos que definen el significado cultural de sus vidas, y, sin embargo, siguen siendo agentes conocedores que pueden –y a veces lo hacen reflexivamente– replantearse sus propias acciones. Las presunciones que se dan por sentadas y que a menudo no se reconocen dan forma al comportamiento, pero lo hacen a medida que los seres humanos supervisan reflexivamente las consecuencias intencionadas y no intencionadas de su acción, a veces reificando la estructura y a veces modificándola. Mi trabajo se basa en el argumento de Hays (1988: 58):

      Una concepción de la estructura como algo más que un patrón de restricciones materiales, objetivas y eternas que producen pasividad humana; una concepción de la agencia como algo más que una acción no estructurada, individual, subjetiva, aleatoria, que implica libertad absoluta; y una concepción de la cultura como parte de la estructura social.

      Como señala Hays, la agencia depende de la estructura, lo que incluye los significados culturales que están en el núcleo de la estructura social. Así como debemos reconocer constantemente que la estructura es una construcción social, también es cierto que la estructura social produce distintos tipos de personas. La estructura social es a la vez posibilitadora y limitante (Hays, 1998; Giddens, 1984). La tradición cultural en sociología (Swidler, 1986; Schippers, 2007; Hays, 1998) me ha ayudado a mejorar mis concepciones anteriores del género como estructura social al sugerirme que, para cada nivel de la estructura de género, debemos identificar tanto los procesos culturales, como las condiciones materiales. Si bien profundizaré en los aspectos materiales y culturales de la estructura de género más adelante, quiero diferenciarlos aquí de un modo simplificado refiriéndome a la cultura en tanto que procesos ideológicos, es decir, significados atribuidos a los cuerpos y legitimaciones para las reglas y regulaciones de las organizaciones a las que nos enfrentamos en la vida cotidiana. Las condiciones materiales incluyen los cuerpos en sí mismos, así como las reglas que distribuyen las recompensas y limitaciones físicas en un momento histórico dado. Solo cuando prestamos atención tanto a la cultura como a la realidad material podemos empezar a identificar bajo qué condiciones las diferencias corporales se convierten en desigualdad en el seno de una estructura de género (véase la figura 1.5 como resumen del modelo).

      Para entender cómo se produce y reproduce la estratificación de género, y a veces cómo se ve restringida, de generación en generación, necesitamos entender la amplitud y profundidad del poder del género en tanto que estructura social. Por lo tanto, no deberíamos preocuparnos de si el género se conceptualiza mejor como un rasgo individual, en el nivel de la interacción, o como parte de las reglas de las organizaciones y las creencias culturales; más bien necesitamos construir un panorama completo para abordar la complejidad del género en tanto que estructura. Es preciso utilizar la investigación empírica para estudiar la fuerza de los «yo» individuales ante las expectativas culturales frente a las instituciones, y hacerlo intentando dar una explicación a preguntas particulares, o momentos históricos concretos, o variables dependientes identificadas. Aprendemos más si abordamos cada cuestión empírica desde su propia complejidad, una preocupación para cada nivel de análisis –el individual, el interactivo y el organizacional, y las relaciones recursivas entre estos–. Debemos preocuparnos por la relación recursiva entre los procesos culturales y materiales en cada nivel y a través de los niveles de la estructura de género. Como sostiene Hay (1994), necesitamos entender que la estructura no solo nos limita, sino que también nos ayuda a crear un sentido de nosotras mismas, nos da herramientas para la acción y, por lo tanto, hace posible la agencia –y el cambio social que podría resultar de ello–.

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      Fig. 1.5. El género en tanto que estructura social. Modelo del género como estructura.

      Toda sociedad tiene una estructura de género, un sistema por el cual se asigna a los organismos una categoría de sexo a partir de la cual se construye la desigualdad de género. La estructura de género influye en los individuos, en sus identidades y en sus personalidades y, por lo tanto, en las decisiones que toman. Las ciencias sociales han priorizado durante mucho tiempo el nivel individual de análisis del género, lo que ha llevado a considerarlo, al menos en parte, como la justificación de los patrones de género y, por lo tanto, de la desigualdad; pero el poder de la estructura de género va mucho más allá de la formación de una misma. Cada vez que nos encontramos con otro ser humano, o incluso cuando imaginamos tal encuentro, las expectativas asociadas a nuestra categoría de sexo se vuelven evidentes para nosotras y, tanto si cumplimos tales expectativas como si no, somos consideradas a través de ellas por nosotras mismas y por las demás. Este es el poder del nivel de análisis interactivo. Sin embargo, la estructura de género va mucho más allá de la formación de los individuos y de nuestras expectativas de interacción. El sistema legal, las religiones y, a menudo, nuestras organizaciones también están profundamente marcadas por el género mediante creencias sobre el privilegio y la agencia masculina, así como sobre la crianza femenina, que se incorporan en las reglas y las lógicas culturales que acompañan a las regulaciones. A continuación, me ocuparé de cada uno de estos niveles de análisis por separado, aunque todos ellos se encuentran visiblemente

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