Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman

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Adónde nos llevará la generación

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simbólicamente arraigado en la cultura de las entidades. Las organizaciones económicas incorporan significados de género en la definición de empleos y puestos de trabajo (Gherardi, 1995; Acker, 1990; Martin, 2004). Cualquier organización que presuponga que los buenos trabajadores estarán disponibles cincuenta semanas al año y al menos cuarenta horas semanales durante décadas sin interrupción está dando por hecho que estos trabajadores no tienen ninguna responsabilidad práctica o moral en el cuidado. La estructura económica industrial y postindustrial asume que los trabajadores tienen esposas o que no las necesitan. La situación ha comenzado a cambiar en las democracias occidentales a medida que las leyes avanzan hacia la neutralidad de género, pero, incluso cuando las normas y los reglamentos formales comienzan a cambiar –ya sea gracias al gobierno, ya a los tribunales, la religión, la educación superior o las reglas de organización–, la lógica organizacional sigue a menudo ocultando el privilegio masculino en la ley formal neutral de género (Acker, 1990; 2006; Williams, 2001). Las creencias culturales androcéntricas que justifican la disparidad en la distribución de los recursos que privilegian a los hombres sobreviven muchas veces a las normas y reglamentaciones formales de las organizaciones.

      Las lógicas culturales de género existen como procesos que tienen que ver con las ideas, más allá de los lugares de trabajo. Mientras que los análisis materialistas eluden o incluso niegan a veces el poder de las ideas, Béland (2005) argumenta que debemos estudiar las creencias cambiantes para analizar las transformaciones históricas en la política y las políticas, incluyendo aquellas relativas al género. Se ha dado un debate en el seno del feminismo que estudia los regímenes de bienestar y de género sobre si la ideología tiene poder en la definición de la política social (Béland, 2009; Adams y Padamsee, 2001; Brush, 2002), pero sugiero que los procesos que tienen que ver con las ideas deben ser considerados como una parte importante del nivel macro de la estructura de género. Investigaciones empíricas recientes muestran la existencia de poderosos significados culturales ligados al género. Budig et al. (2012) muestran que el impacto de la maternidad en los ingresos de las mujeres varía de una cultura a otra, dependiendo del ideario de género. Si existe una cultura de apoyo a la participación de las madres en el mercado laboral, el permiso parental y los servicios públicos de guardería aumentan los ingresos de las mujeres; en cambio, si se priorizan culturalmente las familias encabezadas por hombres que actúan como sostén de la familia y mujeres que ejercen de amas de casa, entonces el permiso parental y la provisión pública de cuidado para los/las menores no tienen ningún efecto; por el contrario, llegan a tener efectos perjudiciales en los ingresos de las mujeres. Desde una propuesta similar, Pfau-Effinger (1998) compara los modelos de empleo de las mujeres en Alemania Occidental, Finlandia y los Países Bajos, y proporciona evidencia contundente de que la política de estado del bienestar (incluyendo la disponibilidad de guarderías) por sí sola no puede explicar las diferencias entre países en lo relativo a la estructura familiar y el trabajo remunerado de las mujeres. Estas políticas deben combinarse con un ideario de género predominante y con valores culturales históricos específicos de cada país, con el fin de comprender la singular trayectoria del empleo remunerado de las mujeres. El campo de las ideas es fundamental para la equidad de género en la fuerza laboral y también para la igualdad en otros ámbitos.

      La investigación de Pierotti (2013) sobre la rápida difusión que ha experimentado, a escala mundial, el rechazo a la legitimidad moral de la violencia ejercida por la pareja íntima es un ejemplo fundamental de cómo las ideas respecto al género son importantes y pueden hacer cambiar las cosas en un sentido positivo. En el siglo XXI, Naciones Unidas y diversas ONG internacionales han trabajado intensamente para definir la violencia contra la mujer, incluida la violencia doméstica, como una violación de los derechos humanos. Los proyectos de desarrollo con perspectiva de género y las acciones de divulgación en los medios de comunicación han tratado de llegar a las familias y a las élites políticas nacionales. Pierotti traza los cambios de actitud de las mujeres en veintiséis países a lo largo de cinco años para ver si estos esfuerzos internacionales han llevado a una convergencia hacia «esquemas culturales globales» que redefinen la violencia contra las mujeres como inaceptable. La autora pudo comprobar que, en 23 de los 26 países, se habían transformado las creencias de las mujeres, tanto que a menudo se trataba de cambios muy significativos en las actitudes. Por ejemplo, en 2003 solo un tercio de las mujeres de Nigeria pensaban que era incorrecto que un marido golpeara a su esposa, pero en 2008 más de la mitad lo creían así. En los países en los que se disponía de datos sobre los hombres, los cambios de actitud fueron similares. No se habían producido grandes transformaciones materiales: no hubo cambios en los patrones demográficos, económicos o educativos que explicaran estas diferencias de actitud en todo el mundo. La autora concluía que la difusión de material cultural sobre los derechos de la mujer y la violencia influyó tanto en los responsables de las políticas nacionales, como en las personas corrientes. La labor de las activistas feministas internacionales resultó fundamental para impulsar esta agenda, un hecho que retomaré en el último capítulo del libro, cuando discuta sobre el cambio social y las posibilidades que nos ofrece la utopía.

      En el nivel macro de la estructura de género, las ideologías no son fijas ni inmutables, pero existen y tienen un evidente impacto en la conformación de las posibilidades para el cambio social feminista. Este nivel, similar al individual y al institucional, debe conceptualizarse con atención tanto a los aspectos materiales como a los culturales. Para comprender íntegramente el nivel macro de la estructura de género (Adams y Padamsee, 2001) debemos combinar las preocupaciones feministas por el significado cultural con los análisis institucionales de la desigualdad material (O’Conner et al., 1999).

      Como síntesis, la figura 1.6 muestra los procesos sociales involucrados en cualquier estructura de género según el nivel de análisis en el que se producen.

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      Fig. 1.6. Dimensiones de género.

      Pretendo avanzar en la comprensión del género desde varios puntos de vista. En primer lugar, este modelo ayuda a poner orden en los avances de la investigación científica que se han desarrollado para explicar el género. Si concebimos cada pregunta de investigación como una pieza de rompecabezas, el ser capaces de identificar cómo un conjunto de hallazgos se coordina con otros, incluso cuando las variables dependientes o los contextos de interés son distintos, puede hacer posible una ciencia acumulativa. Entender el género como estructura social resulta sumamente complejo. La atención a toda la red de interconexiones entre los géneros, las expectativas culturales que ayudan a explicar los patrones de interacción, las regulaciones institucionales y las ideologías culturales permiten a cada persona que investiga estudiar el crecimiento de sus propios árboles sin perder de vista el bosque.

      Permítaseme dar algunos ejemplos. Para entender cuándo y cómo se produce el cambio en una estructura de género, es necesario identificar mecanismos que creen desigualdad en cada nivel de análisis. Si en este momento histórico la segregación de género en la fuerza laboral se explicara principalmente (y no sugiero que lo haga) por el género, entonces haríamos bien en considerar los mecanismos de socialización más efectivos para criar a menos niños y niñas con esquemas de género y otros que consiguieran la resocialización de las personas adultas. Si quisiéramos un mundo con igualdad económica entre los sexos, o bien tendríamos que volver a socializar a los niños y las niñas para que estas ya no tuviesen mayor probabilidad que sus hermanos de «elegir» profesiones mal pagadas, o bien deberíamos aceptar la diferencia de género y tratar de establecer un valor comparable que permitiese que, en todas las profesiones, los trabajos igualmente «dignos» se pagaran sobre la base de algún criterio meritocrático. Sin embargo, si la segregación sexual en la fuerza laboral se ve limitada en la actualidad principalmente por las expectativas culturales de los empleadores y la responsabilidad moral de las mujeres por el cuidado de los seres humanos más pequeños, debemos trabajar para modificar estos significados culturales. Pero, de nuevo, si la segregación sexual de la fuerza laboral se produce porque los trabajos están organizados de

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