Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman

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Adónde nos llevará la generación

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ingresos, se necesita más tiempo para que una persona se sienta tan estable desde el punto de vista económico como para dar apoyo a otra persona que no sea una misma, mucho menos para convertirse en madre o padre. En 2016, había más personas adultas jóvenes que vivían con sus familias de las que lo hacían con una pareja (Pew Research Center, 2016). Sin embargo, esto es más común en algunas personas que en otras. Waters et al. (2011) publicaron un libro como parte de un proyecto financiado por la Fundación MacArthur que estudiaba las transiciones a la edad adulta y en el que demostraron la importancia del contexto social en este sentido. Las transiciones a la edad adulta son menos abruptas y más tempranas en los núcleos pequeños y rurales que en las grandes áreas metropolitanas. Aquellas personas que viven en ciudades con economías activas pueden pasar de un trabajo a otro y seguir siendo optimistas, mientras que aquellas que viven en ciudades con alquileres elevados tienen más dificultades para establecer vidas independientes de sus familias. Las personas migradas, particularmente aquellas que utilizan la educación superior como vía de movilidad ascendente, son las que más se conforman con permanecer en el hogar familiar hasta la edad adulta temprana. En general, el 40 % de las personas adultas jóvenes volverán al hogar familiar en algún momento tras su primer intento de independizarse, en un efecto «boomerang». Lo que se muestra en ese documento, sobre todo, es que el convertirse en persona adulta constituye un proceso gradual, para el que ya no existe un itinerario normativo. En la misma línea, Arum y Roksa (2011) demostraron, algo poco sorprendente, que la mayoría de las y los millennials todavía estaban sin rumbo2 después de graduarse en la universidad. Muchas millennials esperan más tiempo que las generaciones anteriores para crear sus propias familias, más allá del periodo errático de los veinte años. Las personas jóvenes de hoy se criaron en una era en la que el divorcio era algo común, y la mayoría son muy cuidadosas con sus propias elecciones matrimoniales.

      Es poco probable que se casen antes de que ambos miembros de la pareja sean económicamente autosuficientes (Settersten y Ray, 2010). Ello implica un largo periodo de soltería, y para aquellos que no consiguen ser económicamente estables, el matrimonio se retrasa a menudo más allá de la paternidad. La presión por casarse para poder ser sexualmente activo resulta hoy en día un artificio histórico y tiene poca relevancia en la vida de las y los millennials. Una vez que la cohabitación se ha aceptado y el sexo fuera del matrimonio se ha convertido en algo normativo, existe poca presión para casarse a una edad temprana. La edad media para contraer matrimonio en 2016 era de 29 años para los hombres y 27 para las mujeres (Pew Research Center, 2016). Las personas con educación universitaria a menudo esperan para casarse hasta que se encuentran bien afianzadas en sus carreras, es decir, hasta la treintena. Hoy en día, las parejas pueden ser del mismo sexo o de sexos opuestos, pero lo que tienen en común es que esperan hasta que disfrutan de una situación económicamente segura para casarse. Esto supone que, a menudo, se dan largos periodos en su desarrollo en los que dependen económicamente de sus familias, al menos en parte. De hecho, casi la mitad de las y los jóvenes viven con sus familias hasta entrada la veintena, y ello se da también en una de cada diez jóvenes en la treintena (Furstenberg, 2010). Existe una variabilidad creciente en la edad del matrimonio y de la maternidad/paternidad según la clase económica.

      A menudo, la juventud adulta vive sola, regresa a su hogar y eventualmente lo abandona de nuevo en busca de una vida independiente. Las personas jóvenes se mudan a menudo para ir a la universidad, buscan trabajo, viajan, viven más allá de las limitaciones tradicionales de la familia y el vecindario. Las y los estadounidenses prefieren vivir independientemente e, incluso, una parte consideran que en los hogares intergeneracionales se genera cierta tensión, aunque esto es menos común en las familias migrantes.

      Giddens (1991) sugiere que tal libertad comporta el inicio de la individualización del curso de la vida. En lugar de darse una única forma de crecer, se dan casi tantos itinerarios como personas. Crecer es algo difícil de llevar a cabo en el siglo XXI, y esto era así incluso antes de la Gran Recesión que afrontó la generación millennial en 2008 (Furstenberg et al., 2004). Pero ¿qué significa exactamente crecer en el mundo actual?

      Furstenberg y otros investigadores (Settersten y Ray, 2010), basándose en preguntas de la General Social Survey de 2002, una encuesta representativa a nivel nacional sobre la transición a la edad adulta, descubrieron que el 95 % de la población estadounidense equiparaba la edad adulta con el fin de la escuela, el establecimiento de un hogar independiente y el acceso a un trabajo a tiempo completo. En el pasado, la población estadounidense creía que el matrimonio y la parentalidad formaban parte de la transición a la edad adulta, pero eso ha cambiado. Utilizando los datos del censo longitudinal del último siglo, así como quinientas entrevistas en profundidad con personas adultas jóvenes en la América del siglo XXI, Furstenberg et al. (2004) sugieren que no es hasta aproximadamente los 30 años de edad cuando la mayoría de las personas jóvenes de hoy en día logran realmente la independencia exigida por esta nueva definición de edad adulta, en la que se incluye haber terminado la escuela, ser autosuficientes y vivir de forma independiente (es decir, sin sus familias) con un trabajo a tiempo completo (75 % a los 30 años). Si incluyéramos el matrimonio y la paternidad en la definición de la edad adulta (como se hacía en el pasado), ¡menos de un tercio de los hombres y la mitad de las mujeres serían considerados adultos a los treinta años! En Estados Unidos, el tiempo que se tarda en finalizar la educación, encontrar trabajo a tiempo completo y ser económicamente independiente se ha dilatado en el siglo XXI. Si bien en algunos países se da una transición institucionalmente clara entre la educación y el trabajo, esto resulta impensable para la mayoría de las y los jóvenes en Estados Unidos (Shanahan, 2000). Cada joven millennial está solo/a para forjarse su propia transición entre la escuela y el trabajo.

      Sin embargo, cuando tratamos de entender a esta generación, emergen algunos patrones. Ya en 2007, antes de que una gran parte de las y los millennials se graduaran en la escuela secundaria, el 20 % de los hombres y el 16 % de las mujeres todavía vivían en los hogares familiares entre los 25 y los 29 años. Las tasas eran aún más altas entre las personas negras: el 25 % de los hombres y el 20 % de las mujeres. Las tasas son mucho más altas entre la descendencia de migrantes (tanto aquellos/as que llegan a Estados Unidos siendo niños/as muy pequeños/as como los/las de segunda generación). Si bien estas diferencias raciales y étnicas en los tipos de familia se han mantenido de generación en generación, tal vez el nuevo patrón que destaca en la actualidad lo constituye la dramática diferenciación de clase que se da entre los tipos de familias (Cherlin, 2014; Furstenberg, 2010; Cohen, 2014). Dado que hoy en día muchas estadounidenses consideran que el matrimonio se debe aplazar hasta alcanzar la independencia económica, es fácil entender por qué este es, en el presente, mucho más común entre la clase media. De hecho, actualmente, para muchas mujeres de clase trabajadora de todas las razas, la maternidad precede al matrimonio (Martin et al., 2017).3 Es mucho más difícil para las mujeres solteras emanciparse del hogar familiar cuando son madres en solitario y dependen de su ayuda tanto económicamente como para el cuidado diario de los/las menores.

      ¿Por qué se tarda tanto en llegar a la edad adulta en el siglo XXI? El coste de la universidad y la deuda estudiantil cada vez mayor hacen que incluso las personas jóvenes de familias acomodadas sean dependientes de sus familias durante muchos años. Las menos afortunadas buscan un trabajo decente para ganar un salario digno en una sociedad donde los primeros trabajos no dan, a menudo, para mantenerse a sí mismas, y menos aún para mantener a una pareja o tener hijas e hijos. Quizá también nuestras expectativas hayan cambiado. Las estadounidenses prefieren una etapa de independencia entre la adolescencia y la edad adulta, y si bien se trata de una invención cultural relativamente nueva, hemos llegado a darla por sentada.

      Es cierto que hay mujeres sin empleo a tiempo completo, dependientes económicamente y sin hogar propio, pero que transitan a la maternidad. ¿Eso las hace adultas dado que ahora son responsables de otra persona? ¿O una maternidad joven y en solitario simplemente añade más desafíos a la transición a la edad adulta? Esta transición dura ahora tanto tiempo que algunos psicólogos sugieren que debe considerarse como una nueva etapa del desarrollo humano.

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