Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman

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Adónde nos llevará la generación

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mundos muy distintos e internalizan sus propios géneros (Paechter, 2007), pero en este momento de la historia de Estados Unidos a las niñas se les permite más libertad para transgredir las normas de género que a los niños (Risman y Seale, 2010). Hace décadas que defendemos el lema del «poder de las niñas» y existe todo un conjunto de programas y políticas que las animan a estudiar disciplinas de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM). Las atletas ahora pueden ser populares y a menudo lo son (Bystydzienski y Bird, 2006); sin embargo, a los niños todavía no se les da la libertad de ser niñas y ciertamente no se les anima a serlo (Kane, 2012). La investigación sobre los rasgos de personalidad de género muestra que ello tiene consecuencias (Twenge, 1997; Twenge et al., 2012).

      Las mujeres se han vuelto más eficaces con el tiempo, sienten que controlan más sus vidas, tienen más confianza en su liderazgo, es decir, se han vuelto más «masculinas» según los estándares de los inventarios de «roles sexuales». Los hombres, sin embargo, no han cambiado. En promedio, no se han vuelto más femeninos. Mis primeras investigaciones sugieren que cuando los hombres desempeñan trabajos de cuidado, desarrollan una manera de ser más afectuosa y empática, características que usualmente se asignan como «femeninas» en las escalas de roles de sexo (Risman, 1987). Sin embargo, esto aún no se ha evidenciado en los estudios cuantitativos, así que tenemos una sociedad en la que se permite que las mujeres desarrollen algunas características masculinas e incluso se les recompensa en la adolescencia y en los primeros años de la vida adulta por ello. Las niñas tienen ahora más probabilidades que los niños de obtener los mejores resultados en secundaria, de asistir a la universidad y de graduarse (Diprete y Buckmann, 2013). La cultura ha cambiado, pero más para las mujeres jóvenes que para los hombres.

      Pero ¿qué ocurre con el aspecto material del nivel individual? ¿Cuáles son las formas en que los niños y las niñas llegan a encarnar su género? Los niños todavía aprenden a ser duros y a dar saltos, a desarrollar los músculos. Al mismo tiempo, mientras se anima a las niñas a ser atletas, se las educa para que se preocupen exageradamente por su aspecto, su peso y su ropa (Risman y Seale, 2010). En mi propia investigación sobre las estudiantes de secundaria, las niñas parecen preocuparse excesivamente por sus cuerpos, como si estos pudieran soportar el peso de la feminidad esperada, incluso en el caso de que sus comportamientos no lo hicieran. Los cuerpos femeninos se convierten en el recurso fundamental para «hacer feminidad» en un mundo en el que se anima a las niñas a competir con los niños en todas las demás esferas de la vida. Las niñas (al menos las heterosexuales) compiten por los niños con su apariencia y con los niños en el aula por las notas. Sigue siendo un mundo muy peligroso para un niño femenino; de hecho, para cualquier niño que sea de género no binario (Dietert y Dentice, 2013; Rieger y Savin-Williams, 2012). Aunque el cambio es desigual, ya que algunos jóvenes inconformistas tienen la suerte de que sus familias los apoyan (Meadow, 2012). Si algunos y algunas jóvenes adultos se sienten hoy más libres para desafiar los estereotipos de género, las expectativas culturales a las que se enfrentan están seguramente implicadas en ello.

      En el nivel de análisis interactivo, ¿cuáles son las expectativas culturales a las que se enfrenta la población joven en la actualidad? Seguramente, las normas culturales han cambiado desde el modelo cabeza de familia/ama de casa. Ahora se espera que tanto las mujeres como los hombres permanezcan en el mundo laboral a lo largo de sus vidas, a pesar de que los trabajos con un salario digno se están volviendo cada vez más escasos para aquellos que no cuentan con un título universitario. Lo que parece ser nuevo es que el empleo se ha convertido en la actualidad en un criterio para el matrimonio tanto para las mujeres como para los hombres, lo que significa que muchas más mujeres de clase trabajadora permanecen solteras cuando se convierten en madres, en comparación con lo que ocurría en el pasado. Compaginar el trabajo, el cuidado de los niños y las tareas domésticas es más un ideal que una realidad. Pero no debemos olvidar que, como ideal, es nuevo y diferente al de las generaciones anteriores (Gerson, 2010). Sin embargo, las creencias culturales en torno a la «maternidad intensiva» siguen siendo sólidas, y la «paternidad intensiva» ni siquiera se acuña como frase hecha. Algunas investigaciones sugieren que las mujeres, antes incluso de tener novio, se planean carreras que se puedan interrumpir fácilmente para ser madres (Cinamon, 2006). Estas mujeres frenan sus aspiraciones incluso antes de integrarse en la fuerza laboral por temor a que se produzcan futuros desajustes entre el trabajo y la familia. Si bien actualmente las normas culturales alientan a las mujeres a incorporarse al mercado laboral e incluso a hacerlo con gran ambición, existen multitud de pruebas que demuestran que se encuentran con barreras cognitivas. Para las mujeres que entran a formar parte de los ámbitos tradicionalmente masculinos, el sesgo se hace a menudo patente abiertamente y de forma temprana (García-Retamero y López-Zafra, 2006). Las mujeres que progresan en todos los sectores caminan por la cuerda floja; para ser eficaces deben ser capaces de liderar, pero si son demasiado directivas, rompen con los estereotipos sobre la feminidad y son despreciadas o infravaloradas (Eagly y Carli, 2003; Ritter y Yoder, 2004). Muchas mujeres chocan contra el «muro de la maternidad» cuando se encuentran con normas en el puesto de trabajo que exigen un compromiso las 24 horas del día los 7 días de la semana y tienen un hijo que recoger en la guardería a las 6 de la tarde. Por supuesto, estas normas contrarias a la familia también perjudican a algunos hombres. Si los hombres recurren a medidas laborales respetuosas con la familia, a menudo se les considera menos confiables y elegibles para ser promocionados (Rudman y Mescher, 2013). En la actualidad, muchas cosas han cambiado en las expectativas de género de las familias, pero otras muchas se han mantenido igual en la organización del trabajo (Moen et al., 2016). Seguimos creando sesgos basados tanto en el género en sí mismo, como en las personas que asumen las responsabilidades de cuidado, lo que históricamente ha significado sesgos en contra de las mujeres.

      Resulta más difícil aislar el aspecto material del nivel de interacción. Tal vez la situación en la que resulta más fácil observarlo es aquella en la que mujeres u hombres son minoría en un espacio. En algunas comunidades, un padre que se encarga del cuidado de su hijo durante el día está solo en el parque y a menudo es ignorado por las madres que lo rodean. A veces, las mujeres que tienen trabajos predominantemente masculinos todavía tienen la expectativa de representar a todas las mujeres o, incluso, a todas las mujeres de su raza o etnia (Dyson, 2012). Por supuesto, los desajustes más graves se dan cuando las personas no cumplen con las expectativas que se tienen de ellas, cuando las personas identificadas como del mismo sexo al nacer cambian de género o cuando alguien no puede ser categorizado y se presenta a sí como disidente del género binario. Esto se ha ido aceptando, especialmente en espacios públicos (Westbrook y Schilt, 2014), pero a medida que las leyes han empezado a proteger a las personas transgénero en espacios donde se espera la segregación de personas por sexo, como los baños, hemos asistido a una fuerte oposición política y a lo que la sociología llama «pánico moral» (ibíd.).

      A nivel macro, ¿cuál es la ideología cultural que predomina hoy en día en Estados Unidos? Las cosmovisiones ideológicas se definen por lo que la gente piensa que debería ser, no por lo que es. Por supuesto, hay muchos puntos de vista en cada familia, en cada lugar, y difieren por clase, raza y cualquier otra dimensión social, y, sin embargo, hay algunos elementos comunes que compartimos como sociedad. Esta es mi lectura de los aspectos más básicos que se comparten en la ideología de género en este momento. Hoy en día se espera que las madres apoyen económicamente a sus familias siempre que sean solteras y, por lo general, incluso si están casadas. Habitualmente, se presupone que los hombres casados y que cohabitan compartan, al menos en parte, el trabajo familiar y el remunerado, pero el trabajo de las mujeres sigue siendo ante todo el de ser buenas madres. En Estados Unidos estamos en medio de una disputa cultural sobre las expectativas de género para aquellos cuya identidad de género no coincide con su certificado de nacimiento. ¿Les permitimos cumplir con las expectativas basadas en la identidad de género o no?

      Un hombre que no tiene trabajo no puede casarse. Y puede que ahora suceda que una mujer que no tenga empleo tampoco pueda mantenerse sola. La igualdad de género es, al menos en la actualidad, un valor que a menudo se comparte; sin embargo, como los valores culturales siguen siendo sexistas, el trabajo de cuidado está infravalorado y mal pagado.

      En

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