Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman

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Adónde nos llevará la generación

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los culturales en cada nivel de análisis. Me referiré ahora al nivel macro de análisis por sí mismo, y no como el nivel institucional, para destacar que incluyo tanto las regulaciones institucionales como las creencias culturales que las acompañan.

      Nivel individual de análisis. En tanto que nos preocupan los mecanismos por los cuales los niños y las niñas llegan a tener una preferencia a partir de la que hacen género, debemos focalizar nuestra atención en cómo se construyen las identidades en el desarrollo de la primera infancia a través de los procesos explícitos de socialización y modelamiento, y cómo se interiorizan estas preferencias. El aspecto cultural de la estructura de género influye, hasta cierto punto, en la concepción del yo. En la medida en que las mujeres y los hombres decidan adoptar comportamientos típicos de género en todos los roles sociales y durante el ciclo de vida, debemos centrarnos en esas explicaciones individuales. La psicología ha prestado mucha atención a la socialización de género y a las hipótesis individualistas sobre el género, pero en sociología hemos rehuido de ello, para centrarnos más en la interacción y la ideología macro. Es necesario prestar una atención continuada a la construcción del yo, tanto por lo que se refiere a los medios por los cuales la socialización conduce a predisposiciones internalizadas, como por la forma como –una vez que los yos son adoptados– las personas utilizan la identidad para mantener comportamientos que refuerzan un sentido positivo de sí mismas (Schwalbe et al., 2000). Cómo o en qué medida la estructura de género se interioriza en el yo es una cuestión empírica importante. Debemos comprender hasta qué punto las ideologías culturales se arraigan en los individuos; el poder de la socialización sigue siendo un aspecto central de la estructura de género.

      Existe también una realidad material a nivel individual. Niños y niñas, hombres y mujeres, pero también aquellxs8 que rechazan las identidades binarias, están todxs encarnadxs mediante objetos materiales reales de carne y hueso –los cuerpos– que han de interpretar y mostrar. Una parte de ello puede estar influenciado por la genética y las hormonas, aunque esto resulta complicado de estudiar, dado que también los roles sociales y las experiencias influyen en el sistema hormonal (Freese et al., 2003; Perrin y Lee, 2007; Rosenblitt et al., 2001). Pretender que los cuerpos no importan es como esconder la cabeza bajo la arena. Por tanto, las cuestiones relativas a su importancia y su descodificación deben formar parte de la investigación sobre la estructura de género.

      La teoría de la práctica de Bourdieu (1988), particularmente el concepto de habitus, resulta muy útil para conceptualizar la creación social de la materialidad a un nivel individual en la estructura de género. Los seres humanos pequeños aprenden a caminar como una niña y a lanzar la bola como un niño. La estructura de género se incrusta en los cuerpos de los niños y las niñas (o no, como cuando rechazan el género que se les asigna). El habitus crea la posibilidad de lo que es posible imaginar. Aunque algunas personas rechazan claramente el entrenamiento infantil, no pueden hacerlo fuera de los límites de su habitus, más allá de su imaginación. Gracias a intervenciones médicas cada vez más sofisticadas, las personas pueden elegir alterar la materialidad de sus vidas y utilizar la tecnología para encarnar su identidad. Cualesquiera que sean las circunstancias materiales de las vidas individuales, ya sea que los cuerpos nazcan o se formen, o ambas, la estructura de género ha definido las posibilidades, las opciones permitidas y las limitaciones establecidas.

      Sigue habiendo cuestiones empíricas importantes que se deben plantear en relación con la perdurabilidad del género en las personas a lo largo de sus vidas y que las llevan a elegir o rechazar las opciones de género disponibles. Los hombres y las mujeres que han desarrollado fuertes identidades de género pueden optar por moldear sus vidas de acuerdo con criterios tradicionales que tienen en cuenta el sexo, y ello lo consiguen gracias a la férrea orientación provista por el esquema de la estructura social de género. Los hombres y las mujeres pueden elegir rechazar esas etiquetas y cambiar sus cuerpos, pero también deben dar forma a nuevos yos dentro de las posibilidades imaginadas –la realidad de las ideas– propias de la estructura de género de su contexto. Nadie nace sabiendo que el pintalabios y los tacones son signos de feminidad. De hecho, los tacones fueron concebidos para hombres de la élite y las pinturas faciales raramente se han restringido a los cuerpos de las mujeres a lo largo de la historia o en las diferentes culturas. Sin embargo, hoy en día, los tacones y el pintalabios a menudo forman parte de la transición a la feminidad; lo vemos en la transformación de las niñas a mujeres y en las mujeres transexuales en su transición hacia una presentación reconociblemente femenina de sí mismas. La feminidad puede ser construida socialmente, pero el deseo de las personas de adoptar el género o de rechazarlo es real. La lección importante que nos ha ofrecido la literatura científica del siglo XX no es que la estructura social resulta insuficiente para determinar las decisiones individuales, sino que ni la forma de nuestros cuerpos ni los efectos de la socialización infantil pueden explicar la estratificación de género.

      No podemos dar por concluida la discusión sobre el nivel individual de análisis de la estructura de género sin prestar más atención tanto al papel de la libre elección, como al de la agencia.9 Aunque los individuos toman decisiones, no son puramente libres. Si la agencia se definiera simplemente como libre albedrío, se ignoraría el papel restrictivo del contexto social, de las normas y del poder. Los individuos están profundamente moldeados por la estructura de género que existe antes de que nazcan y antes de que ellos mismos la pongan en práctica, pero, sin embargo, si la agencia humana no existiera, el cambio social no sería posible. Utilizo la definición de Ahearn (2001: 112) de agencia como «la capacidad de actuar mediada socioculturalmente». Las estructuras de género están en continuo cambio, al igual que todas las estructuras sociales, y los individuos, solos o en colectividades, reaccionan a ellas y las transforman. Las personas tratan de tomar las mejores decisiones que pueden dentro de las limitaciones a las que se enfrentan. La agencia debe ser conceptualizada como lo suficientemente amplia como para incorporar tanto la resistencia, como la reproducción de la vida social. Aunque la atención de Foucault (1978) a la omnipresencia del poder opresivo es importante para el pensamiento feminista, me parece más útil centrarnos en una teoría de la práctica como la de Giddens (1984) para explicar la siempre cambiante construcción social de la realidad (Berger y Luckmann, 1966). Necesitamos ocuparnos no solo de los significados que las personas dan, sino también de cómo y cuándo la estructura moldea el comportamiento y cuándo las opciones humanas remodelan la estructura de género en sí misma. ¿Qué ayuda a explicar el cambio?

      Ahearn (2001) sugiere que el contacto intercultural contribuye a menudo a la acción reflexiva, lo que permite que el cambio sea posible. El cosmopolitismo abre un abanico más amplio de opciones a las imaginadas. Un hecho indiscutible es que las estructuras sociales cambian con el tiempo, incluyendo las estructuras de género. Mi objetivo como investigadora feminista es comprender ese cómo y ese porqué con la finalidad de que se pueda estimular y apoyar ese cambio que nos libere a todas de las constricciones de género. Connell (1987) afirma que se dan «tendencias a la crisis», lo que permite que se produzcan grietas en la base de la estructura de género cuando los niveles de esta son inconsistentes. Un ejemplo de tal grieta se da cuando se requiere que los comportamientos se adapten a nuevas circunstancias, pero las creencias se mantienen estáticas. Por ejemplo, cuando tanto hombres como mujeres son progenitores empleados que participan en el mercado laboral mientras sus hijos e hijas son menores, pero los estereotipos siguen anticipando que sean las madres las cuidadoras principales y, por lo tanto, se conviertan en empleadas ineficaces. Existe una discrepancia entre las expectativas de las mujeres respecto a la igualdad en el trabajo y sus experiencias con las diferencias salariales y los prejuicios de género. Esta tendencia a las crisis se está dando ahora mismo. Las circunstancias cambian, pero las creencias de género se ralentizan. ¿Qué es lo que está pasando? Podríamos experimentar un éxodo laboral de madres jóvenes, empujadas por unos salarios reducidos, unos horarios de trabajo rígidos y unos maridos sexistas. O puede ser que las millennials vuelvan a ponerse la capa del feminismo y se trate, esta vez, de una ola interseccional del feminismo que se adentre más en la raíz del problema, en la propia estructura de género.

      ¿Necesitan las millennials

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