Adónde nos llevará la generación "millennial". Barbara J. Risman
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Me refiero al género en tanto que estructura social con la intención de hacer patente que resulta tan sistemático como lo es lo político o lo económico; sin embargo, aunque el lenguaje de la estructura responde a mi propósito, no es el ideal, puesto que, a pesar del uso común que hacemos de él en el discurso sociológico, no contamos con una definición de estructura ampliamente compartida. Se podría argumentar que el término lingüístico estructura sugiere causalidad desde lo macro a lo micro. Si eso es así, tengo la intención de matizar esa definición. Utilizo la palabra estructura en lugar de sistema, institución o régimen para situar el género como elemento central de la organización de una sociedad, como la estructura económica o la estructura política. Todas las definiciones de estructura comparten la presunción de que las estructuras sociales existen más allá de los deseos o motivos individuales y explican, al menos parcialmente, las acciones humanas (Smelser, 1988). En este sentido, casi toda la sociología es estructuralista. Más allá de estas premisas, el consenso desaparece. Blau (1977) focaliza su atención concretamente en cómo las constricciones de la vida colectiva se imponen a los individuos. En su influyente trabajo, Blau y sus colegas (por ejemplo, ibíd.; Rytina et al., 1988) argumentaban que el concepto de estructura se trivializa si se sitúa en el interior de la mente del sujeto en forma de normas y valores internalizados. El foco priorizado de Blau en las limitaciones que la vida colectiva impone a los individuos nos lleva a pensar que, bajo esta mirada, la estructura debe ser conceptualizada como una fuerza que se opone a la motivación individual. Esta definición de estructura impone un dualismo claro entre estructura y acción, entendiendo la primera como constricción y la segunda como elección.
La constricción es, por supuesto, una de las funciones importantes de la estructura, pero si nos centramos solo en la estructura en tanto que constricción, minimizamos la importancia de lo estructural. No solo se coarta a las mujeres y a los hombres para que asuman roles sociales diferenciados, sino que a menudo ellos y ellas también eligen sus itinerarios de género dentro de las posibilidades proyectadas y estructuradas socialmente. England (2016) muestra cómo funciona esto para las mujeres con bajos ingresos. La pobreza reduce directamente su acceso a la movilidad ascendente y a los medios para controlar su propia fertilidad; pero la estructura social, la pobreza por sí sola, no determina sus preferencias sexuales. La estructura social también se internaliza.
Un análisis socioestructural no solo se focaliza en las limitaciones externas, sino que debe ayudarnos a entender cómo y por qué los actores eligen entre alternativas posibles. Una teoría estructural de la acción plantea que los actores se comparan a sí mismos y comparan sus opciones con respecto a aquellos que ocupan posiciones estructurales similares (Burt, 1982). Desde este punto de vista, los actores tienen sus propios propósitos, buscan racionalmente maximizar su bienestar autopercibido bajo las restricciones sociales estructurales. Tal y como sugiere Burt (1982), podemos decir que los actores eligen las mejores alternativas, sin que esto suponga que tienen la información suficiente para hacerlo adecuadamente, ni tampoco que cuenten con las opciones disponibles con las que tomar decisiones que satisfagan realmente sus intereses. Desde este punto de vista, las estructuras son fijas, pero ofrecen alternativas. Por ejemplo, las mujeres casadas pueden optar por hacer mucho más de lo que se consideraría como una participación equitativa en el cuidado de sus hijos e hijas, en lugar de privarlos/las de lo que signifique para ellas una crianza «suficientemente buena», cuando se dan cuenta de que es bastante improbable que el padre de las/os niñas/os, o cualquier otra persona, se haga cargo de la situación. Mientras que las acciones se dan en función de los intereses, la capacidad de elegir está modelada por la estructura social. Burt (1982) postula que las normas se desarrollan cuando los actores ocupan posiciones similares en la estructura social y evalúan sus propias opciones frente a las alternativas de otros que se encuentran en una situación parecida. A partir de estas comparaciones evolucionan tanto las normas como los sentimientos de privación o ventaja relativa. Fijémonos en la idea «de manera similar a los demás», que ha aparecido antes. Mientras las mujeres y los hombres se vean a sí mismos como diferentes tipos de personas, es poco probable que las mujeres comparen sus opciones de vida con las de los hombres. Es ahí donde está precisamente el poder del género.
En un mundo en el que la anatomía sexual se utiliza para proyectar una tipología dicotómica entre los seres humanos, la propia diferenciación vuelve opacas tanto las reivindicaciones como las expectativas en materia de igualdad de género. La estructura social no es experimentada como opresiva si hombres y mujeres no se ven a sí mismos como sujetos posicionados en un lugar similar. Tal y como se ha discutido antes, cuando en el pasado se aplicaba una perspectiva de género meramente estructural (Epstein, 1988; Kanter, 1977), se erraba fundamentalmente en la lógica aplicada. Las teorías estructurales aplicadas al género asumían que, si las mujeres y los hombres experimentaran condiciones materiales iguales, las diferencias de género, de modo empíricamente observable, se diluirían. Esta postura ignora no solo la internalización del género en el nivel individual, sino también las expectativas interactivas que se asignan a los hombres y mujeres a propósito de las categorías de género, así como las lógicas e ideologías culturales embebidas en los estereotipos sociales. Una perspectiva estructural sobre el género es adecuada solo si nos damos cuenta de que el género mismo es una estructura profundamente arraigada en la sociedad, en el interior de los individuos, en cada expectativa normativa sobre las demás personas, y dentro de las instituciones y las lógicas culturales a nivel macro.
Me baso en la teoría de la estratificación de Giddens (1984), que pone el énfasis en la relación interactiva entre la estructura social y el individuo. Desde su perspectiva, la estructura social modela lo individual, pero, simultáneamente, lo individual modela la estructura social. Giddens aboga por el poder transformador de la acción humana; insiste en que cualquier teoría estructural debe contemplar la reflexividad y las interpretaciones de los actores sobre sus propias vidas. Las estructuras sociales no solo actúan sobre las personas, las personas también actúan sobre las estructuras sociales. Por otra parte, estas no han sido creadas por fuerzas misteriosas, sino por la acción humana. Cuando la gente actúa desde la estructura, lo hace por sus propias razones, lo que nos debe llevar a preocuparnos por las razones que llevan a los actores a escoger sus actos. Las acciones alteran el mundo en el que hemos nacido; las instituciones tienen poder, pero no son determinantes, puesto que a menudo las instituciones y las posibilidades que ofrecen entran en conflicto unas con otras. Estos conflictos desencadenan una movilización individual y colectiva que cambia el statu quo. Giddens insiste en que la preocupación por el significado debe ir más allá de la justificación verbal explicitada por parte de los actores, ya que gran parte de la vida social es rutinaria, y se da por sentado que los actores no expresarán, ni siquiera considerarán, por qué actúan. En su tratado sobre género y poder (véase particularmente el capítulo 4), Connell (1987) reproduce la preocupación de Giddens (1984) por la estructura social