Añorantes de un país que no existía. Salvador Albiñana Huerta
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Ciertamente, a finales de enero de 1940, José Ignacio Mantecón –secretario general del SERE– recibió un oficio de Fernando Gamboa, de la Legación de México en Francia, notificándole que, a petición de la Junta de Cultura Española, México admitía la llegada de un grupo de treinta intelectuales, entre los que se encontraba Deltoro; pero ese escrito no debió de tener efecto alguno. Por lo demás, el oficio de Gamboa se solapó seguramente con la salida a Santo Domingo.48
Fue Emili Gómez Nadal, en un encuentro algo tenso en las oficinas del SERE, quien comunicó a Deltoro y a Martínez Iborra que el único destino en ese momento era la República Dominicana. «I em veig arribar, entre altres, Deltoro i la muller […]», recordó en 1980 en la entrevista con Manuel Aznar Soler y Francesc Pérez Moragón.
Era després de la ruptura de la famosa bretxa de Sedan i els alemanys estaven a divuit dies en París. Hi havia un barco en Vernon, al costat de Burdeus, i el SERE […] va dir: s’han acabat els cupos. Tot el que siga comunista, prioritari. Que no s’arrisquen més. I us hem fet vindre per anarvos-en. Ara, aneu a Santo Domingo. I em contesta [Deltoro]: «¿I México? Que tenemos todos los amigos y no sé qué…». Dic: «Escolta […] Si vas a Santo Domingo, des d’allí està molt prop. […] Del que es tracta ara és d’eixir de París».
La entrevista debió tener lugar a comienzos de enero de 1940, durante la inquietante calma de la llamada drôle de guerre, cuando la amenaza del avance alemán no ofrecía dudas. La decisión pudo contrariarles, pero, admitía Deltoro: «Yo no quería pasar otra guerra».49
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Por un error burocrático nos tiramos año y pico en Santo Domingo, cosa que a mí no me desagrada porque fue otra experiencia más, una experiencia estupenda por la edad que teníamos. […] para nosotros fue un sainete tragicómico que me hizo feliz.
A pesar del ambiente opresivo del régimen de Trujillo, Deltoro ofrece un vivo y entretenido relato de las dichas y desdichas de aquellos meses dominicanos, entre febrero de 1940 y abril de 1941.50 Un tiempo que compartieron con Álvaro Custodio, a quien habían conocido durante la travesía, dando inicio a una amistad que prosiguió en México tiempo después. En el largo trayecto entre Burdeos y Puerto Plata, hubo ocasión –lo recordó Custodio entrevistado por Elena Aub– para que Deltoro argumentara de manera convincente que había que admitir el pacto germano-soviético que tantos carnés comunistas había roto: «Deltoro me habló muy bien, en una forma muy consciente y me convenció de que era un paso difícil, pero había que comprenderlo».51
La crítica internacional al presidente Rafael Leónidas Trujillo tras la matanza de miles de haitianos en 1937 le obligó a ofrecer una imagen humanitaria, y en la conferencia de Evian, en 1938, se comprometió a acoger a un elevado número de refugiados europeos, judíos y españoles. A la prioritaria razón política se añadía, de manera retórica, el impulso económico que se lograría mediante el establecimiento de colonias agrícolas en la frontera con Haití. En apenas siete meses, entre noviembre de 1939 y mayo de 1940, llegaron a Santo Domingo en torno a 3.000 refugiados españoles. La precaria economía dominicana fue incapaz de incorporar a un número tan elevado de inmigrantes, entre los que era notorio el predominio de las clases medias urbanas y profesionales. La República Dominicana fue de inmediato una estación de tránsito hacia Cuba, Venezuela o México.
«Así llegamos –afirmó Custodio en 1981– a ese lugar absurdo y disparatado que era la antigua isla de La Española. Yo, en cuanto pude, salí corriendo de ese lugar y me trasladé a Cuba». La imagen se reitera. A la somnolencia económica y cultural dominicana, se unía el discreto acoso a los republicanos españoles, siempre sospechosos de una peligrosa orientación política. El deseo de huir era contagioso, escribió Teresa Pàmies, joven comunista, recordando la vigilancia de los domicilios y los interrogatorios de que eran objeto al tramitar el permiso de residencia.
«Todo el mundo esperaba –recordaba Deltoro– no se sabe qué, no la llegada del maná, pero si la llegada de algún cheque que le permitiera salir de la isla». Entretuvieron la espera de manera diversa. Ana trabajó por un tiempo en la Biblioteca Municipal de Santo Domingo, donde introdujo el sistema de clasificación decimal, mejoró el equipamiento y promovió la lectura con exposiciones ambulantes de libros. También realizaron el programa de radio «Hora del Mundo», un boletín diario de noticias internacionales sobre la Segunda Guerra Mundial, cuyas críticas hacia el Eje les costó una advertencia de las autoridades dominicanas. Un logro que merece crédito fue la publicación de Ozama, revista literaria de información y crítica cuyo primer número apareció en febrero de 1941. Pretendió servir –decía el editorial, escrito por Deltoro– como órgano de expresión de «solidaridad moral y cultural de la emigración española». El interés por establecer contactos con los intelectuales de la isla no debió de ser por completo ajeno a la percepción de los comunistas de que su situación política era precaria y aconsejaba un mayor anclaje en la sociedad dominicana.
Ozama, la cuidada revista de interesante modulación cultural y literaria, que ideó y capitaneó Deltoro. No obstante su corta vida –escribió Manuel Andújar en 1976–, manifiesta la preparación y talentos del escritor valenciano, por los pasajes seleccionados, la atención que dispensó a las artes plásticas, en un medio nada propicio al comienzo, y sus opiniones de los libros, a la sazón de mayor entidad.52
Los redactores fueron Ana, Custodio y el pintor Joan Junyer, que bien pudo ocuparse del diseño de la cabecera, y colaboró con alguna ilustración.
«Había cosas que en ese momento teníamos que tocar –afirmaba Deltoro–. Considerábamos que pronto nos reintegraríamos a España y, por lo tanto, debíamos mantener vivo el fuego de nuestro patriotismo». Escribió acerca del Idearium español, de Ángel Ganivet, un libro que juzga vivaz y actualísimo, con el que traza un cierto paralelismo entre el error de la fugaz intromisión española en los negocios de Europa durante la edad moderna y los riesgos del presente, la preocupación «de saber a España, destrozada aún y ya con el fantasma de una guerra, extraña a sus intereses, en ronda de muerte». Se trataba de un parangón que adquiría calidades muy contrastadas. Durante la monarquía de los Austria España intervino como protagonista; ahora lo haría desde la condición de lacayo. El comentario sobre Ganivet iniciaba una sección sobre escritores españoles, pero tan solo logró una segunda entrega, dedicada a Antonio Machado, de la que se ocupó Antonio Regalado. Una tercera, sobre Ortega y Gasset, que corría por cuenta de Deltoro, ya no llegó a publicarse. En el primer número también se editó «Si caigo aquí», poema del Romancero del destierro, de Unamuno, un autor que gozó de un amplio reconocimiento entre los exiliados.
En la revista colaboraron Bernaldo de Quirós, el músico Enrique Casal Chapí y escritores dominicanos como Emilio Rodríguez Demorizi, Héctor Incháustegui Cabral, Pedro René Contín Aybar o el poeta Fabio Fiallo. Ozama fue expresión del componente nacionalizador de las izquierdas españolas en el exilio.
España ya no está en un solo lugar, está en dos. Allí y aquí –fue la exhortación de Paulino Masip en sus Cartas a un refugiado español, de 1939–, y el último adverbio tiene una aplicación muy dilatada. Aquí quiere decir cualquier punto del planeta en donde haya un republicano.53
Deltoro ideó la publicación, dirigió los dos primeros números y debió de colaborar en el tercero, en cuyo crédito aparece